La infanta Elena, la primogénita de Juan Carlos I y de la reina Sofía creció entre la atención mediática y la discreción personal. Su vida pública fue siempre visible. Pero su intimidad guardaba un secreto. Un trastorno compulsivo que apareció en la adolescencia y que marcó buena parte de su desarrollo.

El primer síntoma parecía inofensivo. Elena pasaba horas frente a la televisión. No veía películas ni series. Su obsesión era la teletienda. Cada madrugada repetía el mismo ritual. Encendía el televisor y compraba compulsivamente. Adquiría desde cremas milagrosas hasta pequeños electrodomésticos. Su verdadera debilidad eran los productos adelgazantes. Todo lo hacía a escondidas.

infanta Elena

La infanta Elena era adicta a las compras por teléfono

Al principio nadie en Zarzuela sospechaba nada. Pero los paquetes empezaron a acumularse. Para ocultarlo, recurrió a amigos cercanos a la familia. Los hermanos Fuster se convirtieron en sus cómplices. Ellos recibían los pedidos en su casa. Después, Elena los recogía discretamente. Así evitaba que sus padres descubrieran la magnitud del problema.

El asunto se volvió insostenible en los años noventa. En palacio ya se habían dado cuenta. Aquello no era una simple excentricidad juvenil. Era un trastorno de control de impulsos. La reina Sofía intervino directamente. Consciente de la gravedad, decidió poner a su hija en manos de especialistas. Desde entonces, la infanta ha estado bajo seguimiento médico continuo.

La patología sigue, pero está controlada

El diagnóstico fue claro: una compulsión de compra que exigía tratamiento prolongado. Durante años ha tenido altibajos. Hubo periodos de relativa estabilidad. Pero también recaídas. Aunque en apariencia lleva una vida ordenada, la compulsión nunca ha desaparecido del todo. Permanece latente, siempre bajo vigilancia.

Infanta Elena 

Con la llegada de internet, el patrón cambió. Hoy, buena parte de esas compras se realizan en plataformas digitales. Los productos llegan a su domicilio. Muchos ni siquiera se utilizan. Otros desaparecen sin explicación. El problema persiste. La diferencia es que ahora la infanta cuenta con apoyo profesional y herramientas para contenerlo.