Hace unos días, Marina Pintor empezó a hablarnos de una asignatura artística pendiente en nuestra casa: la danza clásica. ¿Ha interesado alguna vez el ballet a los catalanes? Parece que sí, porque el maestro internacional del ballet George Balanchine eligió Barcelona como la primera ciudad extranjera en la primera gira del New York City Ballet, pero este legado ha quedado silenciado. Podéis leer la primera parte de este magnífico y apasionado reportaje en este enlace. Si no tenéis tiempo, también podéis disfrutar de esta segunda parte sin demasiadas dificultades.
El 1948 se fundó el Ballet de Nueva York, y Barcelona fue la primera ciudad estrangera en recibirlo
En 1952, cuando el New York City Ballet vino a Barcelona, solo habían pasado trece años desde la victoria franquista. Rebuscando en el archivo histórico de la Sociedad del Gran Teatre del Liceu constatamos que, durante veintiuna funciones, el New York City Ballet representó una decena de ballets que entonces eran de creación reciente, pero que hoy se han consolidado como obras maestras: Concerto Barocco, Symphony in C, Serenade, La Valse, The Four Temperaments, Prodigal Son, Firebird (versión de Balanchine), Apollo, Caracole (la semilla de lo que después se convertiría en Divertimento n.º 15, otra obra maestra), Orpheus. La temporada en el Liceu también incluyó creaciones más secundarias de Balanchine, pero que son queridas y programadas con regularidad en Nueva York (algunas se han empezado a recuperar hace poco): Haieff Divertimento, Sylvia, Bourrée Fantasque, Minkus Pas de Trois y su versión (de Balanchine) de El lago de los cisnes —podéis ver el vídeo abajo, con Maria Tallchief en los cincuenta.
Maria Tallchief, de la nación Osage, fue la primera mujer indígena en alcanzar el rango de primera bailarina en una compañía de gran calibre
La cuestión de El lago de los cisnes merecería un artículo aparte: en Barcelona, el rol protagonista lo interpretó Maria Tallchief, de la nación Osage, la primera mujer indígena (seguramente, la primera no blanca) en alcanzar el rango de primera bailarina en una compañía de gran calibre. Tallchief es un icono; el año pasado, Mattel hizo una Barbie inspirada en ella. Pero todavía hoy es raro ver a una mujer negra o morena protagonizando un ballet clásico (con las asiáticas el tema está más superado), y aún más raro si se trata de un ballet como El lago de los cisnes, porque tanto al público como a directores y coreógrafos les cuesta romper con la idea de la supuesta “homogeneidad” de color necesaria para lograr el efecto estético óptimo en los llamados “ballets blancos”. Que en el Liceu de la posguerra acabara reinando una cisne indígena es insólito, peculiarísimo. Nadie debía hacer explícita la raza de Tallchief, claro está, pero sus facciones y color de piel sin duda debieron agitar los espíritus impresionables de cierta burguesía.
La temporada del New York City Ballet en Barcelona no solo incluyó ballets de Balanchine: también se representaron piezas de Anthony Tudor y Frederick Ashton y de Jerome Robbins, conocido por ser el coreógrafo de West Side Story.
New York City Ballet en el Liceu de Barcelona, 1952: una temporada completa
La temporada del New York City Ballet en Barcelona no solo incluyó ballets de Balanchine: también se representaron piezas de Anthony Tudor y Frederick Ashton, figuras importantes de la escuela británica, y de Jerome Robbins, otro judío atormentado como Lincoln al que el público general recuerda, sobre todo, por haber sido el coreógrafo del musical West Side Story. Además de trabajar en Broadway, Robbins creó una serie de ballets introspectivos y llenos de encanto, y también alguna pieza deliciosamente macabra. En el Liceu se representó la más excéntrica de todas, The Cage, que trata de una tribu de insectos hembra que se dedica a asesinar y devorar a sus homólogos macho. Como una especie de Giselle, pero sin final feliz y sin velo romántico que disimule el trasfondo turbio. De nuevo resulta difícil no frustrarse ante el olvido de un acontecimiento así. Hoy The Cage tiene estatus de ballet punk, modernillo y de culto, y forma parte del repertorio de muchas compañías. ¿Cómo se debió recibir en aquella Barcelona deprimida?
El Liceu fue el primer teatro europeo en ofrecer la obra completa del coreógrafo más relevante del siglo XX
El catálogo de curiosidades es irresistible, pero hay que devolver la atención al asunto más importante: en 1948 se fundó el Ballet de Nueva York y, cuatro años después, Barcelona fue la primera ciudad extranjera en recibirlo. El Liceu fue el primer teatro europeo en ofrecer la obra (hasta el momento) completa del coreógrafo más relevante del siglo XX; uno de los genios artísticos de su tiempo. No negaré que siento una pasión intensa por el tema, pero mi énfasis no me parece exactamente una cuestión de gusto personal, sino de observación de una jerarquía obvia, en el mismo sentido en que no se puede negar la superioridad de Dalí respecto a la mayoría de sus contemporáneos (Balanchine también trabajó con Dalí, claro, y quedó fascinado).
