Casi veinticuatro horas después del primer ataque directo desde suelo iraní al Estado de Israel se pueden establecer algunas conclusiones ni que sean preliminares: el daño causado por Irán ha sido ínfimo para la dimensión sin precedentes del material utilizado —más de 300 drones y misiles de crucero y balísticos—; las alianzas de Israel con Estados Unidos, Reino Unido y Francia han funcionado —Jordania se ha añadido a la hora de repeler misiles desde Teherán—; las defensas israelíes de contención han respondido con un resultado importante y exitoso; y, finalmente, aunque la situación es muy delicada y la escalada armamentística es enormemente peligrosa, se vislumbra a lo lejos un cierto margen para contener a Netanyahu, si la administración Biden sabe combinar su apoyo a Israel cuando es atacado con impedir respuestas de venganza cuando son innecesarias.

Obviamente, después del ataque iraní, la situación en Oriente Medio no es mejor que antes. Pero también hay una coincidencia que no es tan mala como la noche del sábado hacía presagiar y como toda la semana pasada, cuando ya se hacía inminente el ataque iraní con las informaciones recibidas y la mayoría de cancillerías occidentales llamaban a sus ciudadanos a abandonar el país por el peligro de confrontación. Un ejemplo claro de ello es que los países que detuvieron el tráfico aéreo por el cruce de misiles y drones han reanudado, muchos de ellos, sus líneas comerciales.

El contundente mensaje de los países del G7 —EE.UU., Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, Japón y Canadá—, además del presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, de condena inequívoca del ataque de Irán, su pleno apoyo a Israel y la advertencia a Irán de que adoptarán nuevas medidas si la república islámica continúa con sus iniciativas desestabilizadoras en la zona, señala una línea roja para el régimen de Teherán. En el fondo, nada cambia en la condena a Tel Aviv por su invasión devastadora en Gaza, con un número incomprensible de pérdida de vidas humanas, pero los focos de la crítica se han desplazado desde Israel a Irán.

En Oriente Medio es inevitable tener altura de miras y mucha sangre fría para que no se entre en una espiral sin control alguno.

Aunque todos los esfuerzos diplomáticos han fracasado desde que Israel impuso un asedio total sobre Gaza el pasado mes de octubre, como respuesta tras el ataque de Hamás a territorio israelí, que se saldó con la mayor matanza en décadas en el estado sionista, se vuelve a abrir ahora una nueva ventana de oportunidad para intentarlo. Al menos, para evitar lo peor y un descontrol total en la zona. Oriente Medio es un polvorín desde hace años y cualquier avance en la tensión del conflicto puede desencadenar lo peor. Por eso, es inevitable tener altura de miras y mucha sangre fría, para que no se entre en una espiral sin control alguno.