Que la Transición española se está cayendo a trozos es, a estas alturas, algo que está fuera de toda discusión. Cobró forma de estropicio total con la fuga del jefe del Estado a los Emiratos Árabes Unidos, una vez le estallaron diferentes casos de corrupción y su amor y posterior desamor con la princesa Corinna saltó de los despachos oficiales de Madrid a los realities de televisión, y con el reciente podcast de ocho capítulos, titulado Corinna y el Rey, en los que ha explicado entre otras lindezas que Juan Carlos I llegaba de sus viajes con bolsas llenas de dinero.

Este episodio de amasar dinero a manos llenas es una parte de la que antaño fue ensalzada como la modélica Transición española. Hoy sabemos que sus principales actores fueron todo menos ejemplares. También que las versiones oficiales de episodios claves de la historia distan mucho de lo conocido años más tarde. En concreto, de dos de ellos empezamos a tener todas las piezas del puzle que han hecho añicos toda aquella farsa. En el golpe de estado del 23-F no fue el rey quien rescató la democracia de una incruenta acción militar, sino que fue el emérito el que activó a los generales y coroneles golpistas contra el poder político y el gobierno democrático. Por si quedaban dudas, en el documental de HBO Salvar al rey, tres exagentes del Cesid sitúan al monarca fugado en el centro del golpe.

El segundo caso es el de los GAL y la guerra sucia del Estado para acabar con el terrorismo. Igual que M.Rajoy es Mariano Rajoy y no hace falta darle muchas vueltas más, la X de los GAL es Felipe González. El expresidente del Gobierno selló un pacto de sangre con los sectores más reaccionarios del poder español consistente en que la izquierda gobernaba la modernización de España, Juan Carlos I hacía lo que le daba la gana con total impunidad y el poder de estado seguía estando en manos de los mismos de siempre.

Pero, siendo grave haber aceptado este estado de cosas para no violentar el franquismo durmiente, que igualmente se ha desperezado, hemos entrado en una fase de impunidad de sus actores en que nos explican, sin recato alguno, su participación en aquella guerra sucia del Estado. Escuchar al exministro José Barrionuevo, titular del Ministerio del Interior entre 1982 y 1988, este domingo explicando en El País cosas como que ordenó liberar a Segundo Marey, revuelve el estómago. Y la repugnancia es mayor cuando sabemos que lo declara con la impunidad de quien sabe que no le pasará nada. Las operaciones de estado salvaguardan siempre a sus delincuentes.

Pueden estar seguros que un día escucharemos de viva voz a un ministro de Justicia o del Interior, o quizás a algún juez del Supremo o de la Audiencia Nacional, explicar cuándo, cómo y dónde se decidió la represión contra el independentismo catalán. Y si el 23-F también tuvo su capítulo catalán en los encuentros del general Armada en Lleida, mientras ocupaba el gobierno militar, con socialistas ilustres como Enrique Múgica o el exalcalde Antoni Siurana. La represión policial y judicial también tienen su capítulo catalán en ilustres domicilios catalanes y en visitas a la Moncloa y a la Zarzuela.