Durante unos años, Hollywood giró en torno a los ojos grandes y el rostro serio de un niño que parecía venir de otro mundo. Haley Joel Osment no solo fue el protagonista de una película; fue el símbolo de una generación que descubrió que el cine podía estremecer incluso desde la voz temblorosa de un niño diciendo: “En ocasiones veo muertos”.
Con apenas once años, logró lo que miles de actores adultos jamás consiguen: una nominación al Oscar, una presencia magnética en la pantalla y el respeto absoluto del público y la crítica. Su papel en El sexto sentido, junto a Bruce Willis, marcó un antes y un después en el cine de suspense. Y, sin embargo, aquella fama fue una cima demasiado alta para alguien tan joven.

De arrasar en la gran pantalla a enfrentarse con la justicia
Pero Osment no era nuevo en esto. Antes ya había robado el corazón del público interpretando al hijo de Forrest Gump, en una de las escenas más emotivas del cine de los noventa. Su talento fue evidente desde el principio, descubierto por casualidad en una tienda, cuando un cazatalentos supo ver en él algo distinto. No era solo un niño bonito, era un actor en miniatura con una madurez desconcertante.
La industria lo convirtió en estrella, pero la vida real se encargó de recordarle que crecer bajo los focos tiene un precio. En su transición a la adultez, sufrió un accidente de tráfico que lo llevó a enfrentarse a la justicia y a sí mismo. Con apenas 18 años, Osment tuvo que asumir la rehabilitación, la presión mediática y el juicio del público. Y optó por desaparecer.

Prioriza papeles discretos en la pequeña pantalla
Pero no abandonó su pasión por lo audiovisual. Eligió formarse en la Universidad de Nueva York, no para empezar de cero, sino para reconectar con su vocación lejos del circo mediático. Mientras tanto, su hermana, Emily Osment, se hacía popular en series juveniles, pero Haley prefería el silencio, los papeles pequeños, las historias que no necesitan alfombras rojas.
Volvió, poco a poco, en producciones como Silicon Valley, la serie The Boys o filmes de bajo perfil como Extremely Wicked, Shockingly Evil and Vile. Ya no era el niño prodigio. Era otra cosa: un hombre que sobrevivió a ser famoso demasiado pronto, que entendió que el éxito no es eterno y que la paz personal vale más que un contrato millonario.