La primera vez que escuché La Élite me cambió la química cerebral. Finales de 2021, acabábamos de pasar una ya-sabéis-qué, y estaba encerrada en una oficina de una agencia creativa de la zona alta. Después de una de aquellas reuniones donde se dicen cosas como "hay que pensar out of the box", "uff, ¡somos tan disruptivos!", "falta punch" y treinta mil mierdas más que podrían salir en un vídeo de Pantomima Full, me senté en mi sitio, y con el fin de hacer de mi jornada laboral una lucha contra la productividad capitalista, entré en Instagram a mirar Stories. Con la mirada casi tan perdida como la gente que los cuelga, vi un selfie en el gym a las siete de la mañana de alguien con un claro TCA; la persona más edgy que conozco colgando un link "La Élite - Nuit Folle; alguien compartiendo su último artículo filofacha; una foto de las basuras fuera del contenedor junto con un osito de peluche con el texto "martes" (like); al bajista de tal grupo de Sonido Muchacho también compartiendo un link "La Élite - Nuit Folle"; un par de selfies en ascensores de oficina; y en el tío que solo has visto borracho en conciertos, otra vez, link "La Élite -Nuit Folle" con el texto "POR FIIIIIII".

De acuerdo. Dejo el móvil sobre la mesa, cambio un par de veces de pestañas en el ordenador y tecleo en Spotify "La Élite - Nuit Folle". Clic. Una voz de megafonía en francés decía "Votre attention, s'il vous plaît.", unos sintetizadores retrofuturistas que podrían sonar en unos autos de choque empiezan a sacudirme y una caja de ritmos explota. Cortocircuitan mis nervios. Un bucle de luces incansables hace de cojín por una voz que no busca ni siquiera sonar bien, y me invitan a ir a París —“VAMOS A PARÍS, DIRECCIÓN PARÍS EH!”— EH!"—. Me tenían. Una energía gremlin nació en mí. Quería saltar, hacer el burro por aquella moqueta carísima, tirar mi silla ergonómica, hacer volar la mesa, beberme un calimocho, decirle a mi jefa que la próxima vez haría horas extras no remuneradas su maldito carlino, y salir corriendo absolutamente enloquecida. No hice nada de eso. Seguí tecleando en un silencio indiferente mientras que en mis orejas resonaba La Élite hasta convertirme en una fiel seguidora de su nuevo punk.

la elite entrevista|vislumbrada

De eso ya hace años, muchos temas y un puñado de giras de un grupo que arrasa por donde pasa. De sonar en unos auriculares de la Renfe a cerrar uno de los escenarios principales del BBK Live en un abrir y cerrar de ojos. Si a estas alturas no los conoces, ya me sabe mal. Pero no pasa nada, ahora mismo ponemos remedio. De buenas aprimeras, La Élite su un dúo venido de Tàrrega con la única pretensión de pasarlo bien y montar una buena movida allí donde van. Por una parte tenemos a Nil Roig, también conocido como Yung Prado —sí, sí, aquel que hizo la canción original que después Rauw Alejandro convirtió en remix para cerrar el año pasado—, quién es el encargado de los beats, productor, dj y amante de la electrónica sin miedo a jugar a las mesas. Y por otro lado nos encontramos a David Burgués, el huracán humano que se mueve frenéticamente por el escenario mientras prácticamente escupe las letras más vivas, ingeniosas, divertidas y, por qué no, chapuceras en el mejor sentido de la palabra. Una combinación infalible que da como resultado una especie de synth punk donde las melodías pop, los sintetizadores y la bocina de la feria se mezclan con letras de carácter punk, donde la fiesta, las birras, las drogas, un poquitín de violencia e incluso un amor románticamente decadente bailan en una agitación constante.

No os distraigáis; en un mundo medido siempre a partir de la atenta mirada de terceros, resulta catártico abrazar el ser sucio y entregarse a aquello más físico

Fórmula infalible, pero sin ser flor de un solo día. La trayectoria del dúo leridano empezó en 2016 con su primer EP autoeditado, donde se encuentra entre otros una versión de She's Lost Control de Joy Division. Pero no fue hasta 2019 que la cosa se empezó a poner seria, con su segundo EP Sorry Not Sorry, seguido de varios singles, acabaron el verano de 2021 en una pseudo-verbena de San Juan, donde los de la discográfica Montgrí —fundada por el también dúo catalán Cala Vento— quedaron tan embriagados de su actitud y energía incomparable que no pudieron hacer otra cosa que ficharlos. Y de aquí solo hacia arriba.

En 2022 sacaron su primer disco Nuevo Punk. A pesar de no transmitir grandes mensajes anti sistema, ni querer cambiar el mundo con su música, consiguieron hacer de la pista de baile un espacio de liberación, tan mental, como física, de las frustraciones de esta generación, que no queda claro si es millennial o zeta, o para cualquiera que estuviera dispuesto a meterse dentro de un pogo más enérgico, sudado, y lleno de lluvia de birra de la programación. Este punto justo de rebeldía y disconformidad, mezclado con altas dosis de energía etílico-festiva, y de movimiento libre, les vuelve algo adictivo para todos aquellos que los escuchan. Si a eso les sumamos el hecho que son amigos de sus amigos, no sorprende que hayan colaborado con un buen puñado de artistas como The Parrots, Ben Yart, Kiliki, Mainline Magic Orchestra u Hofe. Y no olvidar a todos aquellos que simplemente se unen a su fiesta encima del escenario como Diego Ibáñez de Carolina Durante o Marcos Crespo de Depresión Sonora en su último concierto de festival de este verano en Barcelona.


Esta aproximación pop al punk que hacen en cada tema ha servido como caballo de Troya para colarse en los line up de festivales como el ya mencionado BBK Live, el Cruïlla, el Tsunami Xixon, el Cala Mija o el FSTVL B. Sin olvidar su, ya histórica, actuación de la Mercè 2022. Pero si por alguna cosa se les puede seguir llamando punk es por su auténtico compromiso con sus ideales. Si ya reconocen sus influencias y celebran a otros artistas en sus canciones, que van desde La Zowi a Eskorbuto o los Sex Pistols, su compromiso con el tejido cultural más underground no se queda solo en palabras. A pesar de haber colgado el cartel de sold out en salas como el Apolo, en los dos últimos años han puesto en marcha el Apretaditos Tour, una iniciativa de conciertos para no más de 100 personas en salas pequeñas de diferentes ciudades de la península. "Una celebración de la trayectoria de la banda y de los viejos amigos, además de ser un reconocimiento a las salas que luchan por sobrevivir día tras día para seguir adelante."

En esta segunda edición, que se celebró a finales de febrero por todo el territorio, aprovechando el lanzamiento de su single Vida de €1, pusieron las entradas a un euro de la mano de Jägermeister —venderse al sistema en pro de las buenas ideas— consiguiendo cuatro sold outs en cuestión de segundos. Por suerte, todavía les queda mucha energía y carretera por anticipado. Pero no os distraigáis; en un mundo medido siempre a partir de la atenta mirada de terceros, resulta catártico abrazar el ser sucio y entregarse a aquello más físico, primario, y si hace falta, hedonismo caótico de asistir a uno de sus conciertos.