Vivir el presente es más difícil de lo que parece. En principio es una tarea que no tiene mucha complicaciones y, de hecho, la única premisa que se necesita para llevarla a cabo es estar vivo. Pero no es tan fácil.

Los jóvenes somos capaces de ir a dormir eufóricos y despertarnos con el ánimo del Amy Winehouse después de estar encerrada dos semanas en un centro de desintoxicación. Entremedias no hace falta que haya muerto nuestro perro. El simple paso de las horas muchas veces es suficiente para cambiarnos el humor. ¿A que se debe, este hecho? Científicos de las universidades más prestigiosas de todo el mundo han estudiado el fenómeno y, después de realizar una lectura en diagonal de todas y cada una de las teorías que han publicado, os puedo decir que la respuesta es la siguiente: porque somos unos inconformistas subnormales.

Si hay una característica que nos une, nos simplifica y nos retrata colectivamente esta es la megalomanía. Cada cual de nosotros piensa que el futuro nos depara una realidad brillante, donde seremos las estrellas de un show eterno que contará con la participación, siempre puntual y poco trascendente, de actores de serie B como los amigos, el urólogo o el señor que te pide un cigarro en la salida del metro.

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Los bancos de imágenes gratuitos no tienen fotos de Amy Winehouse, pero te ofrecen cosas como esta si pones el nombre de la cantante en el buscador. ¿Por qué? Pues porque sí, porque pueden, supongo. El mundo es un lugar confuso. / Pixabay

Qué auténtica imbecilidad, eh, creer en el destino. Algunas personas piensan de verdad que aquello que les pasa está escrito. Escrito en las instrucciones de la lavadora, probablemente. Cuando pienso en ello, me gusta imaginarme un tipo de Jesucristo ciclado que juega a los Sims sobre un escritorio hecho de nubes estratiformes. En este videojuego te puedes cargar a los habitantes del pueblo colocándolos dentro de una piscina y eliminando la escalera, provocando que no puedan salir y se ahoguen. Suena ridículo, ¿no? Pues no lo es más que coger un cáncer letal cuando tienes 32 años y acabes de ser madre.

Vivir el presente siempre te puede servir de excusa cuando te da pereza quedar:

- Ei ¿quieres ir a tomar una birra? Me ha dejado la novia y necesito desahogarme.

-Lo siento, estoy viviendo el presente.

Hay personas que recomiendan vivir el presente de manera no irónica. Algunas de ellas incluso cobran. “Olvida los problemas, vive el presente”, aseguran mientras te intentan vender un vuelo a Bangkok con escala en Estambul. La realidad, amigo, es que el presente se puede vivir en Tailandia tomando el sol y también en el lavabo de un Cercanías mientras haces caca.

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Mi alma, atrapada en el lavabo de la estación de Cercanías de Cerdanyola, donde cagué hace cuatro años / Pixabay

Como siempre, la necesidad de reivindicar que se viva el presente nace del immesurable egocentrismo de las personas. Como cada persona vive su presente, algunos empanados creen que hay que recordar a los demás que también vivan el suyo. Gracias, genio, suerte que me lo has dicho porque ahora me pillas viviendo en el pleistoceno.

En este sentido, hace 300 años el filósofo George Berkeley planteó una cuestión que a día de hoy algunos avispados se encargan de reciclar constantemente. “Si un árbol cae en medio de un bosque y nadie está cerca por escucharlo, ¿hace ruido o no?”. La pregunta, más allá de ser ridícula, es una gran falta de respecto a los orangutanes, el colectivo más perjudicado por la caída de los árboles de los bosques. Los pobres simios llevan décadas comiéndose la goma de freno de las grúas y sus propias heces y, encima, tienen que aguantar que se banalice la tragedia que sufren a diario.