En una ciudad donde las iglesias acostumbran a estar vacías los domingos, el 22 de mayo, el día de Santa Rita de Cascia, es una jornada especial. El convento de Sant Agustí, en el Raval, está lleno hasta los topes de feligreses. A la hora de comer, cuando la asistencia es más baja, la cola para hacer ofrendas a la santa "sólo" llega hasta el Teatre Romea. Por la tarde suele haber grandes aglomeraciones en la iglesia, hasta el punto que se tiene que entrar por una puerta y salir por la otra. La mayoría de los que se acercan al templo son mujeres de edad media, pero también hay chicas jóvenes, que llevan las típicas rosas a la mano. Los hombres están en minoría, pero hay algunos. La plaza de Sant Agustí está llena de puestos de rosas, donde las rosas grandes y esplendorosas se combinan con las diminutas rosas de pitiminí. La mayoría, rojas, que son las canónicas en esta ocasión, pero no faltan las blancas o rosadas. En realidad, hay quien considera que a Santa Rita no se le tienen que llevar las esplendorosas rosas de Sant Jordi, sino rosas más pequeñas, de aspecto más casero. Y, al lado de las rosas, no faltan las velas, los rosarios y las estampas de Santa Rita.

Rosas para conseguir imposibles

Santa Rita es la patrona de los imposibles (o de las causas perdidas) y de las mujeres maltratadas o con problemas de amores. Dicen que escucha a todos aquellos que, en el día de su fiesta, le llevan una rosa. Por eso hay largas colas para entregarle una rosa y besar la reliquia de la santa que se conserva en este templo. En la iglesia se van bendiciendo las rosas cada rato. La tradición establece que algunas de las rosas bendecidas no se depositan en el altar, sino que se llevan en casa donde se guardan secas, enteras o en pétalos. O se regalan a quien necesite conseguir un imposible. Dicen que si tienes guardada una rosa bendecida el día de Santa Rita, se cumplirá aquella petición que le hiciste a la santa y que parecía imposible de cumplir. Los altares del convento de Sant Agustí también se llenan de velas; por la noche incluso llenan los pasillos. Y los mendigos, confiando con la generosidad de los fieles, se acumulan en las puertas del templo y en la plaza Sant Agustí. En menor medida también se depositan velas y rosas en el altar de Santa Rita del claustro de la catedral de Barcelona. También se celebra la fiesta en la iglesia de las Hermanas de la Caridad de la calle Carolines, porque la santa también tiene una capilla en la modernista Casa Vicens.

El origen de la fiesta

Santa Rita de Cascia vivió en el siglo XV. Es una de las santas más populares del santoral católico, y su devoción fue difundida sobre todo por la congregación de los agustinos. Se la suele representar con unas rosas en la mano. Según la leyenda, su marido era muy violento, la maltrataba y no la dejaba ayudar a los pobres. Un día, él la sorprendió con un pan escondido bajo la falda. Cuando el marido le preguntó qué llevaba allí, ella afirmó que eran rosas. Y cuando él la registró, el pan se había convertido en rosas. También se dice que cuando estaba a punto de morir pidió a su prima, que lo había venido a visitarla, que le trajera una rosa del jardín. Estaba lleno invierno, pero la prima encontró el rosal florido y le llevó la rosa a Rita, que enseguida murió.

Monja y santa sin ser virgen

Dicen que Rita de Cascia había querido ser monja desde pequeña, pero sus padres la casaron cuando era muy joven y tuvo dos hijos. Su marido un día fue asesinado y su familia decidió que tenían que vengarlo, a la famosa vendetta. Rita aprovechó la ocasión para intentar entrar en el convento agustino de Santa Maria Magdalena de Cascia, pero no fue aceptada porque no era virgen. Poco después murieron sus hijos y ella agradeció a Dios su muerte, porque así no pecarían efectuando la vendetta. Aunque en el convento no querían aceptarla, una noche cuando estaba todo cerrado, ella apareció dentro: aseguró que había sido transportada volando por San Agustín y por San Juan Bautista. Ante esta explicación, fue aceptada como monja. Se explica que le aparecían estigmas en el frente, como los de la corona de espinas, que no se cerraban nunca. Murió 40 años después de entrar en el convento. Su cuerpo se mantuvo incorrupto y se venera en la basílica de Santa Rita de Cascia. Enseguida tuvo fama de santa, aunque no se la canonizó hasta 1900.