El 9-N, cuando más de dos millones de personas fueron a votar, hubo 1.317 puntos de votación, de los que 684 eran locales municipales, y el resto escuelas e institutos, que abrieron las puertas por el compromiso voluntario de aquellos docentes que estaban comprometidos con la causa de la democracia. Fui testigo personal de aquello, porque fui uno de los muchos voluntarios que se apuntaron en la web ideada expresamente para ello. El 9-N, digan lo que digan sus detractores, fue un éxito total. Sin esa jornada hoy no estaríamos donde estamos. Fue la primera y más multitudinaria enmienda al régimen, como se dice ahora, surgido en 1978. Ninguna otra movilización ha cuestionado los fundamentos del Estado construido por el pacto entre franquistas, comunistas, socialistas y nacionalistas catalanes y vascos, aunque estos últimos se abstuvieran en la votación parlamentaria de ratificación de la Constitución. El régimen de 1978 es hijo de ese pacto, aunque haya comentaristas que lo olviden, como el notario Juan-José López Burniol, lo que incluyó no pedir responsabilidades a nadie por nada. Y el conglomerado político que lo defendió con mayor entusiasmo fue, precisamente, el formado por el PCE-PSUC, en coherencia con la “política de reconciliación nacional” que propugnaban los comunistas desde la prolija declaración de 1956 que llevaba este título. La memoria hay que ejercitarla siempre para que los listos de la clase no nos den gato por liebre.

La batalla simbólica que estos últimos días se ha librado ante las puertas de El Born Centre Cultural i de Memòria ha sido un juego de niños, aunque se quiera elevar el debate hablando de “batalla por la hegemonía”, comparado con el reto planteado en el 2014 por el soberanismo catalán. Y la prueba es que el Estado persigue judicialmente a los responsables gubernamentales de entonces, Artur Mas, Joana Ortega, Francesc Homs e Irene Rigau, y, en cambio, pasa de largo de los montajes manipuladores de la pareja Vinyes-Risques, dos antiguos historiadores comunistas, no lo olvidemos, ahora bien pagados por los comunes, como antes estuvieron por los socialistas. Todos los estados saben dónde está el peligro y que es y que no es importante reprimir. Además, los encargados del montaje museístico supuestamente aleccionador no hicieron nada que los pusiera en peligro como hubiese sido colocar un busto de Juan Carlos I, el rey restituido por Franco que dio continuidad –y seguridad jurídica– al personal político salido del franquismo, para que la ira popular se cebase con él. Las provocaciones sin riesgo son una charlotada que al final se olvidan. Y pronto también olvidaremos ésta. No habrá un antes y un después de lo ocurrido en el Born, a no ser que finalmente Pisarello se decida a destituir a Vinyes, el pirómano, porque como ha escrito Victòria Combalia, quien entiende un poco de esas cosas, la propuesta de Manel Risques “no sólo es confusa en su argumento, sino sobre todo museográficamente”. La exposición del Born es muy pobre –un “montaje que parece de colegio mayor”, escribe Combalia– y ha costado unos 200.000 euros que el Ayuntamiento de Barcelona hubiera podido destinar, por ejemplo, al programa, hoy en día prácticamente abandonado, de identificación de cadáveres enterrados en las fosas comunes.

La batalla simbólica que se ha librado en el Born ha sido un juego de niños comparado con el reto planteado el 9-N de 2014 por el soberanismo catalán

