La historia de David Cameron suele contarse desde los despachos, los discursos y los años al frente del Gobierno británico. Pero su vida, más allá de Downing Street, está marcada por un episodio íntimo y devastador que condicionó para siempre su manera de ver el mundo: la muerte de su hijo mayor, Iván, cuando apenas tenía seis años.

En los últimos días, Cameron ha vuelto a ocupar titulares por un motivo distinto. Ha revelado que padece cáncer de próstata. Lo afronta con calma y con un tratamiento ya iniciado, pero también con el apoyo imprescindible de su esposa, Samantha, y de sus tres hijos menores. Una familia que, como él admite, ha aprendido a sostenerse en lo difícil.

Su diagnóstico llegó gracias a la insistencia de Samantha, que lo empujó a hacerse pruebas al notar señales que él prefería ignorar. Ahora, tras una terapia focal que ha frenado la enfermedad, Cameron describe la importancia de tener a los suyos cerca. No es la primera vez que su hogar se convierte en su único refugio.

David Cameron Regne Unit EFE

La vida de David Cameron cambió radicalmente en 2002

Porque si hay un acontecimiento que lo atravesó por dentro, fue el nacimiento de Iván en 2002. El pequeño llegó al mundo con síndrome de Ohtahara, una enfermedad neurológica extremadamente rara. Las convulsiones aparecieron desde los primeros días. Las crisis epilépticas eran diarias. El desarrollo, muy limitado. La fragilidad, constante. Aquello transformó por completo la vida familiar.

Cameron recuerda en sus memorias cómo ese golpe desmoronó cualquier sensación de invulnerabilidad que pudiera tener. Había vivido siempre convencido de que el mundo funcionaba de una manera ordenada. La enfermedad de su hijo desmontó esa idea en cuestión de semanas.

El mundo se le detuvo en 2009

Los años siguientes fueron una cadena de hospitalizaciones, cuidados especiales y noches sin dormir. Iván vivía con dolor, y sus padres, con una preocupación que nunca tenía descanso. El 24 de febrero de 2009, su cuerpo no resistió más. Tenía seis años. Su padre lo explica con una frase que resume lo insoportable: perder a un hijo es “como ver el mundo detenerse”.

Esa tragedia casi quiebra su matrimonio. Lo han reconocido ambos. La presión pública, el ritmo político, la sensación de impotencia… todo se acumuló. Hubo momentos en los que parecía que no podrían sostenerse. Sin embargo, lo hicieron. Samantha, discreta pero firme, se convirtió entonces, como ahora, en la columna vertebral de la familia.

Tras la muerte de Iván, llegaron los tres hijos que hoy forman el núcleo del hogar: Nancy, Arthur y Florence. Cada uno creció con la sombra del hermano que no conocieron plenamente, pero también con el ejemplo de dos padres que supieron reconstruirse desde el dolor.