Siempre que entro en un camping, lo primero que hago es fijarme en la recepción. Cómo da el sol, hacia dónde está orientada, cuántos metros debe medir su interior, qué pinta tiene su butaca. ¿Se debe poder leer y escribir a gusto allí dentro? De primeras, es fácil pensar que hay 10.000 lugares más literarios que un camping.

Se han escrito grandes textos en tanatorios, en iglesias, en psiquiátricos, en hoteles, en la barra de un bar o en el vagón de un tren. Sin embargo... ¿en un camping? ¿Cómo estimular la inspiración en un lugar lleno de arena, pinaza, toallas manoseadas, neveras de picnic, calcetines sudados y jubilados con la camisa desabrochada y la panza a punto de explotar? Sí, es posible. Siempre que estés al corriente de la historia de un escritor que durante una época pasó largas temporadas, cambiando por completo su significado. Los buenos escritores tienen este don: todo aquello que tocan pasa a ser literatura. Como si su genio volcara sobre el paisaje y lo cambiara inexorablemente.

Bolano
Un joven Roberto Bolaño recién llegado a Barcelona.

Pobre pero exquisito

Entre 1978 y 1981, Roberto Bolaño fue el vigilante nocturno del camping Estrella de Mar de Castelldefels. Trabajó en etapas intermitentes, sobre todo los veranos, también algún invierno. El camping, que todavía existe, a diez minutos a pie de la playa, es un lugar de culto para los admiradores del autor chileno, hoy convertido en un mito sin fisuras, maldito y perfecto. En parte, por lo que representa: un momento clave en la vida del escritor.

En aquellos tiempos, Bolaño tenía 25 años, y sólo hacía uno que había llegado a Europa procedente de México. Son los primeros días del poeta infra-realista en Barcelona, de sus paseos bohemios por el Raval, de su reclusión silenciosa y modesta en el 45 de la calle Tallers, rodeado de libros, tazas de café y el humo de cigarrillos baratos, y de la posterior mudanza al piso de su madre, en la Gran Vía, cerca de la Plaza Espanya.

Son también los días del deseo literario, del completo anonimato, de la escasez económica, y de la necesidad de Bolaño de coger cualquier trabajo para poder seguir escribiendo. Lo explicaba él mismo en una de sus últimas entrevistas: "Trabajé en todos los trabajos más humildes. En todos. Y no tiene ningún mérito haber trabajado en estos lugares. Más bien todo lo contrario. Pero, sin embargo, no me convertí en un escritor proletario o de masas. Siempre fui un escritor muy exquisito. Estaba de mierda hasta el cuello, pero yo seguía conservando mi exquisitez".

Así, pobre, pero exquisito, fue a parar al Estrella de Mar.

camping estrellademar barcelona

Pobre però exquisit: Roberto Bolaño va treballar de vigilante nocturn al càmping Estrella de mar de Castelldefels.

William Burroughs y cine al aire libre

La vigilancia nocturna de un camping, al fin y al cabo, es una actividad relativamente tranquila, y a Bolaño le permitía cobrar un dinero y a la vez disponer de silencio y tiempo para seguir haciendo sus cosas. En algunos de sus poemas, publicados todos juntos en Poesía reunida, flotan detalles de aquella vida del autor salvaje entre tiendas de campaña, rulots y bungalows. Las horas en la recepción con la radio encendida, fumando y leyendo a William Burroughs sin descanso; las noches calurosas de cine al aire libre entre los pinos del camping, espiando como los espectadores miraban la pantalla y con las manos asustaban a los mosquitos; la música de los grillos y el vacío de las pistas de tenis de madrugada, que bajo la luz de los focos parecían "un aeródromo clandestino"; las carreras adolescentes en la zona de las duchas o las ráfagas de viento que levantaban la arena; los desayunos y las cervezas en el bar de Pepe García, una vez acababa el turno.

