En una reciente entrevista en The Hollywood Reporter, el cineasta Wes Anderson confesaba un deseo: “Me gustaría que la gente viera la película no por cómo está hecha, sino por lo que es en sí misma”. La reivindicación es, probablemente, una quimera, porque el cineasta texano ha construido su corpus creativo repitiendo, o alterando muy levemente, unas obsesiones estéticas que se han convertido en su marca de fábrica. Pocos cineastas, poquísimos, son tan reconocibles viendo una sola imagen de cualquiera de sus películas. Y pocos cineastas, poquísimos, despiertan reacciones tan polarizadas, justamente por la fascinación que despierta ese sello visual tan característico. Y no tanto, y cada vez menos, por la potencia de lo que cuenta. El cómo por encima del qué.

El cineasta texano ha construido su corpus creativo repitiendo, o alterando muy levemente, unas obsesiones estéticas que se han convertido en su marca de fábrica

En La Trama Fenicia, Wes Anderson ofrece exactamente lo que se espera de él: desde el diseño de los títulos de crédito, la gama de recursos visuales pelín vintage cogen el mando: la simetría de los encuadres, las larguísimas tomas estáticas con la cámara clavada en el trípode, las panorámicas y los travellings, la explosión de saturados colores pastel en el vestuario de los personajes y en los decorados hiperestilizados y llenos de pequeños detalles... Todos aquellos que han, hemos, disfrutado de películas como Los Tennenbaum. Una familia de genios (2001), Life Aquatic (2004), Viaje a Darjeeling (2007), Fantástico Sr. Fox (2009), Moonrise Kingdom (2012) o El gran hotel Budapest (2014), también saben, sabemos, que sus últimas propuestas han dado pistas de una autoconfianza, o más bien de una autocomplacencia, peligrosa. Ni La Crónica Francesa (2021) ni, sobre todo, Asteroid City (2023), conseguían que el qué estuviera a la altura del cómo.

la trama fenicia
La trama fenicia es la nueva película de Wes Anderson

Sus últimas propuestas han dado pistas de una autoconfianza, o más bien de una autocomplacencia, peligrosa

Y justamente este es el gran problema de La Trama Fenicia, porque, a pesar de las palabras del cineasta, se podría afirmar que Wes Anderson se divierte mucho más diseñando los escenarios y planificando sus storyboards que dándole una vuelta|bóveda a unos guiones cada vez más esquemáticos o con menos alma. En su nueva película, de hecho, abunda en otra de sus obsesiones, en este caso temáticas: como hace usualmente, la historia vuelve a girar en torno a una familia completamente disfuncional. Situada en los años 50, el argumento tiene como protagonistas a un avaricioso empresario multimillonario (inspirado, explica el director, en personajes como Aristoteles Onassis, alguien que podría haber salido en una película de Michelangelo Antonioni) y su hija, con la que casi no mantiene ningún contacto. Él, Anatole Zsa-Zsa Korda, ha hecho su fortuna a base de corruptelas, chantajes y, de vez en cuando y siempre que hace falta, utilizando mercenarios a sueldo. Ella, la Liesl, es una joven novicia escogida como heredera absoluta por delante de sus nueve hermanos.

Con la muerte en los talones

La trama fenicia comienza con el enésimo intento de asesinar al magnate, y su enésimo ejercicio de supervivencia. Con más vidas que un gato, y en medio de un proyecto mastodóntico que peligra por la huida de sus socios inversores, Korda les irá visitando, acompañado por su hija, para convencerles de que compensen el déficit financiero que amenaza los planes y la reputación de nuestro hombre. Como hace habitualmente Anderson, la estructura narrativa del film vuelve a ser capitular. Y, con la religión y el capitalismo en el punto de mira, el cineasta desarrolla sus hipnóticas armas visuales. Sin embargo, el problema es la falta de punch de cada una de las viñetas que dan forma al viaje que Zsa-Zsa Korda y su hija. Los interpretan Benicio Del Toro y Mia Threapleton (para más detalles, hija de Kate Winslet), y en su relación, tensa al principio pero cada vez más cercana, se apoya todo el artificio creado por Wes Anderson y su coguionista y cómplice habitual, Roman Coppola.

Con su clásico sentido del humor entre surrealista y absurdo, y creando un universo paralelo con una mirada algo naif de la vida, La Trama Fenicia navega en aguas conocidísimas

Y, a partir de ahí, La Trama Fenicia se convierte también en un desfile de grandes estrellas. Algunas ya habían trabajado en anteriores filmes del cineasta, otras se apuntan a la fiesta por primera vez. La carta a los Reyes que Anderson escribe cada vez que levanta un largometraje vuelve a ser exitosa. Tom Hanks, Scarlett Johansson, Bryan Cranston, Benedict Cumberbatch, Jeffrey Wright, Mathieu Amalric, Willem Dafoe, Charlotte Gainsbourg y el imprescindible Bill Murray convertido en Dios nuestro Señor (¿quién mejor?), repiten. Y Michael Cera (divertidísimo en la piel del secretario personal del empresario y tutor de sus hijos, un noruego con acento imposible y algún que otro secreto escondido), Riz Ahmed, Charlotte Gainsbourg y la ya citada Mia Threapleton se unen a la gran familia del director. Con su clásico sentido del humor entre surrealista y absurdo, y creando un universo paralelo con una mirada algo naif de la vida, La Trama Fenicia navega en aguas conocidísimas, y añade una serie de buñuelianas visiones en blanco y negro del Más Allá, producto de la progresiva toma de conciencia del magnate que interpreta un entregado Benicio Del Toro.

Los fieles a su forma de entender su cine le comprarán, compraremos, la propuesta, siempre fascinados por la apuesta estética, convencidos desde el dogma. Pero es indiscutible que la chispa de sus mejores películas se ha apagado

Hablábamos del peso de la fe y la religión como uno de los motivos temáticos de esta trama (fenicia), y, de algún modo, este elemento también conecta con la relación de los espectadores con Wes Anderson. Los fieles a su forma de entender su cine le comprarán, compraremos, la propuesta, siempre fascinados por la apuesta estética, convencidos desde el dogma. Pero es indiscutible que la chispa de sus mejores películas se ha apagado, que el ingenio es ahora repetición, que la diversión pretérita flirtea ahora con el aburrimiento, que posiblemente necesite una sacudida para que vuelvan a importar lo mismo el qué y el cómo.