No es como ir a ciegas, pero casi. Más aún, en una formación que muta tanto y que en cada disco, plantea una aventura y un reto indescifrable. Sin embargo, ese miedo casi real al vacío, a lo desconocido, se transforma en aliciente. Y es que, el decálogo de Tarta Relena es tan amplio y tan generoso, que hacer conjeturas previas es tarea inútil. Su mesura, y su secreto, como el de la pasta, están en el punto de cocción, y en sus derivadas no se sabe nunca si el pastel va a salir dulce o salado. O bien, la combinación de ambas cosas. O alta cocina con elaboraciones imposibles, que es hacia donde ellas van. Por ejemplo, si entras en la cocina de El Celler de Can Roca (o en la de cualquier cocinero de esa categoría), no pretendas entender y analizar cada plato, cada sabor. Si vas por ahí, te vas a perder en un laberinto sin respuestas.
Es más, camino ya de L'Auditori, como no me había entretenido a mirar en qué sala iba a ser el espectáculo, me entran las dudas. Entonces sí, efectivamente, me doy cuenta de que el recital va a ser en la grande. Vaya envergadura y qué crecimiento el suyo. Es merecido; son muchas horas de trabajo, es no dejar nunca de investigar, de saber y conocer. No en vano, su último lanzamiento, És pregunta, entre unas cosas y otras, han sido dos años de batalla. Ese éxito se traduce en caos en la entrada, hay cola ya antes del concierto en el puesto de merchandising, donde no acierto a adivinar si ya tienen el nuevo disco. Cierta confusión para recoger la entrada y luego, una vez dentro, para encontrar el asiento. Los acomodadores no dan a vasto. Todo son prisas, estamos en la frontera entre la hora de la merienda y la de la cena. No estamos acostumbrados, falta ubicarse en tiempo y en espacio.
Luz y color
Entre tantas cosas, Tarta Relena es luz y és color (preponderantes el rojo y el morado). Y también, no lo olvidemos, es sonido. Aquí, y ya sin distinciones, todo va unido, son capas que se superponen unas con otras. Conviven, y sin fricciones, el barroco, el folklore, lo asiático, la clásica contemporánea, los arreglos árabes, la experimentación. Ese y otros, son su terreno; lo pisan firmes y convencidas. Las voces, fuertes y cristalinas, son el pilar. Lo otro surge del más allá. Asimismo, en ese tablero, el papel inestimable de la naturaleza. Sin duda, forma parte del ecosistema: agua y aire, bruma y tormentas. A la par, estructuras sintéticas y percusiones que son su base sonora. Es el campo sobre el que, en esencia, gravitan las canciones. Absolutamente, Tarta Relena es frío y caliente. Ahí juegan ellas, es una emoción a la que llegas por tu propio pie, cada uno por un camino y según la voluntad. Ellas no lo escogen, eres tú el que buscas el hueco y el momento. No hay un contrato o una cláusula que te ate a esa decisión. Son las normas libres de la creación.
Conviven, y sin fricciones, el barroco, el folklore, lo asiático, la clásica contemporánea, los arreglos árabes, la experimentación
Por tanto, en Tarta Relena hay cubos enteros llenos de exigencia. El proyecto lo pide. No ahora solo, ha sido así siempre. Confían en el oráculo y en que ese futuro incierto se sostendrá por la fuerza del destino. Ese que, misteriosamente, nos ha llevado hasta una butaca como la de L'Auditori. Da igual la altura, o la cercanía. Seguramente, había otras opciones de ocio, pero ese día, y a esa hora, estabas ahí. Con Marta Torrella y Helena Ros. Aunque lo nieguen, ellas lo han elegido. La fotografía es la de un Auditori hasta los topes. No hay dudas, ni quejas, solo admiración. Y magia, y fantasía. Hay tres (o cuatro, o más), instantes de hipnosis. Y esta es colectiva. Allá donde en los discos son poesía y pureza, aquí son fuego. Y pirotecnia. Esa es parte de la transformación: la música urge y arde. E insisto, no hace falta entender nada, la idea es la de dejarse llevar.
Allá donde en los discos son poesía y pureza, aquí son fuego. Y pirotecnia. Esa es parte de la transformación: la música urge y arde. E insisto, no hace falta entender nada, la idea es la de dejarse llevar
Tarta Relena son dos, pero no, son más. Son infinidad de estilos y unas 6.000 lenguas que las arropan. Y todavía más: es un equipo. Por esa razón, al finalizar el concierto, convocan a desfilar a todos los involucrados: es tan importante el que diseña los vestidos como el encargado en escoger las luces. Cada pieza de la maquinaria importa. Incluso el público que aplaude a rabiar. Aunque no todos sepan (sepamos) el porqué.