Juncker i Rajoy

Llamamientos al respeto de la integridad territorial de los estados miembros delante de los micrófonos, pero dudas sobre la inoperancia del Gobierno español entre bastidores. Esta es la dualidad que se respiraba hasta hace unos días en Bruselas entre círculos próximos a la canciller alemana Angela Merkel y al presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, respecto a la política sobre la cuestión catalana que sigue al presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy. Un conflicto donde los decisores europeos han empezado a cuestionarse la eficacia resolutiva de España, pero en el que la Unión Europea (UE) ha optado por aplicar una política de “servicios mínimos”, basada en dar respuesta a preguntas parlamentarias, sin intervenir sobre la cuestión oficialmente.

Así lo aseguraban fuentes comunitarias a El Nacional, antes de la reunión del Partido Popular Europeo (PPE) celebrada en Madrid esta semana. Un encuentro donde la CSU, partido hermano de la CDU de Merkel en Baviera, se ha desmarcado del centroderecha europeo, no dando apoyo a las palabras de Rajoy de condenar los procesos de independencia de Europa. La propuesta fue aprobada, pero la acción díscola de los social-cristianos bávaros ilustra la existencia de diferentes sensibilidades en el continente, alejadas de la línea de aquellos mandatarios que reproducen “el respeto por la legalidad” –de unos tratados que, sin embargo, no son inamovibles, ni tampoco clarificadores para al caso catalán–.

Construcción política antes que jurídica

Cuando en el año 1950 Robert Schuman, considerado uno de los padres fundadores de la actual Unión Europea, afirmó que ésta no se haría “de un sólo golpe, sino a través de realizaciones concretas” estaba haciendo una declaración de intenciones sobre la naturaleza del proyecto a emprender. En la UE son los pactos y negociaciones entre estados lo que ha guiado desde los inicios la elaboración del marco jurídico recogido en los Tratados. Así lo ilustran teorías económicas* defensoras de que el avance en la integración –política y monetaria– es fruto de la necesidad de adaptación a diferentes retos y crisis globales sucedidos a lo largo del tiempo. Por ejemplo, con la creación del Euro.

Será una decisión de carácter político por parte de los dirigentes europeos, adaptada a las necesidades y mayorías del momento, lo que determinará el futuro del Estado catalán en el continente

El reconocimiento de una Catalunya independiente dentro de la UE podría no alejarse de esta tendencia. Ante la insuficiencia de referencias explícitas sobre el tema en los textos comunitarios ­–que sólo garantizan la “integridad territorial” de los Estados (artículo 4, apartado 2)– sumado a la falta de precedentes idénticos –pero donde un “sí” al referéndum de Escocia habría servido de prospección y ejemplo internacional– será una decisión de carácter político por parte de los dirigentes europeos, adaptada a las necesidades y mayorías del momento, lo que determinará en última instancia el futuro del Estado catalán en el continente.

La única manera de conocer la posición oficial de la UE sería a través de la petición de un dictamen de estudio a la Comisión por parte de alguno de los estados miembros; circunstancia difícil, dado el peso diplomático del Estado español en Europa. Es por este motivo que la Defensora del Pueblo Europeo, Emily O'Reilly, descalificó esta semana cualquier declaración de algún miembro de las instituciones europeas, alegando que son opiniones “a título particular” que no reflejan en ningún caso el posicionamiento institucional. Mientras, e intramuros, seguirá siendo una cuestión interna, relegada al Derecho Constitucional, o a la negociación del Estado, el vínculo entre Catalunya y España.

Intereses y recelos superpuestos

Ahora bien, no son Baviera, con rasgos diferenciales respecto a otros länders alemanes, o Escocia, a medio planteamiento de un segundo referéndum, las únicas sensibilidades en juego. Según fuentes comunitarias en Bruselas, es el miedo a perjudicar la tendencia actual de la aceleración económica en Europa, aquello que empuja a no incluir en la agenda oficial las preocupaciones internas de la UE. Un continente colapsado por la gestión de la crisis de refugiados, la desobediencia de algunos Estados a acatar las cuotas y el intento de frenar el avance geopolítico de Rusia en Siria, en el Este y en el Báltico, a través de intentos como limitar la dependencia energética de esta última zona en cuanto al gas ruso.

Pero a escasos dos meses de las elecciones generales en España, los círculos de poder próximos a la UE también se miran con recelo el escenario inmediatamente posterior al 20D. Los motivos pasan por la inexistencia de una cultura política de negociación en el país –patente en el caso catalán– y la previsión de unos resultados electorales que anuncian la necesidad de coalición entre varias formaciones. Un escenario donde la incapacidad de diálogo del Gobierno español respecto de la cuestión de la independencia da luces –y también sombras– de una posible ingobernabilidad futura, al mismo tiempo de generar pactos entre dos o tres partidos; éstos, unos consensos a los que el Estado español actual parece no estar acostumbrado.

*Guirao, F. A (2006) A detailed history of the European Union.