La elección este sábado de Dolors Feliu, jurista prestigiosa, como sustituta de Elisenda Paluzie al frente de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) cierra el proceso de renovación de una de las principales entidades soberanistas del país fuertemente comprometida con las movilizaciones que se han producido en Catalunya durante la última década. Feliu no fue la candidata más votada entre los socios de la entidad que eligieron hace unas pocas semanas los miembros del nuevo secretariat. El que tuvo más apoyo fue Jordi Pesarrodona, el activista y payaso que ocupará la vicepresidència durante el primer año y cederá el testigo después a Uriel Bertran, que lo será los doce meses siguientes.

La amplia victoria de Feliu en la votación para la presidencia —48 miembros del secretariat la apoyaron frente a los 16 que dieron su apoyo a Pesarrodona— supone todo un espaldarazo en un momento en que la ANC deberá trabajar de lo lindo para recuperar el predicamento que tuvo antaño. Es cierto que puede parecer una anomalía que el más votado por los socios no sea el presidente de la entidad, pero los estatutos contemplan que sea el secretariat quien elija al presidente/a y al vicepresidente/a. Desde esta óptica, la elección indirecta del presidente/a permite un juego de apoyos como el que se ha producido.

En cualquier caso, la ANC tiene por delante un camino nada fácil si quiere volver a ser una entidad con músculo suficiente para sacar al soberanismo del letargo en que la han situado los partidos políticos y, sobre todo, la presión policial y judicial del Estado español, que ha desembocado en una desmovilización importante. Ni en un momento como el actual en que el Gobierno español ha reconocido que ha espiado a dirigentes independentistas con Pegasus y hay una ofensiva judicial imparable contra la lengua catalana, han sido capaces de estar a la altura con una respuesta similar al ataque en toda la regla que se ha producido. Es evidente que la falta de brújula ha acabado haciendo un daño enorme y ha acabado situando la política catalana en un círculo peligroso.

Después de la renovación que también se ha producido en Òmnium Cultural, donde Xavier Antich ha cogido el testigo de Jordi Cuixart, las dos entidades han de replantearse su futuro en un escenario político que no es de movilización ni de proyectos y objetivos de país, sino que los partidos han pasado directamente a tratar de imponer cada uno su agenda política. No es algo que invite al optimismo, sino más bien motivo de preocupación. Habrá que ver, no obstante, si esta situación actual se mantiene o, por el contrario, hay un cambio de guion, aunque, ciertamente, nada hace pensar en que partidos independentistas y entidades estén pensando conjuntamente en el inicio de un nuevo ciclo capaz de inyectar optimismo a la base soberanista.