Madrid, 22 de octubre de 1859. Hace 163 años. A propuesta del presidente del gobierno, el general O'Donnell —del Partido Liberal—, las Cortes españolas votaban y aprobaban la declaración de guerra en el reino de Marruecos. En aquel conflicto, conocido como la Primera Guerra de África (1859-1860), participaría un contingente de 466 voluntarios catalanes, preparados con barretina y alpargatas y encuadrados en el Primero de Voluntarios Catalanes, dirigidos por un aventurero llamado Victorià Sugranyes, y a las órdenes del general Prim. La mayoría no sabían hablar castellano. Ni siquiera lo entendían. Pero se estimó que eran muy válidos para la empresa que se proponía. Y, al margen del deseado impacto publicitario, resultarían decisivos en el campo de batalla: conquistaron Tetuán (4 de febrero de 1860), la madre de todas las batallas de aquel conflicto.

Mapa político de España (1850). Fuente Biblioteca Digital Hispánica
Mapa político de España (1850). Fuente: Biblioteca Digital Hispánica

La España de 1859

Cuando estalló la crisis de África, el reino español venía de una primera mitad de siglo desastrosa (guerras napoleónicas, pérdida de casi todo el imperio colonial, guerras carlistas) que lo había hundido, definitivamente, en la segunda división de las potencias europeas. Según algunos estudios (Tedde de Lorca, Universidad de San Pablo), la economía española era, todavía, básicamente agroganadera (con un 64% de la población activa), pero con unos rendimientos muy bajos (un 40% inferiores a Francia, un 55% inferiores a Alemania y un 70% inferiores a Gran Bretaña). El mismo año 1859, sin ir más lejos, España —pretendida potencia cerealista— había importado trigo norteamericano para atender la demanda alimentaria de la población. Este detalle es muy importante, porque nos aporta una visión muy precisa de una sociedad sumida en una formidable crisis.

La Catalunya de 1859

Los gobiernos liberales que habían dominado la política española desde la muerte de Fernando VII (1833), no habían conseguido su propósito de modernizar el país y redistribuir la riqueza, y a finales de la década de 1850, el proyecto monarquía constitucional que había sido su eterna promesa, ya no tenía predicación entre las clases populares, sobre todo entre las clases obreras catalanas, que habían iniciado el camino hacia el republicanismo. Por ejemplo, poco antes (1846), Narcís Monturiol —el inventor del submarino— había promovido con éxito el proyecto Icaria —en el actual Poblenou de Barcelona—; una comunidad que practicaba el socialismo utópico (un grupo de familias que había renunciado a la propiedad, a la moneda y al comercio y que invertía los beneficios del trabajo sobre el conjunto de aquella microsociedad).

Representación de un voluntario catalán. Fuente Museu Nacional d'Art de Catalunya
Representación de un voluntario catalán. Fuente Museu Nacional d'Art de Catalunya

El porqué de aquel conflicto

El 24 de agosto de 1859 (dos meses antes de la declaración española de guerra), Abd-el-Rahman ib Hisham, soberano del reino alauí de Marruecos, moría; y era sucedido por su hijo Mohammed IV que no tan solo continuó la política expansionista de su progenitor, sino que incrementó la frecuencia de los ataques locales sobre las posiciones coloniales españolas de Ceuta y Melilla. Esta proyección expansiva, disfrazada de cruzada anticolonial, no era más que una tapadera para ocultar los graves problemas de subdesarrollo y precariedad que afectaban a la sociedad marroquí. El reino marroquí de 1859 era una sociedad rota; con una pequeña minoría inmensamente rica y con una gran mayoría inmersa en la miseria más absoluta. En aquella guerra, como se dice coloquialmente en castellano "se encontraron el hambre y las ganas de comer".

