El atentado del pasado viernes por la noche en el Crocus City Hall, un complejo de conciertos cerca de Moscú, que ha dejado provisionalmente 137 muertos y una cifra aún mayor de heridos graves, después de que los atacantes abrieran fuego con armas automáticas y lanzaran bombas incendiarias, ha acercado aún más el fantasma de un conflicto a gran escala sobre el que diferentes gobiernos europeos llevan meses hablando.

La Comisión Europea, con diferentes lenguajes y matices, también alimenta en ocasiones este temor y aprovecha la circunstancia para poner el acento en la necesidad de reforzar las líneas de defensa y aumentar significativamente las partidas económicas y las inversiones en seguridad. El presidente francés, Emmanuel Macron, es, probablemente, el líder del Viejo Continente que lleva la voz cantante entre los socios de la Unión Europea, mientras muchos países comunitarios asienten con el silencio para no despertar a sus respectivas opiniones públicas.

A la espera de que se sepa la autoría definitiva del atentado de Moscú, sabemos que hay cuatro detenidos. También que Vladímir Putin culpa a Ucrania de estar detrás de la masacre, que Volodímir Zelenski lo niega, que el autoproclamado Estado Islámico asume la autoría y que países como Estados Unidos dan por creíble esta última hipótesis. Como en otras ocasiones, es probable que la verdad tarde tiempo en abrirse paso, ya que la información veraz lucha con demasiados intereses.

Sea como sea, es bastante seguro que el futuro de defensa de Europa sea muy diferente a como la hemos conocido en las últimas décadas. La posición de EE.UU. ha virado y más que lo hará si llega Donald Trump a la Casa Blanca. Va a ser necesario que se produzca en España un debate serio y profundo que, hasta la fecha, no se ha producido porque o bien se ha esquivado conscientemente o ha primado la demagogia y el populismo.

Es probable que la verdad sobre el atentado de Moscú tarde tiempo en abrirse paso, ya que la información veraz lucha con demasiados intereses

También va a ser urgente en Catalunya, donde estos temas siempre nos incomodan más que en otros lugares. En parte, quizás, porque al no haber dispuesto en los últimos siglos de un estado, no hemos tenido necesidad de abordarlas. No tanto porque los cantos de sirena de tambores de guerra vayan a ser reales en el corto plazo, sino porque analizar y adelantarse a lo que pueda venir suele ser siempre una buena estrategia.