Los teclados tienen fecha de caducidad. Jon Hernández lo resume así: “Mi hija de 8 años no dice ‘pregúntale a Google’, dice ‘pregúntale a ChatGPT’. Su generación no entenderá por qué teníamos teclados.” Para el divulgador, hablaremos con los ordenadores de forma indistinguible a como hablamos entre humanos: primero con asistentes permanentes en el móvil y, después, con wearables y sistemas proactivos que “estarán presentes en nuestro contexto 24/7”.
El giro es de infraestructura, no de herramienta. “Abrimos el grifo y sale inteligencia”, afirma. La consecuencia: se normaliza la ventaja competitiva que antes daba “ser más listo”, y la nueva mediocridad pasa a ser la excelencia. Por eso, insiste, el foco no es si la IA “razona” como un humano, sino cómo afecta y cómo sacarle partido hoy.

La integración diaria ya es inevitable
La adopción avanza a una velocidad inédita. Hernández compara la transición: del coche (25 años) al smartphone (7 años) y ahora a la IA, que “crece más rápido que el iPhone”. En casa ya se nota: “Mis hijos no piden buscar; piden hablar con la IA”.
En el trabajo, también. Cita proyectos empresariales con ahorros de hasta 2,8 horas semanales por empleado y estudios que sitúan entre el 40% y el 60% las tareas cognitivas que pueden completarse en la mitad de tiempo. Su termómetro de integración es simple: cuántos tienen ChatGPT o Copilot abierto todo el día, como el correo o WhatsApp.
El mensaje es directo: “Si hoy trabajas igual que en 2024, trabajas mal.” No se trata de delegar, sino de cocrear: usar la IA para brainstorming, validación de ideas y automatización de procesos. “La IA no es un becario digital, es un compañero de trabajo que te ayuda a pensar mejor”, resume.

Riesgos reales y un cambio sin precedentes
Hernández pide atención a los riesgos inmediatos. El primero, los deepfakes: “Ya es imposible diferenciar ciertos vídeos o audios; lo que conocíamos como prueba de verdad se pierde”. El segundo, la falta de regulación: “Hoy necesitas menos permisos para montar un laboratorio de IA que para abrir un bar”.
A eso se suma la brecha social. “No estamos mentalmente preparados para la cantidad de cambio que viene en los próximos 10, 20 o 30 años”, advierte. Cree que la IA no igualará el mundo, sino que lo hará más desigual: “El pobre será menos pobre, y el rico mucho más rico. La desigualdad va a ser brutal”.
Pese a todo, Hernández no es pesimista. Defiende que la clave está en aprender a convivir con la IA antes de que sea una obligación. “No es el futuro, es el presente”, sentencia. “La diferencia entre quedarse atrás o avanzar dependerá de una sola cosa: quién se aclimata antes.”