He enumerado los títulos de algunos de los ballets de Balanchine que se bailaron en Barcelona, pero quizá enumerar a los compositores cause un poco más de impresión: Bach (no lo puedo asegurar, pero diría que Balanchine fue el primero en coreografiar a Bach: antes se consideraba demasiado complejo), Bizet, Chaikovski, Ravel, Hindemith, Mozart, Stravinski (el Stravinski de Balanchine, así como su Chaikovski, van mucho más allá de las partituras originalmente creadas para ser ballets). El repertorio es lo bastante rico y diverso como para conseguir que incluso la persona más alérgica a los tutús quiera participar de la fiesta.
El New York City Ballet fue a Madrid en 2021 y se ignoró el paso previo de Balanchine por Barcelona
Y ahora llegan las comparaciones dolorosas y la constatación de la anomalía. Resulta que en 2021, el New York City Ballet fue a Madrid a presentar tres ballets y la prensa anunció a bombo y platillo el debut de la compañía en la capital española; algún medio incluso afirmó que era la primera vez que la formación visitaba España. Nadie, que yo recuerde, desempolvó la memoria de aquella gira, la primera del New York City Ballet, cuando un Balanchine en plenitud vital y creativa presentó decenas de ballets en Barcelona (por si no queda claro, parto de la asunción de que este trabajo no corresponde a los madrileños, sino a los catalanes). Supongamos que el descuido es perdonable y que yo soy demasiado susceptible. Prestemos atención a otros datos. En el resto de ciudades europeas que el New York City Ballet visitó durante aquella primera gira, ¿cómo ha evolucionado la danza clásica? Tenemos París (casa de la Ópera de París, la compañía de ballet más antigua del mundo: top 5 mundial), Florencia (donde, durante el Renacimiento, se desarrollaron unas danzas cortesanas sobre las que, en parte, se construyó la técnica clásica. Hasta hoy, Italia tiene una red fuerte de compañías de ballet), Lausana (donde, una vez al año, los mejores bailarines jóvenes del mundo se reúnen y bailan en un festival retransmitido en todo el mundo y son reclutados por los directores artísticos de las grandes compañías), Zúrich (casa del Ballet de Zúrich: top 20 mundial), La Haya (uno de los dos núcleos de origen, junto con Ámsterdam, del actual Ballet Nacional de Holanda: top 10 mundial), Londres (casa del Royal Ballet de Londres: top 5 mundial), Edimburgo (Ballet de Escocia: top 20 mundial), Berlín (Ballet Estatal de Berlín: top 20 mundial).
Por razones que nadie ha explicado, y que solo podemos intuir a medias, después de la dictadura se decidió que el Liceu prescindiera del ballet estable
Décadas antes de que lo hiciera el New York City Ballet, los Ballets Rusos habían visitado la mayoría de estas ciudades, incluida, como hemos visto, Barcelona. Así pues, podemos afirmar que, a principios del siglo XX, la capital catalana formaba parte de la constelación de ciudades donde la danza clásica estaba cobrando importancia. El primer paso para hacer arraigar una tradición consistía en disponer de un cuerpo de bailarines estable y, de hecho, el Liceu lo tenía desde su inauguración. Tal como explica Carolina Masjuan en el blog Ballet y más, Joan Magriñà se formó con aquella primera generación de bailarines del Liceu.
Pàmias, Magriñà, y la compañía de ballet que fue el vivero de estrellas internacionales de la danza
Décadas después, cuando Joan Antoni Pàmias convirtió el cuerpo de baile en la compañía de ballet titular del Liceu, Magriñà se convirtió en su director. Por razones que nadie ha explicado, y que solo podemos intuir a medias, después de la dictadura se decidió que el Liceu prescindiera del ballet estable. ¿Es que quizá la compañía era un ente muerto, un experimento fallido? Si nos fijamos en la genealogía de bailarines que germinó allí, no lo parece. Más bien da la impresión de que algo se había hecho muy bien.
Por ejemplo: Magriñà fue maestro y partenaire de María de Ávila (Barcelona, 1920 – Zaragoza, 2014), primera bailarina del Liceu y discípula de la también bailarina del Liceu Pauleta Pàmies. Tras retirarse de los escenarios, de Ávila fundó una escuela en Zaragoza que podríamos definir como el primer vivero de estrellas internacionales de la danza española. Gonzalo García (ex primer bailarín y director de repertorio del New York City Ballet; actualmente director artístico del Miami City Ballet) y Víctor Ullate, entre muchos otros, salieron de allí. Ullate, claro, es el maestro de ballet vivo español más reconocido: con él se han formado Ángel Corella (ex primer bailarín del American Ballet Theater; actual director artístico del Philadelphia Ballet; quizá la persona que más intentó promover la danza clásica en Barcelona antes de volver a EE.UU. escarmentado), Lucía Lacarra (estrella internacional y premio Benois de la Danse), Tamara Rojo (ex primera bailarina del Royal Ballet de Londres; actual directora artística del San Francisco Ballet), Joaquín de Luz (ex primer bailarín del New York City Ballet; después de dirigir la Compañía Nacional de Danza, también salió escarmentado).
