El 8 de diciembre de 1919, la Mancomunidad de Catalunya inauguraba la biblioteca popular de Canet de Mar, un edificio de estilo noucentista obra de Lluís Planas i Calvet situada en el Paseo de la Misericordia. De la mano de Eugeni d'Ors se iban extienden por todo el país aquellos "templos" de cultura y educación regidos por una especie de "sacerdotisas" formadas en la Escuela de Bibliotecarias. Para regir el establecimiento de Canet fue nombrada la bibliotecaria Mercè Farnés. La nueva directora era hija de Sebastià Farnés, abogado, taquígrafo, escritor y folclorista catalán, especializado en la paremiología, es decir, el estudio de los refranes, frases hechas y dichos populares. El padre siguió a su hija al Maresme, dejando en Barcelona una nieta de un año y pocos meses: la futura escritora y activista política y feminista Maria Aurèlia Capmany (1918-1991).

A resultados de eso, la pequeña Aurèlia pasó a vivir en el piso familiar de los Farnés en la Ronda Sant Pere, donde había nacido, a hacerlo justo en medio de la Rambla. Allí, la familia paterna tenía una cestería, una tienda con un pequeño entresuelo donde a pesar de tot se respiraba cultura. Sin embargo, la niña pasará largas temporadas en Canet de Mar, en abrigo de un abuelo que idolatraba y unas tías singulares y modernas que lo educaban y la consentían. De hecho, la pequeña Capmany aprendió a andar y a nadar prácticamente al mismo tiempo, gracias a la paciencia de la tía Mercè, gran nadadora, que la instruyó en la playa de Canet.

biblioteca popular de canet de mar

Biblioteca Popular de Canet de Mar, inaugurada el año 1919

Canet de Mar, el reverso de Sant Feliu de Codines

Sin embargo, buena parte de los veranos los Campany-Farnés les pasaban lejos del Maresme, en Sant Feliu de Codines, de donde provenía el abuelo Farnés, reliquia de la generación del primer catalanismo progresista y modernista desconcertado en pleno dominio del novecentismo y la Liga Regionalista. Ella y su hermano se quedaban con una sirvienta, mientras los padres estaban en Barcelona, e iban de excursión y en bicicleta, o bien incluso vivía un auténtico ramalazo místico que la hacía ir cada día a misa.

Pero en Sant Feliu de Codines, Aurèlia no se encontró nunca del todo bien, a diferencia de Canet, que en la memoria de Capmany se convertirá, como dice su biógrafo Agustí Pons, en "el escenario idealizado de la infancia". Como escribe ella misma a su libro de Memorias: "La casa de Canet era la casa que nos había sido arrancada. Existía, separada de nosotros, pero sin embargo propicia. Yo era el puente entre la casa alabeada de la Rambla y la casa esbelta, como una proa de barco, de la riera de Gavarra".

Maria Aurèlia Capmany y su hermano Jordi con el abuelo, Sebastià Farnès/URV Archivo del Legado Vidal Capmany

Maria Aurèlia Capmany y su hermano Jordi con el abuelo, Sebastià Farnès/URV Archivo del Legado Vidal Capmany

Un despacho pleno de libros y olor en tabaco

La casa de la calle Gavarra 7 estaba presidida por la figura patriarcal del abuelo, que continuaba huraño y enfrascado en su investigación. De nuevo, Capmany explica: "El despacho del abuelo era arreglado y olía de tabaco y de libros que cubrían todas las paredes. En la mesa de trabajo, pilas de papelitos, fichas sin duda del corpus paremiológico que en aquellos tiempos de después de mi nacimiento había creído que empezaría a publicar. Esperanza absolutamente inútil caro él era allí, en Canet, lejos de todo y de todo el mundo, prácticamente enemistado no con todo el que significaba el gran poder, sino incluso el pequeño poder de la política catalanista, con la Mancomunidad y el Instituto de Estudios y la sección de Etnología y Folclore que dirigía Tomàs Carreras i Artau".

La futura escritora recuerda su costumbre de instalarse en un peldaño bajo la ventana, en el despacho del abuelo: "La ventana daba en la riera de Gavarra y recogía toda la claridad de la puesta, y el despacho adquiría una tonalidad amarilla tirando a ámbar. Yo reunía en mi entorno mis tesoros, muñecas, papeles, lápices, pasteles, botones, cintas..". Desde aquel recuerdo, Capmany hilvana lo que había tras aquella distancia entre Barcelona y Canet: "No sé qué podía llegar a adivinar desde mi peldaño bajo la ventana ni hasta qué punto podía captar su soledad dentro de aquel silencio que todo el mundo respetaba. No crecí lo bastante deprisa ni él vivió lo suficiente para esperarme y tengo que imaginar por qué se colocaba lejos de todo el trajín de la existencia, de las peleas de sus hijas, de la buena fe manazas de su yerno, de todo aquel mundo hortera que detestaba".

Aquel paraíso perdido de Canet, alejado de las discusiones de los padres, cerca del mar, con unas tías que servían de modelo de feminismo y modernidad, bajo la figura reverencial del abuelo quedarán bien presentes en la memoria de quién llegó a ser concejala de Cultura de l'Ayuntamiento de Barcelona. Canet, o un recuerdo más o menos real o inventado de lo que vivió allí, quedará reflejado en sus obras, no sólo memorialísticas, como el relato De Arenales en Sinera o el Prólogo en Guardiet que encabeza la novela Betúlia. Desafortunadamente, la casa de calle Gavarra ya no existe y la biblioteca fue desfigurada con la adición de un piso superior.