Si pasáis alguna mañana por la plaça de Sant Jaume, es muy probable que os encontréis con un grupo mayoritariamente de mujeres que se concentran con un pañuelo verde, muchos años en la espalda y el pelo plateado. Inamovibles. Un día al mes. Haga frío, calor o llueva. Son el colectivo de viudas, que intentan hacerse visibles allí donde la sociedad las ha olvidado.

Hoy este colectivo representa a 400.000 personas en Catalunya (2.3 millones en todo el Estado) y cobran una media de pensión de 650 euros mensuales. Las viudas actuales —hablo en femenino porque el 92% de perceptoras lo son—, son la generación de mujeres que trabajó mucho, muchísimo. Haciéndose cargo de sus familias. Criando a los hijos e hijas. Organizando las casas. Muchas, obligadas a dejar de trabajar al contraer matrimonio. O bien trabajando en negro. Y todo este trabajo lo hicieron sin el prestigio social que merecen y merecían. Porque si la sociedad ha podido continuar ha sido porque ellas trabajaron hasta la extenuación. Y ahora se encuentran con que, a su edad, malviven con pensiones de miseria. Y todo ello, como he dicho, sin prestigio ni, sobre todo, cotizaciones.

Siete de cada diez viudas sólo tienen la pensión como fuente de ingresos

Y aquí es donde quiero llegar con los últimos globos sonda que ha lanzado el Gobierno del PP a través de la ministra Báñez: que las pensiones de viudedad pasen a los presupuestos generales del Estado. Incluso en algún momento tantearon el hecho de que pasaran a las comunidades autónomas. Error. Las pensiones de viudedad tienen que seguir siendo contributivas y estar dentro de los presupuestos de la Seguridad Social. Las pensiones de viudedad son contributivas porque los maridos (y algunas esposas) cotizaron anteriormente, concretamente se cotiza por las contingencias de riesgo de muerte y de supervivencia del cónyuge, hijos y otros. Y ahora, el sobreviviente cobra. Si tuviéramos la tentación de pasarlo a los presupuestos, dejaría de ser un derecho para quedar al arbitrio de los vaivenes políticos. Y siete de cada diez viudas sólo tienen la pensión como fuente de ingresos. Y no pueden estar cada año esperando que haya prórroga o nuevos presupuestos. Si la caja de la Seguridad Social tiene déficit, necesita una respuesta global gracias al incremento de ingresos, pero nunca a costa de expulsar del sistema el eslabón más débil (y añado a los huérfanos).

El otro día, una viuda me trajo una carta. Estaba firmada por la ministra Fátima Báñez. Le decía, en un tono de satisfacción total, que el Gobierno velaba por ella y por eso le subían, en una pensión de 600 euros y pico, la cantidad de 1,62 euros más. Lamentable. Maldita reforma, que incrementa un 0,25% las pensiones, mientras que la inflación está disparada a cifras superiores al 3%. ¿Cómo pagarán la luz?, y ¿cómo irán al mercado? Enviar la carta, ya vale más dinero. Pero por vergüenza de todos, prevalece la propaganda política.

La última estocada para su dignidad significaría pasar sus pensiones a los presupuestos. Dejarían de ser un derecho para pasar a ser beneficencia

Estas mujeres hacen milagros. Alargan la comida. Calientan la casa como pueden y no como quieren. Y a veces ayudan a los hijos o hijas en paro o con salarios de pobreza. Pero son y representan una estirpe nacida en plena guerra o posguerra, acostumbradas a luchar hasta la extenuación. Y ahora, a sus edades, no desfallecerán. Continuarán impasibles con los pañuelos verdes en la plaça de Sant Jaume. La última estocada para su dignidad significaría pasar sus pensiones a presupuestos. Dejarían de ser un derecho para pasar a ser beneficencia. Y no se lo merecen. Porque han trabajado tanto, y tan duro, que ahora necesitan un merecido descanso. Y sobre todo, que entendamos que en sus pañuelos verdes se contempla una vida llena de dignidad y esperanza.