Hace cosa de unos 15 años, cuando el proceso de la sucesión de Jordi Pujol, al que optaban el mucho después president Artur Mas y el líder de Unió, Josep A. Duran i Lleida, el que fuera secretario general de Convergència, Pere Esteve, tuvo la osadía de afirmar aquello de que “después de Pujol, Convergència”. Esteve marchó de la CDC en tránsito hacia el masismo y acabó siendo conseller del primer tripartito con su plataforma Associació Catalunya 2003, que se integró en ERC, hasta su prematura muerte como consecuencia de un cáncer. Esteve pretendía “empoderar” a CDC como organización política frente al hiperliderazgo de su fundador, que, desde el principio –de ahí también el legendario pulso entre Pujol y Miquel Roca– siempre la concibió no como un partido, sinó como algo mucho más indefinido y, por ende, abierto, una especie de “moviment” en "moviment", como el río de Heráclito. Aunque, a la práctica, el "paller" siempre pivotó sobre el "pal".

Me ha venido a la memoria la figura de Esteve pensando sobre el doble congreso que celebró CDC en el Fòrum de Barcelona el fin de semana pasado, primero para disolverse de hecho como fuerza política y después para (re)fundarse como Partit Demòcrata Català o el nombre que finalmente pueda adoptar con permiso de Castellà, primero, y del ministro del Interior, después. El cónclave empezó mal y acabó de una manera un tanto extraña, con un discurso rápido del president Carles Puigdemont que poco aclaró respecto a su relación con el nuevo partido, aunque su formulación como organización abierta le facilita el reto de asumir el liderazgo electoral, y un Artur Mas entre enojado y confundido. El expresident, ahora también de CDC, tuvo que defender durante la madrugada, como cualquier asociado, su propuesta de tándem presidencial pensada para él mismo y la consellera Neus Munté.

Los “associats” del PDC impusieron el nombre de la formación, que ni votaron Puigdemont ni Mas, ni tampoco Munté en primera opción, y la presión dels “associats” ha derivado esta semana en la retirada de la carrera por la dirección ejecutiva de Jordi Turull y Germà Gordó. Después de Pujol vino Mas y después de Mas CDC se disolvió para que (re)naciese de su muerte forzada (la confesión del fundador sobre el dinero de Andorra) un “partit d’associats”. O, lo que es lo mismo, de bases empoderadas que enmendaron el guión a la exdirigencia convergente en tránsito hacia no se sabía demasiado bien qué y quizás por ello, tentada de dar marcha atrás o de resucitar al muerto sin que se notase demasiado.

Si no se trata de algo así como una “cupvergència”, como ironizó con su lucidez habitual el amigo Iu Forn, se le parece bastante, en su arranque inicial. Tantas ganas hay entre las bases de aplicar de raíz el principio democrático en su nueva casa que incluso la elección del presidente o presidenta del consell nacional –la feminización de la cúpula con el doble tándem Mas-Munté y Pascal-Bonvehí es un hecho– será elegida el fin de semana que viene, como el resto de la dirección, en una competición abierta entre otra pareja chica-chico, en este caso algo más clásica pero aún con mucho camino por delante: Carme Conesa, alcaldesa de Sant Cugat y presidenta de la Diputación de Barcelona, y el conseller de Cultura, Santi Vila. De talante socialdemócrata y socioliberal respectivamente, pero ambos de orden, están protagonizando lo más parecido a unas verdaderas primarias internas que se recuerda por estos lares. Lo que certifica que, como otros dirigentes de la ex-CDC, han entendido a tiempo el mensaje fundamental: los “convergents” ya no son “convergents”, ahora son “demòcrates”, o, por lo menos quieren serlo con todas las consecuencias.

CDC ya no existe y CDC ha dejado de ser la (otra) excusa, además de España, para no hacer la independencia

Demócratas y, desde luego, independentistas, incluso abiertamente republicanos. El congreso del PDC ha completado la larga marcha del autonomismo al independentismo de la vieja CDC, que aunque siempre fue el partido catalán con más independentistas, ante una ERC a la sombra del pujolismo y que no fue doctrinalmente independentista hasta mediados de los noventa,  y una extrema izquierda independentista testimonial, no se atrevió a salir del armario hasta el congreso de Reus del 2012. Un cónclave en el que Mas, president de la Generalitat desde hacía dos años, fue reconfirmado como líder oficial y en el que Oriol Pujol fue bautizado como “hereu” de lo de siempre.

El caso es que el escenario, como los tiempos, son ahora otros, y por ello, habrá que (re)formular las preguntas: ¿Después de CDC, la independencia? Lo que parece claro es que ya se puede hacer la independencia sin CDC, porque CDC ya no existe. Si hay que hacerla será o no será (también) con el PDC, pero desde luego CDC ya ha dejado de ser un interrogante en ese horizonte de posibles obstáculos interiores para saltar la pared.

Otra cosa es, intuyo, que pronto podríamos asistir al desfile de los que, hasta hace una semana, en el fondo siempre vivieron mejor contra CDC. Dicho en plata, no sé por qué me parece que ahora sí, CDC, como también Artur Mas, ha dejado de ser la excusa de muchos, tanto de los de dentro, como, sobre todo, de los de fuera, para, llegado el caso, no hacer la independencia. CDC ya no existe y CDC ha dejado de ser la (otra) excusa, además de España, para no hacer la independencia.