La reciente visita de Kate Middleton y el príncipe Guillermo a la Federación Nacional del Instituto de la Mujer no fue un gesto inocente ni casual. Coincidiendo con la llegada de Harry al Castillo de Windsor para rendir tributo a su abuela, la reina Isabel II, los príncipes de Gales dieron un golpe de autoridad silencioso, pero contundente: eclipsaron la presencia de Harry en Londres, sugiriendo que la narrativa pública de la Casa Real se mantiene en curso, priorizando así la cohesión institucional por encima de cualquier reconciliación personal.
El gesto, cargado de simbolismo y oportunismo, fue interpretado como un recordatorio de que los herederos al trono no piensan dar espacio al hijo menor de Lady Di. Mientras Harry volvía al Reino Unido entre rumores de acercamiento al rey Carlos III, Guillermo y Kate se blindaban frente a la opinión pública, dejando claro que su prioridad es proteger la institución y marcar distancia con los Sussex.
Guillermo no soporta a Harry y Kate veta cualquier acercamiento
Ahora bien, la tensión entre los príncipes de Gales y los Sussex no solo persiste, sino que se ha intensificado. Lejos de buscar un punto de encuentro, Guillermo mantiene una postura férrea y ha dejado claro que las ofensas del pasado no se borran con discursos emotivos ni gestos simbólicos. Según fuentes cercanas, el heredero al trono aún no perdona las revelaciones y ataques incluidos en la explosiva autobiografía de su hermano.
La sensación de traición es tan profunda que, en privado, el príncipe de Gales ha prometido no dar nunca marcha atrás, incluso si la monarquía enfrenta tiempos difíciles. El papel de Kate Middleton resulta igual de determinante. La princesa de Gales no puede ni ver a Meghan Markle, y tras los ataques públicos que recibió en entrevistas y documentales, ha trazado una línea infranqueable. En su entorno se asegura que Kate ha sido la voz más firme contra cualquier posible retorno de los Sussex al núcleo duro de la familia real.
Meghan Markle, el obstáculo imposible para la reconciliación
Las tensiones no solo giran en torno a Harry, sino también a su esposa. En el Palacio se repite un mantra: “o se divorcia de Meghan, o no se le permitirá regresar”. Y es que, para el príncipe Guillermo y Kate, el verdadero obstáculo no es la rebeldía de Harry en sí misma, sino la influencia que Meghan tiene sobre él. En este contexto, el regreso de Harry a la Casa Real parece más utopía que posibilidad. Incluso si decidiera tender puentes con su hermano, el precio sería demasiado alto: renunciar a la mujer con la que construyó su nueva vida en California. Una decisión que lo colocaría en el dilema más doloroso de su existencia.
Las piezas del tablero están claras: Kate y Guillermo se han movido en la sombra para bloquear cualquier perdón, y la única salida que algunos expertos vislumbran es radical. Si Harry quiere regresar a la Familia Real, la condición implícita sería romper con Meghan Markle y ofrecer disculpas públicas. Aunque esta hipótesis parece extrema, la narrativa que circula en los pasillos palaciegos insiste en ello. Sin Meghan, Harry podría aspirar a ser perdonado; con ella, seguirá condenado al destierro. De momento, la estrategia de los príncipes de Gales es firme: mantener la distancia, reforzar su imagen como herederos legítimos y dejar que la popularidad de los Sussex se desgaste sola.