Bolaño escribía lo que veía y hacía, y lo que veía y hacía, una vez escrito, cobraba otra dimensión. Allí también chocó con figuras, casi siluetas, que se infiltrarían en sus textos: el niño de la pistola de balines, el hombre del sombrero de paja que echa la sieta con las piernas levantadas, los oficinistas con bañador y vasos vacíos en las manos, la chica belga que lee cerca de la piscina... Pizcas de cotidianidad que se clavaban en su literatura, que, poco a poco, iban configurándola. En una de aquellas guardias, incluso, leyó que otro escritor célebre también había tenido un empleo similar al suyo. Al descubrimiento le dedicó un poema: "Según Alain Resnais / hacia el final de su vida / Lovecraft fue vigilante nocturno/ de un cine en Providence. / Pálido, sosteniendo un cigarrillo / entre los labios, con un metro / setenta y cinco de estatura / leo esto en la noche del camping / Estrella de Mar".

Roberto bolaño estencil
Las paredes de Barcelona recuerdan al escritor Roberto Bolaño.

El turista francés

Bolaño, en Castelldefels, también conoció a muchos campistas. Salía de la recepción, daba un paseo, se sentaba en la silla plegable sobre el camino de grava, charlaba con la gente. Había tantas horas muertas que alguna valía la pena pasarla en compañía. Así conoció a toda clase de personajes. Así conoció, sin ir más a lejos, al "francés", un hombre que acabaría haciéndose famoso gracias a la novela de otro escritor.

Todo empezó, eso sí, por el mismo Bolaño, que cada verano se convertía en el confidente de aquel turista. Un viejo que pasaba meses instalado en la caravana, y que le hablaba de su fascinante pasado en la guerra, de su lucha con el bando republicano en España o de su participación en la liberación de París. El vigilante compartió las anécdotas con algunos de sus amigos, y así fue como Javier Cercas tropezó con la historia de lo que acabaría siendo el mítico Miralles de Soldados de Salamina; el autor se inspiró en aquel veraneante del camping del que le había hablado Bolaño para esbozar al soldado que le perdona la vida a Sánchez Mazas.

Saltando de la poesía a la prosa

La presencia de Bolaño en el Estrella de Mar, de una manera incomprensible, pero también inevitable, hizo que en un espacio yermo de literatura se produjera un verdadero estallido narrativo. Por su obra, aquella serie de experiencias también serían importantes. Bolaño se preparaba en aquel momento para dar el salto definitivo de la poesía a la prosa. Años después sabríamos que durante aquellas noches en la costa del Baix Llobregat escribió la primera versión de Amberes, que Anagrama no publicaría hasta el 2002.

Amberes es la novela más extraña y ambigua del escritor; al mismo tiempo, probablemente también la más personal. Se trata de un nido de relatos enrevesados, donde a las imágenes del camping se añaden crímenes misteriosos y coches de policía, escritos con un tono marcadamente poético. De hecho, buena parte del material es a la vez un poema titulado 'Gente que se aleja' que se incluye en La universidad desconocida.

Curiosamente, en sus últimos años de vida, Bolaño dijo que Amberes era lo único de sus libros que lo hacía sentir realmente orgulloso. ¿La razón? Que nadie había sido capaz de descifrarlo. Pocos meses antes de morir, en otra entrevista, insistió en la estima que le tenía en la novela: "Me gusta mucho, quizás porque cuando la escribí yo era otro, en principio mucho más joven y quizás más valiente y mejor que hoy. El ejercicio de la literatura era mucho más radical que hoy, que procuro, dentro de mis límites, ser inteligible. Entonces me importaba un rábano que me entendieran o no".

Es este Bolaño, novel, rebelde e impenetrable, el que estrena el símbolo y la leyenda. Es este Bolaño, delgado, cabelludo y quemado por el sol, el que empieza a experimentar con una voz que al cabo del tiempo construiría auténticas catedrales literarias como Los detectives salvajes o 2666. Es este Bolaño, el veraniego, el vigilante nocturno, el que me vuelve a venir en la cabeza cada vez que entro en un camping y me fijo en la recepción.