Dice la leyenda que a finales del sXIV, cuando en Barcelona el mar llegaba hasta donde actualmente encontramos el Paseo de Isabel II, en una sala llamada de Contractacions nació el concepto de bancarrota. Aquella era la sala principal de la Llotja de Mar, el edificio situado a primera línea de costa donde mercaderes llegados de otros puntos del Mediterráneo y comerciantes de la ciudad negociaban en un espacio que compartían, también, con los banqueros de la ciudad reunidos en la Taula de canvi. De aquello hace más de siete siglos, pero hay pecados inherentes al ser humano que no se superan ni con casi mil años de historia, por eso la corrupción o las triquiñuelas financieras ya existían en aquella especie de bolsa medieval tan poco diferente a los mercados financieros actuales: de esta forma, en aquella Sala de Contractacions tan concurrida por comerciantes genoveses, venecianos, marselleses, pisanos y napolitanos, cuando un banquero era pillado practicando la corrupción con el fin de lucrarse de forma ilegítima, automáticamente se le rompía la mesa con una almádena, era detenido y posteriormente condenado a dos años en galeras. De aquel acto visualmente tan contundente y violento como el hecho de romper una mesa nació la palabra genovesa "banca rotta", que hizo fortuna en la República de Génova para referirse a la insolvencia financiera hasta convertirse hoy en un concepto comprendido para todos.

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Suscriptores de ElNacional.cat durante la visita con Marc Pons.

Esta es sólo una de las muchas anécdotas que el pasado viernes Marc Pons, historiador y articulista de ElNacional.cat, explicó a un reducido número de suscriptores de ElNacional que hicieron a una visita exclusiva en la Llotja de Mar, un edificio que a pesar de estar ubicado en el centro de Barcelona sigue siendo, todavía hoy, una joya desconocida para muchos barceloneses. Propiedad actualmente de la Cambra de Comerç, la Llotja nació en la Edad Media como espacio donde los mercaderes barceloneses se encontraban para hacer negocios entre ellos y, sobre todo, con mercaderes llegados de otros territorios. La Sala de contractacions, de estilo gótico y acabada el año 1397, es la zona más antigua del actual edificio, junto con el primer piso, donde se ubicaba la sede del Consulat de Mar, la entidad encargada de velar por los derechos de los comerciantes.

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Saló Lucrècia de la Llotja de Mar.

El asedio borbónico de 1714, la caída de Barcelona y el Decreto de Nueva Planta trastocan al cien por cien el edificio, que todo de un paso a convertirse en un cuartel militar. Varios prohombres de la ciudad afines a la causa borbónica, sin embargo, consiguen recuperar el edificio décadas más tarde, lo reforman y crean la Junta de Comercio a cambio de construir, con su propio dinero, un nuevo cuartel en otro lugar: el edificio, que se rehabilita casi en su totalidad y siguiendo los preceptos arquitectónicos del neoclasicismo, tiene un coste de 300.000 libras catalanas y casi un millón de libras si hacemos el cálculo del coste total de la inversión, una cantidad equivalente al salario de prácticamente todos los habitantes de Barcelona en aquel momento. En el nuevo edificio, aparte de la Junta de Comercio, se establece también la Escuela Gratuita de Diseño, conocida popularmente como la Escola de la Llotja y que actualmente mantiene en el edificio a la Real Academia Catalana de Bellas Arts de Sant Jordi. El Saló Lucrècia y la Sala del Consulat de Mar son dos de las salas más espectaculares que se conservan idénticas a aquella reforma: en la primera figuran los retratos de todos los últimos presidentes de la Cambra, mientras que la segunda era la sala de apelaciones del Tribunal del Consulado de Mar.

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Suscriptores de ElNacional.cat en el Salón del Consulado.

Acabada la visita, uno se pregunta: ¿por qué incomprensiblemente este edificio espectacular, patrimonio mercantil de la ciudad y con una historia fascinante es todavía hoy tan poco conocido para tantos catalanes? Averiguar la respuesta a esta pregunta no es una tarea fácil, pero por suerte, poner remedio y descubrir la Llotja de Mar es tan sencillo como acercarse cualquier sábado por la mañana, hacer una visita y aventurarse en un viaje en el tiempo más fascinante que ver a alguien rompiendo con una almádena una mesa.