Los camiones de mudanza han vuelto a detenerse frente a las puertas del Palacio de la Zarzuela. No es una visita protocolaria ni una reorganización logística. Se trata, ni más ni menos, del regreso de Juan Urdangarin. Un hecho que activa todas las alertas en la Casa Real, y especialmente en la reina Letizia, que ve cómo se repite el escenario que más detesta.
El primogénito de la infanta Cristina vuelve a ocupar espacio —físico y simbólico— en el entorno más íntimo del rey. Tras varios años en el extranjero, Juan ha decidido instalarse nuevamente en Zarzuela. Lo hará durante el verano, como ya ocurrió el año pasado. Y eso, para Letizia, supone el peor dolor de cabeza imaginable. No solo por él. También por lo que representa.
Juan Urdangarin está de vuelta
La presencia de los Urdangarin, y en general de los Borbones exiliados del foco oficial, descoloca la imagen que la reina quiere proyectar. Orden, distancia, pulcritud institucional. Pero con la vuelta de Juan, ese equilibrio salta por los aires. El joven, que hoy tiene una vida discreta en Londres, arrastra un pasado marcado por el escándalo y la presión mediática.
Desde el caso Nóos, su nombre nunca ha dejado de estar vinculado al de su padre, Iñaki Urdangarin, condenado por corrupción. Aunque él solo era un adolescente cuando estalló el caso, cargó con un peso emocional descomunal. Y lo pagó caro. Acoso escolar, insultos, aislamiento. Ni su apellido ni su entorno lo protegieron de la crueldad.
Su madre, la infanta Cristina, hizo lo que pudo. Lo trasladó de país, de colegio, buscó ayuda psicológica. Washington, Ginebra, Londres. Juan ha sido un nómada emocional. Alguien que, pese a todo, asumió el papel de protector de sus hermanos. Pero hoy, regresa al lugar del que quiso huir. Vuelve a la Zarzuela, donde no todos lo reciben con los brazos abiertos.
La peor pesadilla de la reina Letizia
No es ningún secreto que Letizia no quiere en palacio ni a los Urdangarin ni a los Marichalar. El año pasado, tener a Irene, Miguel y Juan en la Zarzuela fue motivo de tensión interna. Y ahora, parte del ciclo se repite. Letizia siente que sus esfuerzos por blindar la imagen institucional se ven amenazados por una familia que ya no forma parte del núcleo activo de la Corona.
Sin embargo, para Juan, Zarzuela representa otra cosa. No es un lujo. Es refugio. Un lugar donde puede recuperar el aliento, al menos temporalmente. Porque en Londres, su vida también ha tenido grietas: discusiones con su compañero que arrastra desde el pasado verano, problemas de convivencia, incertidumbre profesional. No ha sido fácil para él construir independencia.