Leo que Sting empezó ayer en el Club Sant Jordi su gira europea. Si pienso en Sting, enseguida me vienen a la cabeza los ensayos en Cabrera de Mar, con mi última banda. Llegaba a las diez y media de la mañana, cuando los paletas salían del bar, después de hacer la primera cerveza. Vivir al margen de los horarios todavía me parece el mejor lujo  –mejor que los viajes, los coches y la buena cocina–; sólo vivir en un barrio agradable de Barcelona me parece más importante.

Me sentaba en la terraza del bar y, mientras esperaba el bocadillo, pensaba en los arreglos de alguna canción. Entonces ya sabía que mi país tenía problemas pero no pensaba que yo pudiera hacer nada para ayudar a resolverlos. Hojeaba el diario Sport y a duras penas prestaba atención a las páginas de política. Si el batería no se presentaba, lo íbamos a buscar y nos recibía con el pelo alborotado y en calzoncillos, la erección de la mañana señalando descarada el cielo.

Al batería le gustaba Seven Days, una canción que inspiró otra nuestra. La armonía era bonita, puro estilo Sting, y tenía un ritmo de 5/4 poco habitual en rock. Todo el disco de este tema, Ten Summoner's Tales, tenía una gracia, una mezcla de sentido común y de atrevimiento, de folclore y experimentación, de ironía e introspección, que no he vuelto a encontrar en ningún otro disco del músico. Había Love is Stronger than Justice, Shape of my Heart, Fields of Gold, Epilogue, Everybody Laughed but You.

De todo esto ya hace 25 años. Salíamos de las olimpiadas y yo creía que podría vivir siempre sin comprometerme ni aburrirme. Después de Ten Summoner's Tales, Sting sacó Mercury Falling, un disco que no tenía ni la audacia sofisticada del anterior, ni el instinto comercial de Nothing Like The Sun -o de temas como All for one, de la película Los tres mosqueteros, que grabó con Bryan Adams y Rod Stewart. El álbum Brand New Day, de 1999, ya era una empanada multicultural empalagosa e infumable.

Cuando escuchas la música de Sting ves hasta qué punto la cultura occidental se ha vuelto barroca. En una entrevista ayer en el TN él mismo reconocía que sus álbumes cayeron en un cierto "esoterismo" –antes de este último que tampoco vale mucho, pero que busca el estilo directo de The Police–​. Los músicos ya no abanderan sentimientos colectivos de forma creíble porque Occidente ya no tiene fuerza para defender grandes ideas. ¿Donde está el himno de los refugiados, de Charlie Hebdo o de la guerra de Siria, uno que sea comparable a los que sonaron cuando Etiopía se moría de hambre o la URSS se hundía?

La canción de Sting que más me gusta todavía es Englishman in New York, que salió antes de la caída del Muro de Berlín. Llegó a las listas cuando todo el mundo decía que las identidades no importaban y no sabías si se despedía de un mundo o si lo reivindicaba. Entonces la URSS todavía existía, los nazis eran los culpables de todo y el arroz tres delicias era la única noticia que teníamos de China. Las chicas empezaban a destaparse, pero ni siquiera en los ambientes rockeros podías soñar con encontrarte, como hoy, una vagina depilada con la V de victoria.

A veces me pregunto qué habría sido de mí si, en vez de entretenerme con la guitarra, hubiera entrado joven en un diario. La capacidad de adaptación del hombre es limitada. Todos vivimos ligados de una manera u otra a la sensibilidad de nuestra mejor época. Sin la prórroga que puse a la adolescencia, habría crecido demasiado deprisa y hoy entendería poca cosa. Cuando doy clase en la universidad me doy cuenta de que, por inteligente que seas, los años pasan y que, igual que los gatos viejos, yo ya tengo más de una vida; aunque todavía no me he momificado y puedo decir que los viejos rockeros nunca mueren.

Si pienso, me da la impresión que el problema de Sting a la hora de mantenerse creativamente vivo es que cae más cerca de Chuck Berry que de los atentados islamistas. Cada día veo más claro que el mundo de mi juventud, tan rebosante de himnos, era un mundo que se acababa justo cuando parecía que nacía. Un mundo de entreguerras, en el que las novedades embellecían el canto de los cisnes. Lo escribo después de leer que Robbie Williams -23 años más joven que Sting- se ha ofrecido a participar en Eurovisión en representación de Rusia.