Entramos en el confinamiento vistiendo abrigo y bufanda, pero todo indica que saldremos con camiseta de manga corta y chancletas. Cada año, a finales de abril, la primavera parece rebelarse del invierno para dejarlo plantado, desvincular de sus frías cadenas y correr a abrazar desmesuradamente el verano, pero titubeante, por eso entre Sant Jordi y Sant Ponç vivimos siempre aquellas semanas complicadísimas popularmente conocidas como entretiempo y que se traducen, básicamente, al preguntarnos cuándo hay que cambiar al nórdico de IKEA después de habernos levantado sudados como un piojo dos días seguidos.

Como en esta columna se habla de literatura basándonos en el protagonismo y practicidad que esta puede tener en la vida banal de personas como tú y como yo, he decidido confiaros un secreto: explicaros el Método Josep Pla para saber cuándo sacar el nòrdic®, que hasta este preciso instante no estaba patentado y que a partir de hoy pasa a ser de uso comunitario. Se basa en un ejercicio sencillo: cuando a principios de mayo la primavera se desboca y hay un aumento repentino de temperatura, hay que ir a hojear Les hores, volumen 20 de l'O.C. planiana, buscar el capítulo dedicado a la época del año en la cual estamos y comprobar qué dice el genio ampurdanés. Si todo concuerda, nórdico fuera. Si no concuerda, toca esperar.

Sacar al nórdico de invierno para poner la colcha de entretiempo es una decisión con la cual no se puede bromear, ya que, además, escogamos la opción que escogamos, las posibilidades de no alcanzar el confort y la comodidad deseada son altísimas: no sacar al nórdico acostumbra a ser sinónimo de pasar una noche más de calor, pero arriesgarnos a poner el cubrecama de primavera parece entregarnos, de cabeza, a levantarnos durante unos cuantos días acurrucados y añorando una manta. La emboscada a la cual la sabia naturaleza nos vierte cada mayo es tal que, de hecho, la ordenación de los capítulos de Les hores ya nos tendría que alertar de la dificultad de la decisión y del peligro de que corremos: entre “La primavera: les fonts” y "Fugacitat d’abril”, el capítulo del medio se titula  “El refredat anual ineluctable”.

Por eso es tan importante ceñirse a lo que Josep Pla dice en los capítulos posteriores a “Pasqua, les festes mòbils” y hacer caso cuando, por ejemplo, hablando del mes de mayo -que él nos recuerda que es el mes de María-, el autor describe el periodo como un tiempo de "confusión barométrica", con temporales rociados, bajadas de temperaturas y, al fin y al cabo, una confusión climática que hunde por el suelo todo aquello vivido previamente en las postrimerías de abril, con aquellos días "en qué el aire, ligeramente suavizado, pero todavía verde, joven y fresco, queda en suspenso, como si no supiera qué hacer entre continuar el sueño del invierno o espabilarse definitivamente". Es como si el invierno, asumiendo el papel de irreductible malo de la película y conocedor que es la estación más antipática, impopular y poco deseada del año, emergiera mayo tras mayo de las cenizas cuando ya creíamos que estaba muerto, demostrando que no se lo tumba fácilmente.

Poco importan las fotografías de gente paseando bajo el sol y cerca del mar, el canto acelerado de todos los pájaros venidos con el buen tiempo o el estallido de las flores inundando de color cada palmo de aquellos paisajes que meses atrás parecían fotogramas en blanco y negro. El invierno, ni que esté moribundo, es más potente que todo eso y cuando "refinados de la benignidad de abril, salimos a la calle sin defensas [...], después pasamos el mes haciendo unos estornudos desaforados". Yo no lo sé si abril es una precipitación del verano y mayo es un retraso de la primavera, pero sabiendo que en abril cada gota vale mil y en mayo, en cambio, cada día hay un rayo, el agravio comparativo entre las dos formas de comprender la lluvia ya nos pone de manifiesto que este quinto mes del año esconde más sustos que alegrías.

Por lo tanto, cuando esta noche os pongáis en la cama y cavileis si ha llegado el decisivo momento de cambiar al nórdico, corred a buscar el libro de Josep Pla y, en caso de no tenerlo a mano –cosa que no os deseo, ya que en cualquier casa de nuestro país tener libros de Pla es tan necesario como tener un termómetro o una linterna-, seáis prudentes, pequéis ni que sea por un día de conservadores y fiaros de este humilde artículo en el cual os aseguro aquello que todos sabemos y no queremos asumir: abril es, igual que la literatura, un espejismo para amar el mundo tal como hubiera podido ser; en mayo, en cambio, igual que el periodismo, es asumirlo tal como es.