Sócrates construyó toda su filosofía a través del lema “conócete a ti mismo”. Al conocerse a uno mismo podías llegar a la verdad más profunda. “Sólo el conocimiento que llega desde dentro es el verdadero conocimiento”. Es la frase que resume su pensamiento, aunque no fue hecha por él mismo. Los sofistas afirmaban saberlo todo, sin embargo él siempre se definió como un ignorante con la necesidad de aprender. Una vez que reconocías la ignorancia podías crecer en pensamiento. El individuo era consciente de sus limitaciones.
Según su epistemología, el alma humana posee el conocimiento, pero lo ha olvidado. Sócrates interroga a un esclavo analfabeto hasta que logra deducir por sí mismo un teorema geométrico, y lo hace porque ese conocimiento estaba dormido en su alma.
A este concepto le llamó “anamnesis (recuerdo)”, aprender no es adquirir un nuevo conocimiento, sino recordar lo que ya habita en nosotros. Esta idea desafía la noción tradicional del aprendizaje como acumulación externa: el maestro no transmite verdades, sino que las hace emerger en el alumno mediante el diálogo.
Sacar el conocimiento a través del diálogo
Él comparaba su labor filosófica con la profesión de su madre, comadrona. Ella ayudaba a las personas embarazadas a dar a luz, mientras que él ayudaba a “parir” esas ideas mediante la mayéutica, un método basado en preguntas cuyo objetivo es desmontar las falsas creencias y, por el camino, llegar al conocimiento interior.
Él nunca corregía a las personas. Simplemente les interrogaba para llegar a ese conocimiento. Era la misma persona quien llegaba a sus propias ideas. De esta forma ser inteligente no era tener una gran rapidez ni agilidad mental, ni tener muchos datos memorizados, sino quien comprende esa información. Es decir, quien descubría en su interior.
Se trata de una inteligencia ética que no aparece de manera espontánea, sino que se construye con el tiempo, a base de vivencias y de un ejercicio constante de reflexión, del mismo modo que se aprende a nadar o a dominar un instrumento musical. Este camino hacia la sabiduría está al alcance de cualquiera, aunque nunca se recorra de manera perfecta. La virtud no es un privilegio de unos pocos elegidos, como sostenían los sofistas, sino una capacidad que puede entrenarse y fortalecerse mediante el uso de la razón, la mirada interior y la práctica consciente de aquello que consideramos bueno.
