No sé si el Fútbol Club Barcelona —el presidente, el entrenador, los jugadores, sus estructuras— es consciente de la peligrosa pendiente en la que se encuentra. Perdida prácticamente la Liga, eliminado de la Copa y agarrado a un hilo finísimo en la Champions, de la que puede caer eliminado por el Nápoles el próximo 12 de marzo y poner así punto final a una temporada nefasta. Tiempo habrá para analizar todo lo que se ha hecho mal, que no es poco. La cuestión es cómo se puede abordar un final de temporada que, en función de cómo acabe, puede desembocar en una crisis de la institución, en unos momentos en que, además de los problemas en el terreno de juego, hay un problema económico grave que incluso pone en tela de juicio que se pueda mantener el modelo de club actualmente existente.

El pasado 27 de enero, el entrenador Xavi Hernández anunció que a finales de temporada, el próximo 30 de junio, abandonaría el club y alegó que después de una reunión con Joan Laporta habían concluido que la situación merecía un cambio de rumbo. Todo el mundo entendió que el paso al lado de Xavi era el correcto, ya que el entrenador —a quien nadie discute ni su barcelonismo, ni su condición de icono de la entidad por sus brillantes años como jugador— era incapaz de aportar soluciones deportivas. Pero las fórmulas que quedan a medio camino de todo pueden ser un revulsivo o, por el contrario, un freno en el camino a la solución. Hoy se sabe que, seguramente, es mucho más lo segundo que lo primero. Y que la situación actual es improrrogable, ya que la experiencia enseña que una pequeña chispa es suficiente para provocar un gran incendio en la entidad.

Hasta la fecha, Xavi ha hecho las veces de escudo presidencial, en una temporada que desde el primer momento se vio que las posibilidades de descender a los infiernos eran importantes. Pero ahora, desde la dimisión aplazada del entrenador, se mira al palco. El hecho de jugar fuera del estadio, reubicados en Montjuïc por la remodelación del Camp Nou, ha aminorado una protesta que en la propia casa habría llegado a un punto de ebullición importante. Es cierto que Xavi ha puesto encima de la mesa una dimisión aplazada, pero también es verdad que el 30 de junio queda hoy muy lejos. El error es ver el problema actual como una crisis de resultados, cuando lo cierto es que solo es un peligro más. Los resultados pueden maquillarlo todo y eso ya se produjo el año pasado cuando se ganó el campeonato de Liga.

El Barça parece un equipo pequeño, endeble, física y mentalmente, incapaz de seguir el ritmo del partido de clubs con mucha menos entidad y presupuesto

El verdadero problema, el profundo, está en muchas otras cosas. Desde la preparación a la falta de compromiso con la entidad de los jugadores veteranos, los que más cobran. Desde la ausencia de un patrón de juego a la carencia de liderazgo. El Barça parece un equipo pequeño, endeble, física y mentalmente, incapaz de seguir el ritmo del partido de clubs con mucha menos entidad y presupuesto. Los partidos acaban siendo una pesadilla sea cual sea el rival. Uno de los mejores centros del campo de Europa, De Jong-Gündoğan-Pedri, acaba perdiendo todos los duelos sea cual sea el rival. Y en el Barça las crisis no evolucionan a fuego lento; cuando no se controlan, van a una rapidez inusitada.

Me explicaban este lunes que el recién nombrado seleccionador de Brasil, Dorival Júnior, que estuvo el domingo en el Lluís Companys presenciando el encuentro con el Granada, no entendía nada del partido del FC Barcelona y del fútbol que había presenciado. No hace falta ser un experto para darse cuenta de que la situación está a punto de colapsar si no se pone remedio o la diosa Fortuna decide cambiar de bando. Pero jugárselo todo a la suerte, en este caso a la Champions, es un ejercicio de alto riesgo.