Según fuentes de su entorno cercano, el declive físico de Juan Carlos I se ha acelerado notablemente en los últimos meses. Su pierna izquierda se encuentra prácticamente inmovilizada, lo que le impide caminar de forma autónoma. Necesita una silla de ruedas para cualquier desplazamiento, incluso en trayectos cortos, y su dependencia de otras personas es total.
Más allá de lo físico, también se percibe un empeoramiento mental. Quienes han compartido con él en los últimos tiempos aseguran que Juan Carlos ha perdido gran parte de su agudeza intelectual, su famosa chispa y ese sentido del humor ácido que lo caracterizó durante décadas. Hoy es un hombre vulnerable, inestable y con lagunas de memoria preocupantes.

Juan Carlos I pierde rápidamente sus capacidades cognitivas
Desde el entorno más próximo se empieza a hablar abiertamente de demencia senil, aunque sin un diagnóstico oficial por parte de la Casa Real, que mantiene el tema con el más estricto hermetismo. Aunque en realidad, las palabras “demencia senil” ya aparecieron ligadas a Juan Carlos en 2021. El periodista monárquico José Antonio Zarzalejos apuntó en su libro ‘Felipe VI, un rey en la adversidad’ que el emérito sufría una “leve incapacidad cognitiva”, describiendo un cuadro de lapsus de memoria y una desconexión con la realidad que le impedía asumir las consecuencias de sus propios actos.
Hoy, cuatro años después, esa “leve incapacidad” parece haber evolucionado hacia algo más serio. Juan Carlos I ya no reconoce a ciertos amigos de toda la vida, y tiene serias dificultades para recordar acontecimientos recientes. En un intento por protegerlo de sí mismo, algunas de sus llamadas telefónicas están siendo controladas o incluso limitadas por personal de confianza, ante el temor de que diga algo inapropiado o comprometedor sin darse cuenta.

Preocupación máxima de la infanta Cristina
Ante este panorama, las emociones dentro del núcleo familiar están a flor de piel. La infanta Cristina, que siempre ha mantenido una relación estrecha con su padre, estaría profundamente afectada. Personas cercanas aseguran que llora con frecuencia y que es plenamente consciente de que el final se acerca. La situación la supera, y es incapaz de ver al hombre que fue, fuerte y dominante, reducido a una figura frágil y dependiente.
También la infanta Elena, muy unida siempre a Juan Carlos I, está preocupada. Ambas hijas intentan pasar el mayor tiempo posible con él, conscientes de que sus días de lucidez son cada vez más escasos. Mientras tanto, desde la Casa Real, se guarda silencio absoluto, tratando de proteger la imagen institucional ante una realidad cada vez más evidente: el rey emérito se apaga lentamente.