El president Aragonès inició la pasada semana una ronda con los partidos y entidades independentistas con la intención de explorar si se dan las condiciones para recoser el importante desencuentro entre todas ellas. Las reuniones no podían empezar peor, ya que el primer invitado al Palau de la Generalitat era la CUP que, inmersa en todo el conflicto del caso de su diputado Pau Juvillà, canceló la invitación; los siguientes tenían que haber sido Esquerra y Junts, que se pusieron a la cola y finalmente se encontrarán este lunes, y los contactos empezaron por las entidades soberanistas, Òmnium Cultural ―que se encuentra en pleno proceso de una renovación a fondo de su dirección― y la Assemblea Nacional Catalana (ANC), que tampoco tardará mucho en cambiar sus principales cargos.

Todo ello en un momento crítico del independentismo, incapaz de trazar una estrategia compartida y sin rumbo político alguno que no sea el tirarse permanentemente los trastos los unos a los otros. Cuando algo falla una y otra vez tiene poco sentido tratar de explicar a la opinión pública lo contrario, ya que lo único que se consigue es soliviantar más y más a la ciudadanía. Quizás que lo más inteligente sería cambiar el guion y más que recomponer la unidad y rearmar el movimiento, debería trabajarse en cosas aparentemente más sencillas, pero que en la práctica son enormemente importantes.

Por ejemplo, ¿unidad, para hacer qué? La semana vivida en el Parlament de Catalunya ha permitido un aterrizaje, ni que sea impactante, en la realidad. Ni en el Govern, ni en la cámara legislativa hay voluntad real de desobediencia. Se ha visto como el Govern ha acatado, en la práctica, la sentencia del 25% de castellano en las aulas catalanas y se ha comprobado también con la retirada del escaño a Pau Juvillà siguiendo lo ordenado por la Junta Electoral Central. En ambos casos, se ha dicho una cosa y se ha hecho lo contrario, lo que ha servido para certificar que, hoy por hoy, la desobediencia institucional queda muy lejos de la hoja de ruta del independentismo. Por si quedan dudas, solo recordar que hasta Vox se ha dado por satisfecho y ha retirado la querella que tenía en marcha contra los miembros de la Mesa del Parlament por entender que habían ejecutado la orden de la JEC.

Hace tiempo que expuse las nulas posibilidades de encontrar un camino común, ambicioso y que no se parezca a los cangrejos mientras Carles Puigdemont y Oriol Junqueras no se encerraran un fin de semana y se dijeran todo lo que piensan y no se han dicho desde aquel octubre de 2017. Pere Aragonès y Jordi Sànchez ya han hecho su parte, que era conformar un gobierno de coalición que intentara caminar por encima de las aguas de la confrontación entre los dos partidos. Quizás ya sea muy tarde para esta charla y, entonces, lo único que toca esperar es que se rediseñe un nuevo mapa de alianzas en Catalunya. Porque sin objetivos concretos para salir del bucle del independentismo, es difícil mantener una unidad que demasiadas veces parece que no lleva a ningún sitio.