Se cumple este fin de semana un mes desde que Vladímir Putin desató una guerra abierta en Ucrania con el objetivo de controlar el país en un corto período de tiempo. El presidente ruso tenía, así se explicaba, el firme convencimiento de que con la movilización de tropas tan importante que llevó a cabo, la invasión de Ucrania estaba a su alcance y la gran Rusia era un objetivo realista. ¿Qué ha pasado entonces para que aquellos pronósticos iniciales hayan desembocado en tan solo algo más de cuatro semanas en un enjambre de obstáculos del que, aparentemente, Putin no consigue salir y el presidente de EE. UU., Joe Biden, se permita este sábado desde Polonia pedir un cambio de régimen y afirmar que el presidente ruso no puede continuar al frente del Kremlin?

Seguramente, no hay una única razón que explique la congestión de las tropas rusas y sus dificultades para controlar Ucrania. Pero sí hay argumentos más sólidos que otros. Entre ellos, dos. Moscú analizó la invasión de Ucrania como cosa de uno, sin tener en cuenta una respuesta significativa por parte del país agredido. Y ha sucedido que Zelenski ha armado una defensa importante en el aspecto militar, imbatible en el terreno comunicativo y desbordante a la hora de buscar la complicidad internacional. En segundo lugar, hubo una primera interpretación occidental que la ayuda de armamento que recibiera Ucrania de Occidente solo serviría para que el país invadido tuviera más muertos y no le ayudaría a resistir. Fue un análisis precipitado y Rusia ha entrado en una especie de espiral en la que no hay día que su posición parezca más débil.

Quizás por ello se haya visto obligada a rebajar las expectativas grandilocuentes del inicio de la contienda bélica y ahora reduzca la invasión de Ucrania a controlar la región oriental de Donbás, donde se encuentran las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk. Un objetivo claramente improvisado y una muestra de que la planificación inicial ha fallado y que está habiendo, al menos sobre el papel, un replanteamiento sobre la marcha. Que ello, además, haya sucedido mientras Biden compartía jornada con la 82ª división militar aerotransportada estadounidense a menos de un centenar de kilómetros con la frontera ucraniana, es un golpe que Rusia ha tenido que encajar con desagrado.

Aunque las previsiones políticas, militares y diplomáticas son de que estamos ante una guerra larga —el propio Biden ha señalado que no se ganará ni en días ni en meses— habrá que observar atentamente si la renuncia rusa a conquistar la totalidad de Ucrania se consolida o es simplemente una estrategia. Todo ello en un momento en que es muy posible que la autoridad interior de Putin sea cuestionada por el desenlace militar y por la caótica situación económica en la que está entrando Rusia y que solo puede ir muy a peor en las próximas semanas y meses. Todo ello unido, presenta un coctel de problemas para el presidente ruso de una dimensión desconocida para alguien que no se ha enfrentado nunca a una situación como esta y en la que no parece seguro que con el régimen de terror que ha instalado vaya a tener suficiente.