El Palacio de los Grimaldi está envuelto en un escándalo silencioso, una sombra que crece sin declaraciones oficiales pero con miradas inquietas en los pasillos de Le Palais Princier. El Príncipe Alberto de Mónaco, heredero de uno de los tronos más exclusivos de Europa, arrastra un secreto incómodo que ya es vox populi entre su círculo más cercano: su alarmante dependencia al alcohol, especialmente al whisky, una adicción que está deteriorando no solo su imagen, sino también su salud física y emocional. Quienes han compartido cenas privadas, recepciones diplomáticas o encuentros íntimos con el monarca, aseguran que su copa nunca está vacía. No se trata de una costumbre social ni de una ocasión especial para brindar; se trata de una rutina diaria, de una necesidad que, según testigos, se ha vuelto incontrolable y que el soberano no ha podido –ni querido– erradicar.

La obsesión de Alberto por el whisky preocupa al equipo médico del Palacio

El equipo médico que vigila la salud del soberano monegasco lleva años advirtiendo sobre los peligros de su estilo de vida. Pero las alertas no han surtido efecto. A sus 67 años, Alberto II muestra un deterioro físico notable, con un sobrepeso creciente y un rostro cada vez más hinchado, signos que no se pueden ocultar ni con los mejores trajes de alta costura. Según fuentes internas, las revisiones médicas han revelado alteraciones hepáticas preocupantes y signos de fatiga crónica asociados al consumo constante de alcohol.

Lo más alarmante es que, lejos de mostrar intención de frenar, el Príncipe sigue refugiándose en su “ritual”: un buen vaso de whisky escocés, servido con hielo, que acompaña sus tardes y noches, incluso en actos oficiales. “Es su válvula de escape”, afirman algunos allegados. Una vía de evasión que ya ha dejado huella en su cuerpo y, poco a poco, amenaza con arrastrar también su credibilidad como jefe de Estado.

División en el Principado: expertos temen un colapso institucional si la adicción avanza

Mientras tanto, en el Principado se libra otra batalla: la de las apariencias. Expertos en protocolo y analistas de la realeza se encuentran divididos. Algunos aseguran que estos rumores forman parte de una campaña para restar autoridad al príncipe y dar mayor protagonismo a la princesa Charlene, quien recientemente ha regresado a la esfera pública tras sus propios problemas de salud. Otros, sin embargo, afirman que la preocupación es legítima y que la imagen del soberano podría deteriorarse hasta un punto de no retorno si no pone freno a sus excesos.

Ahora bien, si la salud de Alberto de Mónaco se deteriora hasta el punto de impedirle ejercer sus funciones, el Principado podría enfrentarse a una crisis sucesoria no prevista, pues sus hijos, aún menores, no están preparados para asumir un rol de liderazgo. En los pasillos del gobierno monegasco ya se habla en voz baja de una posible “regencia encubierta” encabezada por Carolina de Mónaco, mientras otros se atreven a mencionar la sombra de una abdicación silenciosa si la situación no mejora. Todo, claro está, con una condición: que este “asunto de Estado” no salga a la luz… aunque, visto lo visto, ya ha comenzado a hacerlo.