“Un amor no nombrado sigue siendo un amor”. Y ese amor perdura y, sobre todo, duele. Así pasen años, décadas o incluso siglos. Porque hay historias que dejan una huella que no borran ni una guerra ni una trayectoria profesional de éxito. Ni siquiera una vida en común con otra persona que es consciente de que aquello existió, pero lo acepta como moneda de cambio. El camino estrecho, miniserie australiana de cinco capítulos ya disponibles en Movistar +, dibuja así la existencia de Dorrigo Evans (interpretado de joven por la estrella de Euphoria Jacob Elordi, en un papel que lo encumbra, y de mayor por un sobrio y convincente Ciarán Hinds) en tres periodos —perfectamente hilados por su director, Justin Kurzel—: la aventura amorosa con la mujer de su tío, el horror diario en el frente del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial y, ya después, su vida madura, atrapado por las mentiras y la nostalgia.

Esta serie lo tiene todo
El camino estrecho tiene la capacidad de combinar con acierto esos tres tramos de vida. La parte que se ocupa del affaire entre Dorrigo y Amy (también presente en The Order, del mismo director) es veraz y muy creíble. En ella hay ese juego de miradas y, en el fondo, el convencimiento de que no habrá un futuro para ellos como pareja. Muchas trabas y condicionantes, el miedo a perder esa seguridad, y el desenlace, como epílogo, de una guerra cruel. “Le sorprenderá lo que puede hacer un hombre si se le motiva correctamente”, le dice el coronel japonés a su sargento. Y es que, para construir la vía férrea entre Tailandia y Birmania, toman a un pelotón de prisioneros australianos. Es aquí donde la serie se torna perversa y decididamente explícita: decapitaciones, palizas hasta caer muertos (a veces por el simple hecho de doblar una manta por el lado incorrecto) y muchas horas de trabajos forzados. “Es una sensación eufórica y horrible al mismo tiempo”, insiste el coronel antes de una decapitación.
El camino estrecho es tan real y tan visceral que el hedor de sus heridas traspasa la pantalla
El camino estrecho es tan real y tan visceral que el hedor de sus heridas traspasa la pantalla. Hay violencia (mucha) y escenas que conmueven e invitan a cerrar los ojos. “Para ser un gran cirujano hay que aparcar las emociones”. Y es justo ahí donde se sitúa el Dorrigo ya mayor, que ni siente ni padece. Vive en esa eterna desazón, invadido por los recuerdos: los que vivió con Amy en esas playas desiertas, y la tortura de una guerra sin piedad, por más que luego fuesen considerados héroes en su país y pudieran vengarse con condenas a quienes los maltrataron. Sin embargo, ni haber construido un hogar y una familia suple esa infelicidad. “No destruyas lo que hemos construido”, le dice una mujer que durante años acepta su pasado, pero no la traición de una nueva infidelidad. Así pues, con una fotografía muy cuidada, un ritmo narrativo idóneo —con las pausas correctas— y una recreación histórica (sobre todo en los episodios bélicos) muy fidedigna, El camino estrecho plantea cuestiones como si, para construir un ferrocarril, vale la pena sacrificar tantas vidas y sueños. Sueños como el de ir a buscar peces y lanzarlos al mar, algo que pervive incluso cuando tienes la soga al cuello. Ni siquiera con la excusa de liberar a Asia de la colonización europea. Así que, tomemos ejemplo. Miradla, esta serie lo tiene todo.