"Cuando yo era pequeña, me llevaba a mi hermana pequeña a jugar con mis amigas y los decía: «La Maria es de azúcar». Lo decía para que no le hicieran daño, perquè̀ vigilaran y no le tiraran la pelota demasiado fuerte. Ser de azúcar hace que estés protegido. No te deja hacerte daño, no te deja arriesgarte. Cuando eres de azúcar no pierdes nunca, pero tampoco juegas. Cuando eres de azúcar es como si no estuvieras". De esta manera resume la psicóloga y directora teatral Clàudia Cedó (Banyoles, 1983) su última obra, Mare de sucre, estrenada en el Teatro Nacional de Catalunya en el marco del Festival Simbiòtic, que lleva por lema "Sólo es teatro si es para|por todo el mundo".

Después de haber subido a los escenarios el tema tabú del luto perinatal a Una perra en un descampado, la dramaturga nos vuelve a plantear una obra de aquellas que nos remueve e inquieta y no es fácil quitarte de la cabeza una vez sales de la sala. De nuevo, Cedó construye la obra en torno a la cuestión de la la maternidad, pero desde un ángulo aparentemente diferente. Y digo aparente, porque las dos parten de la experiencia, bien como madre que pierde a su hijo en el quinto mes de gestación, bien de observar cómo preocupa la cuestión en el colectivo de personas discapacitadas, después de 15 años haciendo teatro con actores con diversidades funcionales, enfermedades mentales, autismo...

Madre de azúcar/May Zircus TNC

El deseo de ser madre de alguien que no lo tendría que tener

La Cloé tiene 27 años y quiere ser madre, pero la Cloé también tiene un 65% de discapacidad intelectual que hace que socialmente hayamos decidido que no puede ser madre. Durante años se ha ignorado la cuestión, apostando por la infantilización de las personas con diversidad funcional, reprimiendo cualquier deseo sexual y de una manera más drástica, con implantes subcutáneos anticonceptivos o esterilizaciones. Pero, ¿qué pasa cuándo alguien a quien han educado en una idea de inclusión y autonomía –lejos ya de los tiempos en que este tipo de personas se escondían en casa o se recluían a perpetuidad en una institución– plantea una demanda insólita, que rompe la normalidad que sobre la cuestión hemos ido construyendo?

Las enormes dificultades que supone tener un hijo para una madre discapacitada, el derecho superior del menor –que no se aplica a tantas y tantos malos padres "normals"–, pero también el temor delante del inesperado de la familia, e incluso el problema económico que puede suponer para la institución tutelar donde vive la chica, son algunos de los argumentos con los cuales la madre, la educadora y el director de la Fundación que cuida de la Cloé tratan, por su bien, de quitarle de la cabeza su deseo, con la buena intención de protegerla, de eliminar cualquier riesgo, de devolverla, de nuevo, de azúcar. Sin embargo, la Cloé no quiere ser de azúcar, quiere jugar, quiere existir, quiere hacerse daño, equivocarse, dudar. Como cualquier madre, como cualquier persona.

Actores especiales, no especialistas

Más allá del tema y el gran texto de la autora, el gran acierto de la obra es que asistir a la Sala Talleres del TNC también supone que se nos ponga ante la cuestión de la normalidad y la especialidad, porque los papeles principales –los compañeros del piso asistido donde vive la Cloé y ella misma– están interpretados por los actores de Escenaris Especials, que capitanea Cedó. Unos actores que trabajan de manera profesional, aprendiéndose papeles protagonistas –incluidos los largos monólogos interiores de la Cloé, interpretada por Andrea Álvarez-, dándose las réplicas correspondientes, llevando el peso de la obra, con el apoyo de los papeles secundarios de Maria Rodríguez Soto, en el papel de la educadora que cuida del piso tutelado donde viven, Ivan Benet, en el papel del director del centro y Teresa Urroz, como la madre de la Cloé.

Madre de azúcar May Zircus TNC

Andrea Álvarez, Marc Buxaderas, Mercè Méndez y Judit Pardàs son los responsables de los momentos más cómicos y más emotivos de la obra. Aunque cueste al principio, dudo de que los espectadores no se hagan un hartón de reírse con la Consuelo, que al mismo tiempo, se convierte en el personaje más triste, con el dolor dentro de unos tiempos no tan lejanos. Que quien la interprete sea una persona discapacitada, que no quiere ni lástima ni conmiseración, sino lo que, como todo actor, quiere generar emociones, también rompe tabú, acostumbrados a no dar voz ni representación a este tipo de intérpretes. ¡Y eso que estos suculentos papeles han sido premiados cuando les han interpretado actores prestigiosos!

Quizás como a plantearnos la posibilidad de que una mujer con discapacidad intelectual quiera ser madre, nos tendremos que acostumbrar más a menudo a ver encima de los escenarios actores en silla de ruedas o diversidad de hablas, rostros o movimientos. Ser testigos de esta nueva normalidad es el privilegio que tendremos los que hemos podido ver Mare de sucre Muy lamentablemente para el resto, el TNC hace días que ha colgado el cartel de entradas agotadas.