Aunque sólo han pasado dos meses y medio desde la llegada del 2021, ya se puede afirmar, sin ningún tipo de reserva, que Los espabilados es el peor producto televisivo del año. Esta semana, un esbirro del diablo, un alguacil del mal, un burócrata de la execración, me recomendó que mirara la última obra de Albert Espinosa en favor del divertimento. Lo he hecho y ahora sólo tengo dos opciones: redactar unas líneas terapéuticas que no irán a ningún sitio o engullir un puñado de barbitúricos, talmente como si fuera un niño que ha encontrado la caja de Chocapics prohibida, con el fin de poner fin al sufrimiento que, desde que he acabado de ver esta pedazo de abominación audiovisual, corrompe mi espíritu.

Antes de iniciar esta lenta y dolorosa procesión hacia las profundidades del imaginario más decadente de Espinosa, sin embargo, quizás conviene tomar un soplo de aire en forma de síntesis y datos técnicos. Creada, dirigida y guionizada por el padre de Pulseras rojas, Los espabilados es una producción de Movistar+ que se puede ver en el canal de la plataforma (sólo si sois idiotas como yo) y que explica la historia de un proxeneta redimido que, después de ver como un narcotraficante keniata asesina a la prostituta de la que se había enamorado, decide emprender un peligroso viaje al corazón de Kinsasa con el fin de armarse hasta los dientes y ajusticiar a sangre fría al criminal que ha acabado con la vida de su querida. Es broma, evidentemente la cosa no va por aquí. Estamos hablando de Albert Espinosa, la fiesta dels Súpers de los creadores de contenido, un individuo que si pudiera se pasaría la vida entrando y saliendo por la puerta pequeña del Imaginarium. Sin sorpresas: esta es la historia de cinco preadolescentes que se escapan de un centro psiquiátrico porque "la sociedad está enferma". ¿Un poco pretencioso, quizás? Bueno, es lo que hay.

Dicen los psicólogos reales —no los de la serie— que una buena manera de hacer frente a los problemas que nos ahogan es enumerarlos todos en una lista, hecho que ayuda a relativizarlos. Y quizás tienen razón. Como todos y cada uno de los elementos de Los Espabilados han conseguido dejarme el cerebro más frito que una tira de bacon en Connecticut, me dispongo a reseñarlos punto por punto, de manera ordenada, casi académica, con el fin de intentar poner luz a la oscuridad.

Todo el mundo está loco menos tú

La tara principal de la serie es que insiste en el credo inconsciente e irreflexivo que todos los menores del centro psiquiátrico son personas sin ningún tipo de problema. Unas personas que, literalmente, han estado "cerradas injustamente" por culpa "de una sociedad enferma". Seguro que hay niños del mundo que no merecen este destino, pero no hay que ser licenciado en sociología para darse cuenta de que el reduccionismo que propone es un ejercicio de irresponsabilidad sin precedentes que hace de la excepción la norma y que pretende blanquear la realidad, hasta el punto de que el jefe del centro psiquiátrico de la serie —interpretado por un Àlex Brendemühl absolutamente vendido— por momentos parece el lobotimizador de Shutter Island.

No a los coachs

A la frivolización constante de un asunto tan delicado como la salud mental de los menores hay que sumar el ingrediente estrella de Espinosa: el coaching barato y grandilocuente. De la misma manera que no pedirías a tu Yorkshire que recitara versos de Bécquer, sería una temeridad exigir al director barcelonés que intentara escapar de la fórmula 'Mr. Wonderful' que prácticamente ha patentado. Pero es que esta vez se han cruzado todas las líneas rojas. Los personajes de la serie, en lugar de intentar llevarte a A o B, de intentar despertarte algún tipo de sentimiento, simplemente sirven como altavoz del insoportable discurso de la mente pensante que tienen detrás, reventándonos con una retahíla inacabable de sentencias paternalistas que, lejos de enriquecernos, sólo sirven para dar cuerda a esta cruzada contra el entendimiento que es Los espabilados. Especialmente sangrantes son los monólogos del protagonista, Mickey L’Angelo, quien tiene la misión de hablar directamente a cámara para difundir las proclamas de Espinosa, una técnica que consigue romper la cuarta pared, ya que te entran ganas de destruir todas las paredes de la habitación con el cráneo para sufrir una conmoción cerebral y olvidar lo que acabas de ver. En defensa de Espinosa, hay que decir que no esconde las cartas, precisamente. Los nombres de los capítulos son frases azucaradas —Devuelve puñaladas con sonrisas, No tengas miedo de ser la persona en la que te has convertido más propias del muro de Facebook de Josep Ajram que de una producción seria.

¿Queréis que saquemoh la pistola?

Entre tanta cursilería, no pasan por alto los más que evidentes agujeros negros que tiene el guion, unos errores que, por mucha pátina de irrealidad que quiera adoptar Espinosa, son injustificables. El jefe del centro psiquiátrico, por ejemplo, ha desarrollado una innovadora y en ningún caso temeraria técnica que consiste en dar una pistola a los preadolescentes enfermos, un método que todavía se vuelve más alocado cuando descubres que se trata de un arma real que se puede cargar —y utilizar— sin ningún inconveniente. Ya lo decían los Pistoleros del Eclipse: "La pistola cuando se saca es pa' disparar, el que la saca pa' enseñarla es un parguela". De ejemplos como estos, tantos como queráis: desde una pretendida huida épica del frenopático —necesitan la llave y no se han dado cuenta de que la valla tiene literalmente menos de un metro de altura—, hasta el abuelo que se encuentra a un niño en el ferry y, sin ningún tipo de input, es capaz de adivinar que está viajando solo.

¿Pero es que nadie va a pensar en los niños?

Por último, y aquí sí que toca ponerse serio, hay que hablar sobre la interpretación de los actores, la mayoría de los cuales son críos que, probablemente, nunca se habían puesto delante de una cámara. El bajo nivel que demuestran —que nos arrancaría una sonrisa si estuviéramos viendo una obra de teatro de 6.º de primaria y no una megaproducción— no los retrata a ellos, sino a un director de casting que ha hecho muy mal su trabajo. En defensa de su honor, hay que decir que los personajes dibujados por Espinosa, contra los cuales no pueden luchar, son más repelentes que carismáticos, especialmente el tal Mickey L’Angelo, un chico muy atormentado pero más chulo que un cani con una espada. "Busca menos y déjate encontrar más", dicen. O lo que es lo mismo: de donde no hay, no se puede sacar nada.