El 9-N, por el contrario, sí marcó un antes y un después. Los críticos con la decisión de Artur Mas de convocar un proceso participativo en vez de un referéndum con todos los pormenores, unilateral y vinculante, no resuelven jamás la ecuación de cómo se habría podido conseguir el reconocimiento internacional –y en primer lugar el español– del resultado obtenido ante el boicot de los unionistas. La democracia es algo más que palabras. Pero nadie podrá negar que el 9-N fue apoteósico. Porque si el Govern desobedeció y sus máximos responsables prevaricaron, como asegura la Fiscalía, la misma que no vio delito en la conspiración entre Jorge Fernández Díaz y Daniel de Alfonso, también tuvieron que hacerlo los alcaldes de los ayuntamientos que cedieron espacios públicos. El Estado no los persigue porque sabe que si lo hiciese cavaría su propia tumba. La “revuelta de las sonrisas” está carcomiendo el árbol que se creía lleno de salud. No es el único movimiento político de fondo, porque el 15-M también lo fue y por eso el “bipartidismo realista” está hoy en día en plena crisis por el lado más débil, el PSOE, pero, como se ha podido constatar electoralmente, allí donde tiene más incidencia se ve obligado a “competir” con el soberanismo, aunque a menudo no tiene más remedio que sumarse a él porque es transversal y es más fuerte que las opciones políticas que se identifican con Podemos. Menos en Catalunya, donde el soberanismo ya se ha transformado en independentismo y eso impide llegar a alianzas estables con la izquierda resguardada bajo las faldas de Ada Colau, en Valencia o en Galicia, el 15-M sólo gana porque ha establecido una alianza estratégica con los nacionalistas de izquierda.

La batalla del Born se cuenta así. Una lucha más de la guerra por la hegemonía que el consistorio Colau dirime contra el independentismo, ahora, especialmente, a través de los símbolos, porque de momento no se atreve a nada más para no quedar alineado, como a menudo sucede en el Parlament de Catalunya, con la derecha unionista que representan PP y C’s. La batalla de fondo es, admitámoslo, de tipo nacional. En 1962, Pierre Vilar publicó Catalunya dins l'Espanya moderna. Recerques sobre els fonaments econòmics de les estructures nacionals (editada en Barcelona entre 1964 y 1968), una amplia investigación cuyos objetivos fueron definidos por él con estas palabras: es “una reflexión metodológica sobre [...] las relaciones entre la realidad estado y la realidad nación; una presentación global del hecho catalán, en sus originalidades geográficas y en sus vicisitudes históricas, y, finalmente, un estudio detallado, de primera mano, sobre las condiciones de un arranque económico y de una transformación social”. Vilar, que se agarró a las tesis sobre la nación que había definido Stalin en un famoso librito, quiso explicar cuál había sido la relación histórica entre “estados, naciones, clases sociales” tras el hundimiento de 1714, que es lo que representa el Born. Vilar fue muy criticado en Francia e ignorado en España, donde la historiografía “castellanista” ahora ha sacado a pasear a John Elliott para exaltar a los Borbones.

Solé Tura, dirigente de Bandera Roja, donde militaban también Risques, Vinyes y otros ideólogos de Colau, despreció las tesis que Vilar había promovido sobre la nación y el Estado a partir del estudio del caso catalán

Vilar era un historiador y no un propagandista y estaba preocupado por interpretar el cambio histórico desde la mirada contemporánea de su tiempo, por decirlo al modo de Benedetto Croce, como hacen todos los buenos historiadores. La obra de Pierre Vilar contribuyó a dar al marxismo historiográfico autóctono un lugar preeminente en las universidades hasta que en 1968 llegó Solé Tura con su ortodoxo estudio sobre Prat de la Riba y los orígenes del catalanismo. Solé Tura, dirigente de Bandera Roja, la organización donde militaban también Manel Risques y Ricard Vinyes y otros muchos ideólogos de Ada Colau, despreció las tesis que Vilar había promovido sobre la nación y el Estado a partir del estudio del caso catalán, porque se agarró a la tesis clásica marxista según la que el nacionalismo es producto de la burguesía, una consecuencia de la revolución burguesa e industrial. A Vilar, el estudio de la historia catalana le sirvió para lo contrario, para describir un fenómeno universal: el de la existencia de naciones diferentes de los estados ya que a menudo tenían raíces anteriores a la revolución liberal del siglo XIX, que es lo que luego ha defendido, contra Gellner, Hobsbawm y Anderson, Liah Greenfeld, la socióloga que sitúa los orígenes del nacionalismo en la Inglaterra del siglo XVI. Vilar criticó el prejuicio determinista que desautoriza como naciones a aquellas que no han llegado a acceder al propio estado y dio la vuelta a las viejas teorías que en los años 30 defendía Joaquín Maurín y que Solé Tura adoptó. Hubo algunos casos, como fue el nuestro, en el que el nacionalismo representaba la modernidad, de la misma manera que hoy el independentismo es la quintaesencia de la libertad.

