Poco o nada sabemos de lo que se cuece en el palacio de la Moncloa desde que estallara el informe de la UCO de la Guardia Civil el pasado 12 de junio. Una comparecencia, sin preguntas, al día siguiente en la sede del PSOE, en la calle Ferraz; otra el lunes 16, también en la sede del partido, respondiendo algunas preguntas hasta que abruptamente la dio por finalizada alegando que eran las cinco de la tarde y aún no había comido; y, finalmente, sendas respuestas parlamentarias en la sesión de control a los portavoces del PP, Alberto Núñez Feijóo, y de Esquerra Republicana, Gabriel Rufián. Eso es todo en los últimos diez días, tiempo más que suficiente para que se hayan generado una creciente rumorología, mientras dejaba su defensa en la esfera mediática a sus ministros María Jesús Montero (vicepresidenta y Hacienda), Félix Bolaños (Justicia y Presidencia) y Óscar López (Transformación Digital y Función Pública).

Mientras ese atronador silencio habla por sí mismo, no se parece en nada a otros momentos en que graduó con destreza su mutismo durante un tiempo. Sin duda, su cum laude en esta materia fue su reclusión en la Moncloa el 24 de abril de 2024, en los días previos al inicio de la campaña de las elecciones catalanas, durante cinco días, con un amago de dimisión por el caso de su esposa, Begoña Gómez. Después supimos que todo fue una estrategia muy bien diseñada para ganar respaldo popular ante los casos judiciales que se le venían encima. Fue, quizás, el último momento que tuvo para situar un cortafuegos entre él y el Tribunal Supremo y quién sabe si negociar un trato judicial diferente.

En el búnker de Moncloa no parece estar encontrando la pócima mágica de ocasiones anteriores

Lo cierto es que siguió, los casos judiciales se multiplicaron, sus compañeros más leales de antaño, los del Peugeot con que recuperó la secretaria general del partido, abordan, a partir del lunes, unas comprometidas declaraciones en el Supremo, que pueden acabar con alguno de ellos en prisión más pronto que tarde, y en el búnker de Moncloa no parece estar encontrando la pócima mágica de ocasiones anteriores. Es más, se extiende la sensación de que su fama de ilusionista está llegando a su fin. Lo perciben sus compañeros de partido, sus socios de gobierno, sus socios parlamentarios y sus aliados puntuales.

Todos parecen querer desmarcarse. Solo hace falta escuchar este fin de semana a Yolanda Díaz, la vicepresidenta de Sumar, la última en hacerlo con una cierta contundencia verbal, temerosa de algunas encuestas que ya señalan que la formación de Pablo Iglesias, Podemos, la ha atrapado electoralmente. Algo que no era tan difícil de prever, ya que si a alguien arrastra el PSOE, en su desplome en los sondeos, es a los que están más a la izquierda en el gobierno y sin que se visualice que lo hacen por algo más que unas sillas en el Consejo de Ministros. La maquinaria de los morados tiene la habilidad de sacar petróleo a una situación objetivamente peor: sin poder alguno y sin influencia mediática. Pero, en cambio, su mensaje claro y contundente contra la corrupción y el PSOE llega más rápido al electorado que comparten. Y al búnker de la Moncloa —ese en el que estuvo el viernes el president Illa, aún no sabemos muy bien para qué— ni van, ni quieren ir.