La vida de Carme Ruscalleda es un espejo de coherencia. Lo que predica en sus restaurantes lo aplica en su día a día. Y a los 73 años, después de haber conquistado las siete estrellas Michelin que la convirtieron en leyenda, sigue defendiendo con pasión la misma idea: comer bien es vivir mejor.

Podría permitirse lujos, pero elige la sencillez. Su rutina no empieza con un banquete, sino con un ritual íntimo. Allí, en su mesa, con un mantel bien puesto, arranca un día que se alarga entre proyectos, charlas y memorias. “Yo desayuno sola”, confesó en el programa de radio Cinco bocados de RNE. Su marido busca la tertulia del bar. Ella, en cambio, busca la calma.

Carme Ruscalleda. Carles Allende

Carme Ruscalleda confiesa algunos secretos de su alimentación

El primer gesto de la mañana es un guiño a la naturaleza: fruta recién cogida de su huerto. Según la estación, nísperos, peritas o cualquier cosecha que la tierra regale. Ese contacto directo con el producto fresco, tan propio de su cocina, se cuela también en su vida privada.

Luego, un clásico que respeta desde hace años: el huevo pasado por agua. Una preparación humilde, ligera, pero que concentra lo que Ruscalleda defiende siempre: respeto por el producto y equilibrio en la mesa.

El otro pilar es el . Largo, intenso, con un hilo de miel. No hay café en su día, lo desterró al abrir su primer restaurante. Lo sustituyó por una ceremonia que recuerda a Japón, país donde también dejó huella con su cocina. Negro al amanecer, verde a media mañana y tostado por la tarde. Tres momentos, tres sabores, un mismo propósito: cuidar el cuerpo y la mente.

Desayuno basado en magdalenas de espelta integral con frutos secos

Y, por último, sus magdalenas de espelta integral con frutos secos. Son su pequeño tesoro, las hornea en casa con aceite de oliva y las guarda en táper. “Duran hasta dos semanas”, dice. Perfectas para mojar en el té, perfectas para empezar el día. Ese gesto sencillo, cotidiano, se convierte en un acto de placer consciente.

carme ruscalleda

No es casualidad que una de las chefs más premiadas del mundo apueste por una dieta tan clara. Para ella, el desayuno no es solo un trámite, es un momento de orden y reflexión. “Hay que saciarse, pero no quedar anestesiado”, explica. Con esa fórmula, consigue energía suficiente hasta la comida, que nunca retrasa más allá de la una y media.

En un tiempo donde la prisa arrincona lo esencial, Ruscalleda recuerda que la nutrición es una prioridad vital. Que no se trata de contar calorías, sino de darle sentido a lo que ingerimos. Que comer bien no es un lujo, sino una forma de respeto a uno mismo.

Su éxito en la alta cocina nació de esa mirada. Y su desayuno, tan sencillo como magdalenas, fruta, huevo y té, es quizá la mejor lección que deja: la excelencia empieza en los gestos pequeños.