Lo más preocupante del empate frente al Inter de Milán en el Camp Nou del pasado miércoles y la derrota de este domingo frente al Real Madrid en el Santiago Bernabéu vuelven a ser, como en las últimas temporadas, las sensaciones. La incapacidad de un equipo por sobreponerse a las adversidades cuando más necesario es por todo lo que está en juego —los tres partidos de Champions, dos frente al Inter y el de Múnich frente al Bayern, donde el Barça de nueve puntos posibles solo ha logrado uno— y cuando el rival es un adversario de entidad, como el de esta jornada de liga.

El esfuerzo económico para disponer de una plantilla de calidad, aun a costa de hipotecar el club dada la situación financiera heredada por la actual junta directiva, está muy lejos de dar los frutos esperados. Hay jugadores pero no hay equipo, vendría a ser el resumen. Y el resultado es que, por segundo año consecutivo, el Barça puede quedar eliminado en el mes de octubre de la Champions, a las primeras de cambio —algo que se producirá si no hay una carambola que, sinceramente, ya nadie espera— con lo que supone para la imagen del club y dar por perdido el dinero que esperaba recuperar de la máxima competición europea. Su único objetivo deportivo europeo sería, entonces, la Europa League.

El Barça es un equipo blandengue y sin carácter, mal estructurado en el terreno de juego, a medio camino entre seguir jugando con las vacas sagradas del equipo o apostar decididamente por una renovación a fondo, incapaz de mover el dibujo del equipo en el terreno de juego si el resultado es adverso y demasiado previsor para sus adversarios. Su entrenador, Xavi Hernández, de quien seguramente se esperaba en exceso con el recuerdo de Pep Guardiola siempre presente, no ha sido capaz aún de cambiar la mentalidad del equipo y su evolución ha sido similar a la de sus jugadores: de más a menos.

La temporada, obviamente, no está perdida. Hay mucho en juego y muchos partidos por delante para tirar la toalla. Pero muchas cosas deberán cambiar empezando por la actitud del equipo que deja mucho que desear en muchos jugadores. Porque la realidad del equipo no son los nombres de la plantilla, ni los títulos que tengan a sus espaldas, sino su compromiso, su capacidad para revertir esta situación, su liderazgo y su profesionalidad. Porque frente al Real Madrid se puede ganar o perder —el año pasado el resultado en el Bernabéu fue 0-4— pero la imagen de un equipo que pasea en el campo la mayor parte del partido, excepto los 10 últimos minutos, frente a un Madrid bastante mediocre, es tan solo culpa del entrenador.

Claro que tiene margen de confianza para revertir la situación, pero las cosas han de empezar a cambiar y el Barça no puede permitirse quedar también descolgado de la Liga.