La palabra República proviene del latín res publica, o sea, la “cosa pública”. Cuando Cicerón y compañía hablaban de la República estaban pensando exactamente en eso: en la capacidad de los ciudadanos para gestionar el dominio público. En contraposición, imperium se refería a la potestad de un general para mandar a sus hombres. Con el tiempo, el imperium pasó a ser entendido como el dominio geográfico de Roma, presidido por un imperator, o sea, un general con atributos militares sobre la sociedad civil. La Historia de Roma, en cierta manera, es la pugna entre los dos conceptos.

Yo no creo mucho, en la desconexión. Se supone que el Parlament está elaborando tres leyes para desconectar Catalunya de España. Pero lo que pasará es muy previsible: que el imperium del gobierno español prohibirá manu iudicialis las leyes sobre la res pública catalana, una a una, sean tres o sean treinta, y punto final.

En cambio, lo que el imperium no puede ni prohibir ni cerrar son las iniciativas de origen civil. Por ejemplo: el debate sobre cómo tendrá que ser la República catalana. Ya estamos tardando demasiado. Si se quiere que la ciudadanía se decante definitivamente por un proyecto político de cariz estatal, tendríamos que poner en común cuáles serán los fundamentos de este nuevo Estado. Y sobre todo: los hechos diferenciales respecto al antiguo. Iniciar un debate social, hablar de ello en foros cívicos y virtuales, en medios de todo tipo, nacionales e internacionales. Insisto en este punto. En especial después de ver los fracasados debates de investidura en España. Y es que nos encontramos en una situación casi demencial: hoy en día en España se debate intensamente sobre liderazgo, pero no se puede cambiar nada; y mientras tanto, en Catalunya se puede cambiar todo pero nadie lidera el debate.

Nos encontramos en una situación casi demencial: en España se debate intensamente sobre liderazgo, pero no se puede cambiar nada; y mientras tanto, en Catalunya se puede cambiar todo pero nadie lidera el debate

Recordémoslo: “República Catalana” sólo será el membrete de un documento en blanco. Un proyecto que puede ser grandioso en su concepción democrática y de futuro. Todo estará por hacer, y todo dependerá de lo que decida la ciudadanía, liberada del lastre que significa un Estado arcaico, monolítico e intolerante. Permítanme tres grandes ejemplos, que dentro de España es sencillamente inimaginable ni que lleguen a plantearse.

Uno: el ejército. La República no necesitará para nada a un ejército convencional. Le hará falta, como es obvio, una política de seguridad, basada en una policía eficiente y democrática. ¿Pero por qué debería tener un ejército? Hoy en día, en Europa Occidental, es impensable resolver los conflictos mediante la fuerza armada. ¿Y después de todo, por qué tendríamos que mantener a un cuerpo de funcionarios que no hacen nada, y que lo mejor que puede pasar es que nunca hagan nada? ¿Por qué tendríamos que construir, y mantener, una industria de armamentos, dedicada a producir unos productos -bombas y balas- que el mejor servicio que pueden hacer es que nunca se utilicen? Catalunya podría ofrecer a los aliados internacionales apoyo logístico y diplomático, sin necesidad de mantener a un ejército permanente. Y a cambio podría destinar el presupuesto militar a una infinidad de objetivos más provechosos. Imaginen ustedes mismos cuáles.

Catalunya podría ofrecer a los aliados internacionales apoyo logístico y diplomático, sin necesidad de mantener a un ejército permanente

Dos: la Iglesia católica. Hoy en día España todavía mantiene el Concordato. ¿Saben ustedes qué es el Concordato? Muy simple: un acuerdo diplomático por el cual España está obligada a conceder una serie de privilegios de todo tipo a la Iglesia católica. ¿Y saben de cuándo es la firma del Concordato? De 1953. En pleno franquismo. Después se modificó, pero continúa vigente. Pero eso sólo es una parte del pastel. Cuando la estimada Teresa Forcades propuso rodear a La Caixa con una cadena humana, como protesta por los abusos inmobiliarios, yo propuse que sería igualmente útil rodear el Arzobispado de Barcelona. Y es que la Iglesia sigue siendo una de las propietarias de bienes inmuebles más poderosas. Eso sí: es imposible cuantificarlos por la opacidad legal que lo rodea.

Podemos proponer mil regímenes religiosos alternativos al actual. Mi preferido es éste: el mejor Concordato es el que no existe. A cambio, para financiar las actividades religiosas yo optaría por el sistema siguiente: cuando un individuo llega a la edad adulta, el Estado le pregunta a qué confesión religiosa se adhiere. Dependiendo de la respuesta –católico, protestante, budista-, la administración le adjudica la cuota de impuestos que debe pagar. O sea, el mantenimiento de cada credo depende de sus creyentes, en exclusiva, y así el Estado no se gasta ni un céntimo en materia religiosa. Créanme si les digo que no es un sistema nada revolucionario: está basado en el que existe en Alemania.

Podemos proponer mil regímenes religiosos alternativos al actual. Mi preferido es este: el mejor Concordato es el que no existe

Y tres: las políticas culturales. Por fin, de una puñetera vez, no será un ministro de Madrid, ni bueno ni malo ni pésimo, quien diga a los padres catalanes cómo tienen que educar a sus hijos.

Si destaco estos tres aspectos es, como ya hemos dicho, porque sólo serán posibles en una Catalunya independiente. Desde la derecha más liberal hasta la izquierda más antimilitarista estarían de acuerdo en eliminar el ejército y el papel de la Iglesia, unos porque son partidarios de recortar el Estado y los otros por principios. Pruebe a hacer eso en España, un Estado que todavía exhala post-franquismo por todos los poros institucionales. Y éste sólo tendría que ser el principio de la discusión. ¿Qué políticas económicas y sociales creará y gestionará, la República? El mismo debate, y aquí vuelvo al principio, quizás tendría la virtud de animar y arrastrar a más gente hacia el soberanismo que tres, o treinta, leyes abatidas en los tribunales, mudas, asfixiadas. La única manera que la res pública se imponga al imperium es que sea una auténtica República.

Por fin, de una puñetera vez, no será un ministro de Madrid, ni bueno ni malo ni pésimo, quien diga a los padres catalanes cómo tienen que educar a sus hijos

Todo ello sólo será posible si Catalunya se convierte en independiente, claro está. Pero eso sólo depende de nosotros. Es más, me atrevería a decir que depende de si nosotros creemos que es posible. Y los viajes largos, es cierto e inevitable, cansan.

Dicen que después del victorioso desembarque de Normandía los generales aliados felicitaron a Eisenhower, y le pidieron un descanso para la tropa. Ike se negó rotundamente a ello. De hecho, los impelió a seguir adelante, de inmediato, hacia la victoria final: “Las guerras” sentenció, “siempre las han ganado soldados cansados”.