Desde los entornos de Colau se promueve el retorno a las viejas teorías de Solé Tura para atacar al soberanismo, dado que desde su perspectiva dogmática no les cuadra que la mayor revuelta popular haya sido promovida también por la derecha. No fueron los únicos, porque el 9-N finalmente salió del Pacto del Palau de Pedralbes. Ahora bien, sin CDC, que ellos reducen a la derecha para que todo cuadre, aunque siempre ha sido algo más, no habría sido posible. Y es que, vuelta a empezar, no hay ningún otro dirigente político encausado por razones políticas que los soberanistas catalanes –o vascos, porque Rafa Díaz, el sindicalista abertzale, aún está en la cárcel, no lo olvidemos–, y todos ellos –menos Ortega– hoy están asociados al PDECat. Pero eso hace mucho tiempo que lo saben, aunque no lo tomen en consideración porque no les termina de encajar con la interpretación de lo que está sucediendo en Catalunya que difunden, sobre todo, los sectores vinculados a Podemos. Ada Colau, sin embargo, que es más lista que otros dirigentes del conglomerado de los comunes, lo debe intuir y por ello el mismo día que Pisarello enmendaba a Viñas y cía. con la retirada de la estatuaria franquista de la plaza Comercial, ella asistía a la concentración en favor de Carme Forcadell para no quedar al margen de la corriente política principal en Catalunya, que no es otra que el soberanismo. Por esa misma razón la futura alcaldesa también participó en la votación del 9-N.

La campaña “Lluites compartides” que ha puesto en marcha Òmnium es naíf y es un paso atrás propiciado por el independentismo de izquierdas para buscar la confluencia con los 'comunes'

El soberanismo catalán está provocando un cambio histórico que no sabemos cómo acabará, porque la batalla aún está en curso, pero lo que es seguro es que nada volverá a ser como antes. Los independentistas deben aprovechar la ocasión sin dejarse engañar por los comunes, partidarios de que se celebre un referéndum, pero para proponer que Catalunya no se independice. Que nadie se engañe. La campaña “Lluites compartides” que ha puesto en marcha Òmnium, una entidad de la que nunca he sido socio porque tiene el mismo carácter que las tan criticadas casas regionales españolas en Catalunya pero al revés, es naíf y es un paso atrás propiciado por el independentismo de izquierdas para buscar la confluencia con los comunes. No lo reconocerán, porque no hay agallas para hacerlo, y seguro que acusarán a alguien –¿al PDECat, quizás?– de falta de resistencia y de coraje. Política de campanario ante el cambio histórico que vivimos debido al hecho de que hay dirigentes independentistas afectados por el dilema del prisionero, teoría que demuestra que dos presos son capaces de no cooperar entre ellos, aunque no hacerlo vaya en contra de los intereses de ambos.

Es curioso que los promotores de esta nueva campaña sean la misma gente que criticó a lo grande el 9-N porque les parecía una acción tibia de los convergentes, aunque las razones últimas de aquella oposición a Mas sean hoy por hoy impublicables. El ideologismo de parvulario que nos domina, que es capaz de mezclar la campaña contra la OTAN, que fue política y no social, con la lucha por preservar el uso social de la lengua catalana, como si se tratara de la misma cosa, no tiene una visión estratégica del cambio histórico que ha provocado el soberanismo de derechas en los fundamentos del catalanismo político nacido a mediados del siglo XIX. La izquierda independentista no lo quiere reconocer de ninguna manera, empeñada como está en caer simpática a la izquierda unionista. Incluso Lenin entendió que la revolución liberal y menchevique de febrero de 1917, encabezada por Kerensky, y con la que se derrocó al zarismo en Rusia, era el paso previo inevitable para que más tarde los bolcheviques pudieran organizar, como así ocurrió, el golpe de estado que abrió las puertas a la instauración del régimen comunista. En este país, contrarios a toda lógica política, tenemos tendencia a vociferar para nada, aunque a veces ese alboroto comporte derrotas sin paliativos.