Está la nada, primero. La explosión. Gas, materia. Todo en expansión. Pensar en la inmensidad del universo, marea. Darse cuenta de que somos una parte muy pequeña, el planeta, el continente que habitamos, incluso nuestra ciudad y nuestro barrio minúsculo, aturde. Somos en relación con las coordenadas de esto micro. Y aquí están metidos nuestros problemas trascendentales, nuestras vidas (tan parecidas, desde lejos, las unas de las otras). Yo no sé pensar a lo grande, en las galaxias y los años luz. No tengo las herramientas, no sé entenderlo. Pero todo este prefacio exagerado es para explicar que si sois profesores, me entenderéis. Y si no, quizás también. El infinito son los exámenes por corregir. Inacabables, este marzo de final de evaluación con pocos festivos, de acumulación de dos tercios de curso y de un cansancio palpable.

Son el infinito, sí. Son la repetición perpetua. Los minutos que pasan y tú que no avanzas porque son como los doce trabajos de Hércules, pero no son doce, son doscientos ochenta. Los primeros cinco, no os lo negaré, son interesantes: esto no lo han estudiado del todo bien, pero aquello otro sí y han entendido el texto. Después de estos primeros, de la novedad que te confronta con la eficiencia de tu trabajo (y aquí no te puedes engañar, solo lo sabrás si no has escogido deliberadamente por cuáles empiezas) vienen 27 más. Llenos de mucha letra, de rayadas y típex, de asteriscos porque "aquí no me cabía, profe". Corrijo dos y miro Twitter. Media hora en Twitter y ya habría corregido cuatro más. Va, hazte un té y concéntrate. Y cuando te estás preparando la infusión te das cuenta, no entiendes cómo es que no te habías dado cuenta antes, de que el microondas está sucio (no tiene ningún sentido que no te hayas dado cuenta de ello antes). Límpialo ahora que lo has visto. Y mientras limpias el microondas piensas en la cena. Es mucho mejor que, ahora que te has levantado y estás en la cocina, escojas la judía tierna y así ya lo tendrás hecho. Te pones a ello y quieres ir deprisa pero hoy estas judías se te resisten un poco.

Vuelves a la mesa. Ahora sí. Corriges uno, y otro y otro y otro y otro. El té se te ha enfriado. Segundo viaje al microondas (impecable). Ahora vas a buen ritmo. Pero llevas 10. Te quedan 19. Te quedan casi el doble de los que has hecho. Te has propuesto acabar esta clase por la tarde y empiezas a ver que no lo conseguirás. Y no lo quieres pensar pero sabes que es la primera que corriges y que tienes cuatro más. Treinta alumnos por clase. Unos 120 exámenes. Cálculo de tardes libres, de planes de fin de semana. De todo lo que pensabas que podrías hacer si te organizabas bien (debe existir alguien en este universo infinito que lo consigue). Horas y días de tics, numeritos, la nota rodeada. 120 notas rodeadas. Cometes siempre el error de dejar para el final a los de las letras más complicadas (por decirlo de manera amable) y entonces se multiplica el tiempo por examen. Ahora te faltan 13. Llegados a este punto, ya dudas de si los parámetros que has utilizado para corregir el primero todavía son exactamente los mismos que estás aplicando. Cualquier cosa te ralentiza, sobre todo aquella pregunta de un punto y medio dentro de la cual (no sabes en qué momento) creaste siete subapartados que valen 0,21428571 cada uno. Te faltan 8. Va, que solo son 8.

Los alumnos son atrevidos y te preguntarán por los exámenes al cabo de dos horas de haberlo hecho. Insistirán, cada vez que te vean: "¿tienes los exámenes?" "¿has empezado a corregir?"

Los alumnos son atrevidos y te preguntarán por los exámenes al cabo de dos horas de haberlo hecho. Insistirán, cada vez que te vean: "¿tienes los exámenes?" "¿has empezado a corregir?". Te disculpas mucho, entras en clase disculpándote. Y llega un momento (y aquí tu culpabilidad tocará fondo, pero al mismo tiempo sentirás el aligeramiento de poder eludir la respuesta) que se olvidarán. Y aquel examen que tienes casi recién corregido sobre la mesa en una pila, formará parte de un pasado medio remoto, medio extraviado. Por eso los sorprende que un día después de muchos días, entres en clase como Hércules triunfante con los exámenes bajo el brazo. Entonces, empieza otra lucha: la cola de reclamaciones, como la zona de atención al cliente de El Corte Inglés un 10 de enero. Algunos que no has sumado bien, otros que aseguran que han escrito lo mismo pero "a mí me has contado 0,40 y a él 0,50". Revisa, duda, cambia. Os prometo que es un trabajo precioso. Pero pagas un precio alto. Está la nada, primero. La explosión, el gas, la materia que se expande. Como los exámenes. Mirar el infinito de cara. Luchar y vencer.