J.M Romero es un viajero impenitente. Ha recorrido Asia, de Irán hasta Japón, desde hace más de 40 años. Desde hace seis años, se ha instalado en Tailandia. Ahora, publica en la editorial Comanegra Cròniques Orientals, un libro en que mediante un centenar de breves textos relata, con ternura y humor, la experiencia acumulada con sus viajes.

En mi primer viaje al Asia me animaba la esperanza en un mundo mejor

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¿A los 19 años Usted ya estaba en Kabul? ¿Qué le llevó allí? ¿Porque fue?

Los últimos tiempos del franquismo era una época en que la gente estaba muy politizada, militaba en el PORE, en el PSUC, en el PT... A mí, eso no me parecía mal, pero a mí me atraía más la cosa hippy, con la música, con Pink Floyd, con las lecturas que venían de California, como Krisna Murti... Y con esta influencia, cansado de la gris España, me fui a los 18 años a Cardiff a lavar platos y a aprender inglés. El paso siguiente fue irme con un amigo a dar vueltas por Asia, con 4 perras... Nos gastamos 65.000 pesetas de la época, una miseria, y nos pasamos 7 meses allí... No sabíamos ni adónde íbamos. Muchos de los lugares adonde llegábamos ni sabíamos que existían. Nos animaba la esperanza, quizás infantil, de un mundo mejor. Fue un cuento de hadas.

¿Qué le aportó aquel viaje?

En Asia conocí un mundo diferente... Entonces no era como ahora, no estaba todo globalizado. Y tenías el apoyo de tu colectivo de hippys, que más allá de la droga y la quincalla, tenía cosas más serias. El movimiento hippy tenía una ideología que yo todavía mantengo: una apuesta por una vida simple, próxima a la naturaleza, haciendo vida en comunidad... Es una cosa que reivindico cada vez más... El mundo actual nos lleva a ser cada vez individuos más aislados, angustiados...

Reivindico cada vez más la ideología hippy

¿Se ha acercado al budismo o a otras religiones orientales?

Yo soy muy poco de religiosidad. Nunca lo he sido... Pero las filosofías de proximidad a la tierra, de aceptación del cambio son muy positivas y se tienen que reivindicar, sobre todo ahora, que estamos atrapados por el consumismo. Hay algunas cosas de estas filosofías que hay que reivindicar, aunque no es necesario ponerle el nombre de Zen ni otros nombres... Estas filosofías podían ser sugestivas porque eran exóticas, pero también porque mostraban una filosofía que se acercaba mucho al movimiento hippy.

Este libro explica anécdotas sucedidas hace 40 años... ¿Porque publicarlas ahora en forma de libro?

Esto nace de unas crónicas radiofónicas que me pidió mi amigo Toni Arbonés para el programa Els viatgers de la Gran Anaconda. Ahora que ya hace 42 años que pisé Asia por primera vez, y que ya he pasado 10 años enteros allí, quería hacer un mosaico de mi vida, con cosas muy diversas: desde el momento en que llegué a Kabul hasta qué pasa con el señor que vende frutas al lado de mi casa. El conjunto, sin que las crónicas estén ordenadas, le da profundidad en el tiempo y en el espacio.

Soy un viajero prudente. Me gusta ponerme en un rincón y observar

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En este libro predominan las experiencias buenas; ¿malas, no ha tenido?

Tengo pocas experiencias negativas, de verdad. Las experiencias malas no han sido grandes, han sido tonterías. No me han pasado cosas terribles. Quizás porque he sido un viajero bastante prudente. Cuando detecto que alguna cosa puede ir mal me repliego... Yo soy un viajero más de observar. Me gusta contemplar a la gente, fijarme su manera de pensar. Soy muy discreto. Nunca he hecho fotografías, porque me siento agresivo haciéndolas... Me gusta ponerme en un rincón y observar... Quizás por eso soy escritor. Paul Theraux decía que el 90% del trabajo del escritor es observar. Cuándo leí eso, me dejó muy tranquilo. Porque yo me paso mucho tiempo sin hacer nada: mirando el mundo.

¿Qué hace ahora?

Me he instalado en el norte de Tailandia... En Chiang Mai, la segunda ciudad del país, una localidad muy agradable... Pero en este momento mi sentimiento es de una cierta preocupación, porque incluso en mi barrio hay una enorme asimilación por parte de Occidente. Ahora los cafés son como los de aquí, te metes dentro y no sabes dónde estás: si en Tailandia o en Nueva York...

¿Porque este aprecio por Tailandia?

En Tailandia la gente es de muy buena pasta, quizás porque es un país fértil... Es un país donde la gente vivía muy relajada. Ahora, a pesar de todo, hay toda una clase media que ha comprado la película del consumismo, y estos han pasado de estar relajados a estar tensos, porque se están hipotecando. Allí el sueldo mínimo son 250 euros al mes, y una maestra o un empleado de banco no cobran mucho más que eso. Una pareja puede cobrar 600 euros, y para comprar un coche se pueden gastar la mitad del sueldo. Eso, evidentemente, los deja angustiados. Y después hay los pobres; estos están más tranquilos, porque la economía de subsistencia funciona y la gente se va apañando. Allí la familia nunca deja a la gente tirada, el individuo no es tan importante... Y eso me parece la gran diferencia entre los asiáticos y los europeos. Cuando veo como de agobiada va la gente aquí, en términos de pagos, de trabajo, de plazos, y de todo eso, no sé quién es más feliz...

La Barcelona del pasado va desapareciendo...

¿Qué añora más de aquí cuando está allí?