Las carreras internacionales forjadas en Zaragoza y especialmente en Madrid, de la mano de María de Ávila y Víctor Ullate, no nos deberían hacer olvidar el tronco del que surgió tanta rama florecida. Pero, claro, para no olvidar quizá habría sido necesario no haber demolido el tronco de entrada
No hay mucha información disponible sobre Joan Antoni Pàmias. En Youtube hay colgado un fragmento de una entrevista donde le preguntan sobre las relaciones entre el Liceu y Radio Televisión Española y él responde que son excelentes. Haciendo una búsqueda rápida en internet, también se puede encontrar un reportaje de 1967 en el que un periodista de la estirpe Vila-San-Juan lo describe como “barcelonés a ultranza”; “siempre cívico pero nunca tentado por la política”. En 1959, el empresario recibió el Premio Nacional de Teatro: había dirigido el Liceu desde 1947, y lo haría hasta el final de la dictadura. En 1952, cuando el New York City Ballet vino a Barcelona, solo habían pasado trece años desde la victoria franquista. Según la Wikipedia, la temporada de invierno de 1939 se había inaugurado “con una función benéfica ‘como homenaje al Ejército y a beneficio de Auxilio Social y el Hospital Clínico de Barcelona’. Al final de la velada, se cantaron himnos fascistas con el brazo alzado”.
Incluso podemos dirigir una institución promotora de la danza contemporánea en Barcelona sin saber quién fue George Balanchine, mientras Merce Cunningham, Martha Graham o Alvin Ailey se remueven en la tumba
El 2027 se cumplen 75 años del paso de Balanchine por Barcelona: echaremos a perder esta oportunidad?
Podemos conmemorar el paso de Diaghilev por Barcelona. Podemos crear un culto a Wagner (la semilla de la que creció el árbol del wagnerismo era bastante más débil, creo, que los cimientos de los que disponíamos para consolidar una tradición nacional de danza clásica). Podemos pasarnos la vida yendo tres veces por semana al Mercat de les Flors creyendo que la danza contemporánea es una versión evolucionada de la clásica, en lugar de un vocabulario que, cuando convive con el del ballet, resulta en un refuerzo mutuo. Incluso podemos dirigir una institución promotora de la danza contemporánea en Barcelona (me lo he encontrado) sin saber quién fue George Balanchine, mientras Merce Cunningham, Martha Graham o Alvin Ailey se remueven en la tumba. De verdad que no me escandalizo por pedantería. Para la gente de letras: es como si un poeta amante de Baudelaire no fuera consciente de la existencia de Flaubert porque él solo se ocupa del verso.
Como Pàmias fue un colaboracionista (y supongo que, hasta cierto punto, Magriñà también), ahora todos debemos olvidar que también fue un catalán conectado al mundo, alguien que entendía qué necesitaba a nivel artístico un teatro de primera categoría
En definitiva, en lo que respecta al menos a la danza, podemos saltar del prefranquismo al posfranquismo sin despeinarnos, haciendo ver que durante cuarenta años aquí no ocurrió nada. Cuando leo a Ferrater hablando sugestivamente de la creación artística como de un “gesto del pensamiento” que desencadena en una “cadena de gestos” por parte del artista, me pregunto qué debía de hacer él durante la primavera de 1952, cuando ya vivía en Barcelona. En una ciudad menos moribunda, ¿qué impacto habría tenido Balanchine en la imaginación de los catalanes?
Por supuesto que la generación traumatizada por la guerra no tenía (si es que podía) por qué correr a llenar los asientos de un Liceu secuestrado. Pero parece que, como Pàmias fue un colaboracionista (y supongo que, hasta cierto punto, Magriñà también), ahora todos debemos olvidar que también fue un catalán conectado al mundo, alguien que entendía qué necesitaba a nivel artístico un teatro de primera categoría. La sensación que me queda es que, como catalán, el franquismo te mata dos veces: primero en el sentido más visible; después de una manera más perversa, basada en el tipo de tabú que aboca una cultura al suicidio.
El año pasado, las compañías de ballet de todo el mundo celebraron el 75º aniversario de la fundación del New York City Ballet programando ballets de Balanchine. En 2027, se celebrarán 75 años de la primera gira internacional de la compañía y, por lo tanto, de su visita a Barcelona. ¿Dejaremos morir del todo este episodio remarcable? ¿Es realmente imposible reinterpretarlo en clave luminosa? ¿Por qué no podemos integrar estos ballets magníficos, que se bailaron en Barcelona antes que en cualquier otra ciudad de Europa, como parte del patrimonio que unos hombres catalanes, criados en un determinado ambiente catalán, nos quisieron dejar, a pesar de la destrucción causada por el franquismo?