La confusión se apoderó de las bolsas, que se vinieron abajo por concurrir circunstancias imposibles, ingobernables. El Ibex retrocedió lo suficiente para volver al nido del cuco al que regresa últimamente cuando hay tormenta: los 8.700 puntos. El debate Clinton-Trump tiene pendiente de un hilo al mundo. El Dow Jones se ha dejado en la apertura cerca de un 0,7%. Y puede sufrir más giros, como si estuviera en el Madison Square Garden, el viejo templo del boxeo.

Inicialmente, la atención estaba orientada hacia Argel, donde se discute sobre los precios del petróleo y si se llegaba a un acuerdo para congelar la producción. Hubo chisporroteos y nervios cuando se habló de que fondos chinos estaban comprando futuros sobre el crudo. Entonces la cotización subió, pero al final todo quedó en nada, disperso. El Brent ha subido a 46,80 dólares, dentro de los márgenes habituales.

Hubo una sorpresa muy buena en Europa, y ésta sí que fue distinta. El índice IFO sobre la confianza de los empresarios alemanes ha subido a 109,5 puntos, su nivel más alto en cinco años desde marzo de 2014. ¿La razón? Los capitanes de empresas alemanes dijeron que el temor a un repliegue que produjo el Brexit ha quedado atrás. Todo lo contrario de lo que ocurre en el Reino Unido, donde los directivos del sector financiero han confesado en una encuesta de PwC que están estudiando reestructurarse o reubicarse fuera. La CNN lo califica de Brexodus.

En el Ibex, los bancos sufrieron a resultas del fuerte descenso del Deutsche Bank, que se resiste a pagar la multa que le aplica EEUU por sus actividades "subprimes" y al mismo tiempo desmiente que esté dispuesta a recibir ayudas de Berlín para afrontar el mal trago. Todo eran líos hoy, de modo que Draghi prometió que el BCE mantendrá "una cantidad muy sustancial de apoyo monetario". Sonó a aquello de "haré todo lo que sea necesario...". Ojo al dato.

Pues bien, en vez de frenar el desconcierto, el Dow Jones tuvo que lidiar de saque con que las ventas al por menor de viviendas había descendido un 7,6% en agosto, mala señal sobre el consumo, aunque quizá quepa aplicarse el paliativo de la presencia del factor estacional.  

En fin, que todo ello no era más que el preámbulo para el primer gran combate político del siglo XXI. Wall Street, que es pro-Clinton, al igual que la Reserva Federal, está superasustado aun cuando The Economist haya tachado el programa económico de Trump de absurdo. "Es un personaje absurdo, absurdo", dicen. Quizá. Pero las ondas de miedo que provoca llegan hasta el Hudson.