Los afectos personales. Barcelona ha cambiado mucho. Yo era guía local en Barcelona y vivía en la calle Portaferrissa... Me movía mucho por el centro. Pero la Barcelona del pasado va desapareciendo... Ya no hay los bares, los cafés, los restaurantes...

¿Qué añora más de allí cuando está aquí?

Ahora estoy aquí más bien poco; un mes el año... Pero echo de menos, sobre todo, la comida de allí, tailandesa o china. Quizás es por la edad, pero me gusta comer suave... Y la comida de allí lo es.

El Barça nos ha situado en el mundo

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¿Llega alguna cosa de Catalunya a Tailandia?

Sí... Cuando yo llegué la primera vez a Asia, no había fútbol. Ahora, en cambio, fútbol está globalizado. Cada día ves varias camisetas del Barça. En realidad, cuando al Barça pusieron la segunda equipación con la bandera catalana, fui a comprar fideos y me encontré al vendedor con una camiseta con las cuatro barras. Me impactó, porque yo relacionaba la senyera con la política. Ahora cualquier persona en Chang Mai, si le dices que eres de Barcelona, te identifica con Messi, o con la alineación completa. El Barça nos ha situado en el mundo. Ahora, confieso que yo a veces me he sentido más excitado por el equipo de Chiang Mai que por el Barça, aunque soy culé.

¿Desde que pisó por primera vez el Asia, en el año 1976, qué ha cambiado?

Cuando yo hice mi primer itinerario hippy, ibas a mundos aislados, donde tú llegabas como caído del espacio exterior. No había conexión entre nuestro mundo y el suyo. Ahora Asia está completamente conectada, en algunos sitios incluso con entusiasmo. La clase alta marca el camino, la clase media intenta emularla, con angustia, y la clase baja, en cambio, ya pasa, porque sabe que no llegará. Ahora vas a comprar el pan y ves que lo pagan con el móvil. Y así, de paso, también los ciudadanos están más controlados. Hay calles que son como el Passeig de Gràcia o el Portal de l'Àngel.

¿Y qué queda de diferente?

El viajero que vive en mi busca cosas diferentes para aprender. No cruzas el mundo para ir a tomar el café a la misma panadería que tienes debajo de su casa. Y ahora se tiene que hacer un esfuerzo extra por apartarte de las rutas turísticas, e ir hacia otras partes. Hay que conectar con las clases populares.

La incertidumbre es parte del viaje. Si lo tienes todo controlado, no te lanzas a la aventura...

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Eso no es tan sencillo, a veces...

Si quieres ver cómo viven los otros tienes que hacer un esfuerzo. Cuando la cosa resulta incómoda es cuando aprendes. Tienes que comer cosas que no están hechas a tu gusto, tener dificultades para entenderse, sufrir malentendidos, problemas... Si yo he conocido a la gente asiática ha sido a fuerza de hablar con mucha, mucha, mucha gente... No critico de forma tajante el turismo, pero uno aprende de las cosas que uno no conoce, de las cosas que son diferentes. La incertidumbre es parte del viaje. Si lo tienes todo medido, controlado, no te lanzas a la aventura... Si todo te viene dado de fuera, si ya está programado, no tienes crecimiento. Yo, de hecho, no reservaba nunca un hotel, porque cuando llegaba a un sitio, igual me quedaba un mes o una semana...

¿Cómo ver, hoy en día, cosas muy diferentes a las que nosotros conocemos?

Yo me he sentido muy atraído por los akha, por las etnias minoritarias de montañeses de Tailandia. Yo me he hecho amigo de gente akha de un pueblo que está a tres horas de mi casa. Lo uso como válvula de escape. Es gente que vive de forma muy simple, en conexión con la naturaleza. Me siento bien con ellos. Vivo en Chiang Mai, pero tengo un pie en la montaña. Allí tengo un amigo de verdad. No está alfabetizado, pero me lleva al bosque y me enseña cosas fantásticas.

Hay países que usted visitó que se han visto destruidos por guerras, como Afganistán... ¿Qué se siente al ver convertido en escombros un lugar que ha amaddo?

Es fatal... Yo el Afganistán que conocí fue el último Afganistán que pudo visitarse de forma agradable, de forma hippy. Después ya vino la invasión soviética, la intervención occidental, las guerras... Cuando tú conoces a los afganos, que no quieren saber nada de los Estados, ves que la guerra de invasión es una mentira, destinada a alimentar a las élites occidentales y que estropea completamente a aquella sociedad. Es terrorífico... Es un síntoma de lo mal que va nuestra sociedad. El mundo occidental, y sobre todo la línea puritana norteamericana, está imponiendo su criterio a todo el mundo. Y eso hace que el mundo vaya fatal... Todo es un gran engaño.

Para ir a Asia hacen falta mucha paciencia y ser abierto

¿Qué recomendaría a quien quiera conocer Asia?

En primer lugar, mucha paciencia, porque el asiático es muy poco directo. Una de sus grandes armas es su carácter vaporoso, no te confrontan nunca, pero entonces no sabes que piensan. Si te confrontas con ellos, eá como la espada que se clava en el agua. Va bien leer sobre ellos antes de ir, para saber cómo son. Hay que saber que vas a un lugar muy complejo y que la mentalidad es muy diferente, en que se da prioridad a la familia y la prosperidad. Hay que ser abierto. No tienes que querer meterlo todo en nuestro marco mental. Hay que romper con nuestro marco occidental cristiano, que es un marco, pero que no es el único...

¿Pero vale la pena ir?

¡Seguro! El Sureste asiático es inacabable, y por eso me fascina y me gusta. Es un lugar donde se puede vivir muy bien con las cosas pequeñas... Yo, sobre todo, recomiendo a la gente que vaya a Asia.