Los catalanes de África

El 3 de febrero de 1860, el Primero de Voluntarios Catalanes desembarcaba en la playa de Sidi Abdeslam, en las afueras de Tetuán, sin haber recibido instrucción militar. Pero no hacía falta, porque aquellos 466 aventureros procedentes de Barcelona, Reus, Mataró, Tortosa, Granollers y Vilanova i la Geltrú tenían una amplia experiencia militar adquirida en las sangrantes guerras civiles carlistas (1833-1840 y 1846-1849). Combatiendo tanto en el bando liberal como en el bando carlista. Este detalle es muy importante, porque nos presenta con una gran precisión el perfil de aquellos voluntarios. Aunque las representaciones de las batallas de Tetuán y de Castillejos nos dibujan unos catalanes jóvenes y enérgicos, la realidad era otra. Aquellos catalanes eran viejos y eran elementos expulsados del sistema porque habían confiado la juventud (la época de aprender un oficio) a la actividad de la guerra.

El general Delgado y el comandante Sugranyes. Fuente Museo Victor Balaguer y Museu Nacional d'Art de Catalunya
El general Prim y el comandante Sugranyes. Fuente: Museo Víctor Balaguer y Museu Nacional d'Art de Catalunya

La batalla de Tetuán

El 4 de febrero de 1860, el día siguiente del desembarque, el general Prim (Reus, 1814) ordenó el asalto de Tetuán, y al grito de "Avant, catalans, avant, que no hi ha temps a perdre", los situó en primera línea de combate. En aquella decisiva batalla murieron la mitad de los voluntarios catalanes, entre ellos su jefe militar inmediato, el comandante Victorià Sugranyes (Reus, 1807) que con aquel episodio bélico ya acumulaba más de cien batallas sobre sus costillas. Sugranyes había consumido su juventud combatiendo a los carlistas; y en el momento en que se inicia la captación de voluntarios era un elemento pasivo de su sociedad. Pero es importante destacar que, a diferencia de sus subordinados, vivía holgadamente con la pensión que le había concedido el régimen de Isabel II y malgastaba sus días calentando los culos de las sillas de los cafés de Reus.

¿Un regimiento militar o un grupo de sardanistas?

El general Prim no sentía ninguna simpatía por aquel catalanismo embrionario que se había desvelado a la muerte de Fernando VII (Aribau, 1833). La patria de Prim —como buen liberal español— era, exclusivamente, España. Sus arengas a la tropa, al inicio de las batallas de la Guerra de África, son bien elocuentes: "¡Soldados! Vosotros podéis abandonar esas mochilas, que su vuestras; pero no podéis abandonar esta bandera que es la de la patria. ¿Permitiréis que el estandarte de España caiga en poder de los moros"?. En esta línea preparó a los voluntarios catalanes con un vestuario folclórico (barretina y alpargatas) propio de una representación de pastorcillos o de un grupo sardanista. Y en la playa de Sidi Abdeslam, los arengó en catalán, porque en castellano no lo habrían entendido ni los alacranes que se escondían bajo las piedras.

Isabel II, Espartero y O'Donell. Fuente Wikimedia Commons

Isabel II, Espartero y O'Donell. Fuente Wikimedia Commons.

La españolización de los catalanes

La maniobra de Prim revela que la sociedad catalana de 1860, pasado un siglo y medio de la ocupación borbónica de 1714, todavía no había sido españolizada. Y revela, también, que la sociedad catalana —con la del País Valencià, la de las Mallorques, y la de los llamados "territorios forales vasconavarros"— era el objetivo de los gobiernos liberales españoles. Daba igual que fueran liberales moderados (Narváez, O'Donell) que liberales progresistas (Espartero, Prim). El liberalismo español, que hizo de España una mala copia de Francia, no quería concebir un estado plurinacional más allá de los aizkolaris, de los pastorcillos y de los pescadores de la Albufera (perxa, Sangonera!). De hecho, el progresista español Espartero, inspiración de Prim, proclamaría que, por el bien de España, había que bombardear Barcelona una vez cada 50 años.

Imagen principal: Fragmento de la representación pictórica de la Batalla de Tetuan, obra de Francesc Sans Cabot (1865). Fuente: Capitanía General, Barcelona.