Cuando una película se convierte en icono cultural, cada detalle queda expuesto al escrutinio del público. Los fallos más pequeños, esos que en cualquier otra producción pasarían desapercibidos, acaban siendo casi parte del mito. Regreso al futuro no se ha librado de ese fenómeno: sus seguidores conocen la trilogía al milímetro y han dedicado años a desmenuzar cada elemento del decorado.

Uno de los tropiezos más comentados tiene que ver con la escena del baile de 1955, ese momento crucial en el que Marty McFly intenta que sus padres se enamoren para no desaparecer del futuro. En el filme, el personaje aparece con una guitarra roja brillante que, para muchos fans, siempre ha resultado sospechosa. Y con razón: se trata de una Gibson ES-345, un modelo que no se comercializó hasta 1958. Es decir, tres años después de la época en la que transcurre la secuencia. Un anacronismo de manual que alimentó debates, explicaciones alternativas e incluso teorías que intentaban justificar cómo ese instrumento podía existir antes de tiempo.
El tema ha vuelto a ocupar titulares con la publicación de Future Boy, el libro de memorias que Michael J. Fox firma junto a Nelle Fortenberry. El volumen, lanzado este otoño en inglés coincidiendo con el 40.º aniversario de la película y su reestreno en salas españolas, repasa el ascenso del actor, sus primeros años combinando televisión y cine, y un puñado de anécdotas del rodaje que muchos fans aún recuerdan con devoción.
El error del que solo se han percatado los más fanáticos
Entre esos recuerdos, Fox dedica unas líneas a aclarar de una vez por todas el famoso asunto de la guitarra. En un fragmento recogido por el medio CBR, reconoce que no hubo ningún guiño oculto ni juego temporal detrás del instrumento. Simplemente, explica, fue “una inconsistencia temporal” que los aficionados más detallistas han señalado sin descanso durante décadas. Para la gran mayoría del equipo, aquello no era más que una cuestión estética.
El actor también detalla que la elección se debió al parecido del modelo con las guitarras que Chuck Berry popularizó en los escenarios, lo que daba a la escena un aire más potente y reconocible. Para él, tanto la versión de 1955 como la de 1958 de la línea Gibson son “piezas singulares y bellísimas”. Además, confiesa que siempre se sintió cómodo tocarlas por su tamaño y ligereza: imponentes a la vista, pero sorprendentemente manejables incluso para alguien de complexión pequeña como él.
Después de años de rumores, análisis y debates interminables, la explicación resulta tan sencilla que sorprende: era la guitarra más estética para la escena y a nadie le preocupó su fecha de fabricación. Nada más.
