Una de las cosas que más me gusta hacer es pasear por Barcelona. Cuando un artículo no me sale, o cuando me da pereza ponerme a escribir, cojo las llaves de casa y salgo a pasear. Hasta hace poco, cuando salía de paseo, me distraía mirando los edificios y las caras de la gente. Yo no pertenezco a la escuela de los Leopardi o de los poetas malditos, que veían en el rostro de cada vecino y de cada desconocido la marca de una desgracia o de un estigma.
A mí me encanta andar porque es alegre y es barato y, sobre todo, es saludable. Caminando pongo de acuerdo el cuerpo con el espíritu y noto cómo las ideas, conectadas con el sistema muscular, se ordenan y cogen consistencia. En todo caso, cuando paseo nunca veo enemigos. Yo siempre veo la estrella que brilla sobre la cabeza de cada uno. Y a veces la señalo con tanto deseo que hay gente que huye de mí traumatizada.
Hay unos versos de William Blake que siempre me cogen desprevenido. "I wander thro' each charter'd street,/ Near where the charter'd Thames does flow. /And mark in every face I meet/,Marks of weakness, marks of woe. // In every cry of every Man, /In every Infants cry of fear, /In every voice: in every ban, /The mind-forg'd manacles I hear."
Si viviera en el Londres de Blake y tuviera su sensibilidad me quedaría encerrado en casa. Pero, como digo, me gusta ver los edificios recortados en el cielo, sobre todo cuando cae la tarde, y contemplar las comedias enternecedoras de la gente y los niños que andan haciendo saltitos para poder seguir el ritmo de sus padres. Además, la población de gatos y perros ha crecido y me parece que empiezo a descubrir una ciudad nueva.
Últimamente, me doy cuenta de que, cuando salgo, cada vez me fijo menos en el paisaje humano y, en cambio, miro más los perros que pasea la gente. Hay perros que inspeccionan el asfalto como si buscaran un tesoro o siguieran la pista de un crimen. Los hay que caminan un poco de lado, con un estilo grosero y etílico. También hay perros que mueven la cola como un ventilador y otros que la llevan enganchada en el trasero como si fuera un péndulo -o a veces un alambre retorcido, hacia arriba o hacia abajo.
Las orejas son otro tema. Hay perros que tienen las orejas largas y felpudas y a menudo cogen un aire tan real de sabio bondadoso que les comprarías una pipa. Hay otros que las tienen puntiagudas y las alzan como antenas con un movimiento eléctrico cada vez que oyen un ruido o ven una cosa que no esperan. Ahora que volverá el frío, aparecerán los perros con rebeca y el otro día vi a un labrador que llevaba un chupete de niño pequeño hecho a medida
- ¿Es para que no ladre?, le pregunté al dueño.
- No, es porque en el Turó Park hay un envenenador de perros y la semana pasada se murió uno que se puso en la boca una cosa que no tocaba.
Antes de internet, los gatos eran los reyes de la calle. Cuando las ciudades eran sucias y salvajes, los gatos daban al paisaje urbano un toque bucólico. Ahora que las ciudades están más seguras y civilizadas, la gente se ha vuelto sentimental y los perros han ganado protagonismo. Hay perros que acompañan a los dueños a todas partes. En el barrio, hay uno que por las mañanas espera a su dueño delante del bar donde desayuna. Al mediodía, a menudo encuentro perritos muy obedientes en la entrada del supermercado.
Este verano, Barcelona ha abierto una playa a los perros y en Madrid incluso pueden viajar en metro o ir al cine. Conozco a un veterinario que dice que cada día hay más perros que pasan por el quirófano, y que incluso hay huevos de silicona para los castrados. También tengo una amiga que trabaja en una empresa de comer para animales domésticos. Un día me dijo que su negocio no para de crecer y que los "minidogs" están de moda porque los pisos cada vez son más pequeños.
A mí me gusta que los perros sean esbeltos y ágiles, igual que los galgos o que los whippets, o bien que sean grandes y peludos, como mis queridos bobtails. Los perros pequeños me dan un poco de angustia, sobre todo los que, cuando andan, lucen el agujero del culo descaradamente. A base de observar, me he dado cuenta de que si miras bien a un perro casi siempre ves la ingenuidad de alguna persona que conoces al desnudo. Me parece que eso explica porque los perros me hacen reír, cuándo paseo.