Desde su nacimiento, la vida de la infanta Elena estuvo marcada por las expectativas y limitaciones que impone una familia real. Como primogénita de los entonces príncipes Juan Carlos I y Sofía, su llegada no fue recibida con la alegría esperada. En un entorno donde todo giraba en torno a asegurar la sucesión al trono, el hecho de que el primer hijo fuese una niña fue considerado poco menos que una decepción por parte del rey emérito.

Aquel comienzo frío y sin afecto marcó profundamente su desarrollo emocional. Ya en la infancia, los profesores del centro educativo al que asistía detectaron señales preocupantes en su comportamiento. La infanta Elena mostraba una dificultad clara para concentrarse, torpeza en habilidades sociales y una gran inseguridad personal. Aunque nunca se emitió un diagnóstico oficial, en el colegio alertaron a la familia real de que la niña presentaba problemas de adaptación y una baja autoestima que podrían derivar en consecuencias serias si no se trataban a tiempo.

Joan Carles, Sofia, Felip, Elena, Cristina i els seus gossos / GTRES
Juan Carlis, Sofía, Felipe, Elena, Cristina / GTRES

La infanta Elena no se sentía importante

Sin embargo, en lugar de recibir apoyo emocional especializado, Elena fue educada para ocultar sus vulnerabilidades y comportarse como lo que representaba: una Borbón. En otras palabras, para ver, oír y callar. Un florero. Su sueño de ser bailarina nunca fue tomado en serio. En su lugar, se le impusieron actividades extraescolares que no buscaban fomentar su talento, sino simplemente mantenerla ocupada y alejada del foco de atención. La prioridad no era su bienestar, sino su imagen pública.

Con el paso de los años, Elena se convirtió en una joven sumisa, poco espontánea, que no podía expresar sus verdaderas emociones. La presión para cumplir un rol la llevó a casarse con Jaime de Marichalar, un aristócrata aprobado por el entorno real, pero que impuso sobre ella una nueva serie de restricciones. Incluso su forma de vestir estaba sujeta a las preferencias de su esposo.

Infanta Elena y Jaime de Marichalar / GTRES
Infanta Elena y Jaime de Marichalar / GTRES

Tratamiento para recuperar la autoestima

Durante aquel matrimonio, sus amistades se fueron alejando poco a poco. Elena se encontraba cada vez más aislada, obligada a asistir a eventos sociales con una sonrisa forzada mientras su vida personal se marchaba por el retrete. 

Solo después del divorcio, la infanta Elena comenzó un proceso terapéutico para reconstruir su autoestima. Hoy en día, aunque sigue siendo una figura institucional, Elena ha aprendido a vivir con menos miedo al juicio púbblico. Ha logrado reencontrarse consigo misma tras años de opresión.