Este verano reí mucho con el vídeo de una chica que se gravó mientras enseñaba a nadar a su perro en la piscina de su casa. Cada vez que el ama acercaba el animalito al agua -me parece que era un whippet joven, de pocos años- el bicho empezaba a mover las patas delanteras con un ritmo y una cara de susto enternecedoras.

La gracia del vídeo era ver cómo el ritmo de las patas se aceleraba de forma casi mecánica, a medida que el ama introducía el perrito dentro del agua. Era una aceleración que crecía en perfecta sincronía con la cara de temor del bicho y que disminuía con la misma progresión mecánica inversa, a medida que el ama sacaba el perrito del agua y el pobre respiraba aliviado.

Volví a pensar en este vídeo viendo a Alfons López Tena ayer en el programa de Cuní. Y no porque su aparición en 8TV me sorprendiera sino porque forma parte de un fenómeno que hace días que observo entre viejos amigos y conocidos, y que ya hace tiempo que preveía. Los animales nos enternecen porque nos ponen delante de un espejo inocente y caricaturizador. En sus actitudes naturales podemos reconocer las pulsiones que dirigen nuestra inteligencia, aparentemente racionales e infalibles.

En una guerra es cuando se ve mejor la línea finísima que separa al animal del hombre, y el papel que el misterio de la fe juega en esta diferencia tan abismal y tan pequeña. Cuando empiezan las bofetadas, es cuando se pone más en evidencia qué profundidad tienen los discursos y qué idea de mundo está dispuesta a defender a cada persona, suponiendo que realmente esté dispuesta a defender alguna cosa. Cuando el miedo se extiende, muchos hombres se comportan como el perrito de la piscina.

Un detalle que explica la decadencia de Occidente es que incluso los intelectuales más eruditos han olvidado la importancia que los antiguos daban al honor y a los ideales. No hay ningún hombre que haya hecho nada importante condicionando su acción a la previsión de un resultado concreto beneficioso para él. Hoy día nadie hace nada sin apoyarse en una encuesta, un estudio o una teoría sociológica. Pero cuando actúas como si ya supieras el futuro, por mucho que lo disfraces de razón, acabas actuando como un perrito.

No sé si sólo es una paradoja o es la prueba de alguna cosa más, pero cuando el hombre intenta utilizar la inteligencia para suplantar a Dios acaba descendiendo en la escala evolutiva. La inteligencia racional nos ayuda más a ejecutar nuestras decisiones, que a determinarlas. España, que conoce nuestras inseguridades de pueblo oprimido, cuenta con eso y se divierte hurgando en las debilidades de los independentistas más superficiales para convertir Catalunya en un zoológico.

Lo hemos visto con Santiago Vidal, con Santi Vila, con Artur Mas y ahora me temo que lo hemos visto con López Tena. Yo hace tiempo que espero que los españoles detengan a Marta Ferrussola con el objetivo que Pujol se descontrole, pierda el mundo de vista y, para proteger a su mujer, confiese que todo es un montaje: la moreneta, la lengua catalana, Pompeu Fabra y el proceso de independencia.

López Tena es inteligente, pero la inteligencia sin fe es como un regate de Messi sin Messi y sin el Barça -es decir, un mecanismo de perrito. De entrada me afectó ver cómo se escondía detrás de las debilidades y los incumplimientos de otros políticos. El único aspecto interesante de la entrevista era el deseo incontrolable de Cuní de sentirse valorado por un político que nunca ha votado, pero que le recuerda a sus ideales juveniles.

Cuní, que de joven era independentista, disfrutaba viendo a López Tena derrotado como él. Sus esfuerzos por ganarse su reconocimiento sólo se podían comparar, en comicidad animalesca, a los esfuerzos de López Tena por marcar distancias entre los dos. Cualquier persona que no esté ebria de una vanidad o de un orgullo Napoleónico, intuye que las guerras no se ganan con grandes estrategias y razonamientos. Se ganan con una fe que nace del corazón mismo de la condición humana y que es la fuerza que te hace seguir luchando incluso en los momentos que parece que ya no hay nada a hacer.

En un combate de boxeo gana quien clava el último puñetazo. En una batalla lo que te hace avanzar en medio del ruido, los gritos, el polvo y el caos, no es el sibaritismo que últimamente exhibe López Tena. Imagínate a un oficial que en medio de la batalla empezara a protestar porque el mariscal de campo es un imbécil. No sería muy diferente del perro que ladra cuando no le devuelves la pelota o haces un movimiento extraño.

Con su discurso de intelectual de salón, López Tena me hizo pensar en el protagonista de la Cartuja de Parma que, confundido por los libros, después de pasar por Waterloo, no para de preguntarse si ha participado en una batalla auténtica. Stendhal, Tolstoi, De Maistre y muchos otros escritores han explicado la ridiculez de los teóricos que se creen que las guerras son fenómenos ordenados, gobernados por la razón, como pretende hacer ver López Tena con su perfeccionismo.

"Tena -me escribió una amiga- no quiere participar de la farsa del proceso pero está dispuesto a participar de la farsa de la dominación española en nombre de la democracia, de la farsa del periodismo del grupo Godó y de Lluís Bassets y sus chicos de los encargos, de la farsa de Iniciativa, de la farsa de una biografía al servicio de Convergència y sus intereses en Madrid y, en general, de cualquier farsa que lo exculpe de haber sido derrotado por el "mediocre" Mas, haber destruído un movimiento político nacido de las consultas y, en general, haberse pasado de listo por querer ser más inteligente que la media".

Quiero decir que si Cuní se cree que llevando al exlíder de Solidaritat a su programa ha puesto presión sobre el independentismo, se equivoca. Ha puesto presión sobre los políticos mentirosos, lo cual le agradecemos. Si ha dado un poco de moral a los unionistas que tienen la desgracia y el problema de necesitar independentistas para darse la razón, también estamos contentos. Cuanto mejores seamos los buenos, mayor será la gloria. Últimamente, con tantos catalanes pendientes de los plátanos que sirve el Estado español no dejo de pensar en una frase de Mossèn Ballarín que, citando no sé qué Papa, decía: "El gran problema no es saber si el hombre viene del mono, el gran problema es saber si vuelve a parecérsele."