Su última tentación la ha ambientado en Japón. Martin Scorsese, que ya empieza a hacer balance vital, apuesta con la película Silence por una visión del cristianismo discutible. Un cristianismo a golpe de bautizo, de confesión y de comulgar en la clandestinidad. En esta visión evangélica del director de cine italo-americano, la parte más esperanzadora de la cosmovisión cristiana está toda en el Paraíso. En la tierra, sufrir. Sufrimiento, silencio de Dios ante las injusticias y el clamor de su pueblo. Una auténtica transposición en el cine de la escritura de los salmos.

El silencio quizás más elocuente de toda la película no es tanto el de Dios, sino el de la mujer. Un personaje aparentemente secundario que Scorsese viste de mucha importancia. Siempre se ha identificado a la mujer japonesa como una mujer sumisa y callada. El director así la muestra, pero como buen cineasta nos regala algún juego óptico que ya decidirán ustedes si es efectivo o no.

En la visión evangélica del director Scorsese, la parte más esperanzadora de la cosmovisión cristiana está toda en el Paraíso. En la tierra, sufrir

La violencia acompaña esta novedad fílmica. Con todo, después de ver cabezas rodando en Juego de Tronos, nuestra capacidad de digerir el dolor de la pantalla se ha modificado. Scorsese no hace una película de palomitas, pero tampoco una Pasión de Mel Gibson. De las impresiones que te deja el film –donde nadie osa tocar el móvil, qué bendición, durante 2:40 horas- la del dolor no es la primera. El autor reflexiona sobre la apostasía y por lo tanto sobre poner las ideas religiosas por encima de todo. Es un ejemplo de las consecuencias de renunciar y morir por las ideas, espirituales o no. Y también nos hace pensar en la inculturación: ¿la pretendida universalidad del cristianismo, una propuesta que se adapta a todas las culturas del mundo, tiene algún sentido en una sociedad budista e imperial como la japonesa del siglo XVII? La historia nos hace ver que el cristianismo ha arraigado en tierras niponas, pero también ha sido muy perseguido. El país nipón es tierra de mártires. Y todavía hoy el cristianismo es muy minoritario. La prestigiosa universidad jesuita de Sofía, en Japón, sigue siendo un punto de referencia para las élites del país, cristianas o no. Incluso en Japón tenemos a misioneros catalanes, el testimonio de los cuales es imprescindible para ver con qué respeto se acercan a una cultura totalmente diferente (www.missioners.cat).

En Japón, los jesuitas se dejaron la piel, y a menudo con fracasos detrás, que es lo que suele pasar en la historia del cristianismo. Ahora, por primera vez en la historia, el embajador japonés ante la Santa Sede, y su mujer, son católicos. Invitada a su residencia hace poco, recogí delicadamente de las manos del embajador una imagen del Papa Francisco hecha con lápiz por un artista japonés. Es inusual, que suceda eso. Los otros embajadores no sólo no eran cristianos, sino que cuando hablaban contigo cogían un bloc de notas e iban apuntando palabras, conceptos, hacían croquis fascinantes a medida que les explicabas cómo funcionaba el intrincado aparato de la Iglesia Católica. Porque el catolicismo para ellos es exótico. No les pertenece. Como exótico es para nosotros todo su mundo. Valoran la consistencia cronológica y el liderazgo ético global de la figura del Papa (sea cuál sea), que ven vinculado a la longetividad de su familia imperial.

En una entrevista cuya largura es proporcional a su interés, el director de la revista Civiltà Cattolica, Antonio Spadaro, hace decir a Scorsese por qué ha tardado tanto en hacer esta película: casi 20 años. El cineasta le responde que se inspiró en la novela de Endo y en la lucha interior y la fidelidad a una misión. La película es una ocasión ideal para recordar qué hacemos y por qué lo hacemos. La pregunta angustiante de los jesuitas, y de los cristianos clandestinos, es la pregunta de cualquier persona: qué hago, por qué lo hago, qué sentido tiene. Un llamamiento de Scorsese a la misión de interpelarnos, de aceptar el silencio y el no sentido. Y de saber convivir.