La figura de Juan Carlos I sigue condicionando los movimientos de las instituciones españolas. A pesar de que el rey emérito lleva más de cinco años instalado en el extranjero, su estado de salud preocupa tanto en Zarzuela como en Moncloa. La posibilidad de que fallezca lejos de España han obligado a diseñar un plan común.
Felipe prometió a Juan Carlos I que podría volver de forma definitiva bajo dos premisas: una operación a vida o muerte o una enfermedad terminal. Y de momento ninguna se ha dado. En este contexto, existe el temor de que muerta fuera de España. Sería un escándalo para la imagen de la corona. Es por eso que ya se ha diseñado un plan por si esto ocurre.

Todo preparado por si ocurre lo peor con Juan Carlos I
El protocolo ya existe. Todo está calculado. Desde el traslado de los restos hasta la comunicación oficial que se ofrecerá al país. No habrá improvisaciones. El mensaje será uniforme y el tono, sobrio. Ni exaltaciones, ni silencios incómodos. Una despedida breve, discreta y medida al milímetro.
Uno de los puntos centrales es el funeral. Según los planes previstos, se celebrará en España, pero con un formato reducido. Ceremonia sobria. Limitación de asistentes. Sin grandes concentraciones ni exposición mediática excesiva. La intención es clara: cerrar una etapa sin convertir el acto en un nuevo debate sobre su figura.
La estrategia responde a un objetivo común: contener la polémica. Se busca evitar que el fallecimiento del emérito se convierta en un escenario de confrontación política. No habrá margen para discursos espontáneos ni gestos fuera de guion. El control será total. Cada imagen y cada palabra estarán pactadas de antemano.

Su traslado será discreto y su despedida, contenida
Desde un punto de vista institucional, la operación revela hasta qué punto Juan Carlos I sigue teniendo peso en las altas esferas del Estado. Aunque apartado de la vida pública, su nombre continúa siendo incómodo. Su final, cuando llegue, no será tratado como el de un rey jubilado cualquiera. Será el cierre de un capítulo lleno de luces y sombras.
El Gobierno y la Casa Real coinciden en lo esencial: no reabrir viejas heridas. Por eso se habla de una ceremonia con honores justos, pero sin glorificaciones. Un regreso contenido, con protocolo oficial, pero sin la solemnidad excesiva que podría desatar críticas.
El mensaje que se quiere transmitir es de normalidad controlada y evitar controversias en la opinión pública. El emérito será despedido con respeto, pero sin excesos. Nada quedará al azar. Si muere en el extranjero, el regreso será rápido y discreto.