Cuando las ausencias son politicamente tan amplias y numéricamente tan importantes, como ha sucedido este martes en la jura de la Constitución de la princesa Leonor en el Congreso de los Diputados, una lectura realista tendría que ser que, más allá del boato, la monarquía española tiene un problema realmente grave. No verlo así es negar la realidad, ya que las vías de agua existen y no son menores. Lo relevante no es que los presentes aplaudieran durante varios minutos, sino que tres ministros del gobierno —las dos de Podemos, Belarra y Montero, y Garzón, el de Consumo— no acudieran; más de 50 diputados hicieran lo propio —la mayoría de los de Sumar y todos los de Podemos, Esquerra Republicana, Junts per Catalunya, Bildu, PNV y BNG—, y que los presidentes de Catalunya y el País Vasco rechazaran la invitación.

Como se ha recordado estos días, no sucedió así en un acto similar, hace más de tres décadas, cuando realizó el mismo acto que Leonor su padre, el actual rey Felipe VI, en 1986 al alcanzar la mayoría de edad. Son múltiples los factores de la decadencia de la monarquía como fórmula para la jefatura del Estado, pero nada ha acelerado el desencuentro con Catalunya como la actitud beligerante e implacable mantenida frente al independentismo en octubre del 2017. Aquel discurso del 3 de octubre marcó un antes y un después, ya que lejos de adoptar un papel conciliador y de rey, optó por borbonear, adentrarse en el mundo de la política, creyendo muchos desde Madrid que sería la plataforma para su consolidación. El 23-F de su padre, que entonces aún se consideraba un momento de refuerzo de la monarquía, porque Tejero no había revelado el papel exacto de Juan Carlos I y su participación en el golpe.

Estos días que estamos viendo como muchos de los protagonistas de aquellos momentos recogen velas, aunque sea, como dice Pedro Sánchez, por necesidad de la aritmética, y el PSOE devuelve a Carles Puigdemont el tratamiento de president, incluso antes que TV3 y La Vanguardia, viaja hasta Bruselas a fotografiarse con él y a limar los flecos existentes sobre la amnistía, la pregunta es ¿cómo se va a reposicionar la monarquía en el actual escenario? Porque la amnistía no deja de ser un reconocimiento del Estado de que la represión policial y judicial fue un error y es una manera de pedir perdón. Entonces, ¿cómo va a corregir Felipe VI su discurso pronunciado el 3 de octubre y su liderazgo en el a por ellos? ¿O va a quedar fuera, como un ente perdido, en que el gobierno camina en una dirección y él está en las antípodas?

Porque incluso el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, ha señalado recientemente que respeta a Puigdemont, que es sincero y transparente y más claro que Pedro Sánchez. Claro que aquí todo el mundo juega a futuro y en una legislatura, que si hay investidura no hay que descartar nada, también existe la posibilidad de una moción de censura, Feijóo juega sus cartas. ¿Cuáles van a ser las cartas de Felipe VI? ¿Olvidarse de Catalunya como Catalunya se ha olvidado de él? Porque desde 2017, la valoración de la monarquía en Catalunya no supera el 2 sobre 10 y más del 70% de los catalanes prefieren una república. Todo ello, según datos del Centre d'Estudis d'Opinió (CEO) y no llegando al aprobado en los electores de ninguno de los partidos catalanes, incluidos PP (4,7), Vox (4,6) y Ciudadanos (4,5). Entre los socialistas es del 2,8 de valoración, a partir de aquí, hacia muy abajo en el resto de formaciones.

Esa es la Catalunya real, no la que llenó de elogios el acto de este martes en el Congreso de los Diputados, que está muy bien para las revistas del corazón, pero queda muy lejos de la percepción ciudadana.