Convergència Democràtica de Catalunya, murió hacia las 4 de la tarde del viernes 25 de julio de 2014, día de Santiago y año del tricentenario de la caída de Barcelona en la Guerra de Sucesión. A aquella hora, Jordi Pujol i Soley, el hombre que había fundado el partido-movimiento aprovechando el 75º aniversario del Barça en Montserrat, cuando el franquismo al borde de su final biológico todavía dictaba sentencias de muerte, se inmoló con una confesión enviada a los diarios -la famosa deixa del abuelo Florenci-. Y con él, el proyecto moral que encarnó y lideró desde que contempló desde el Tagamanent, siendo poco más que un niño, la Catalunya devastada por la guerra, la guerra de ellos y la de nosotros.

Convergència era parte de ese proyecto moral, el del renacimiento nacional de Catalunya en todos los órdenes: político, social, económico, y por supuesto cultural; el de los futuros siempre y cada día por escribir, todos los futuros, la independencia o la Catalunya-Estado incluidos; una cierta idea de España, de matriz espriuana, como siempre malentendida por la Castilla que desprecia todo aquello que quiere ignorar, y obviamente, de Europa, también formaba parte de ese proyecto moral. Y por eso, CDC, la CDC concebida, administrada y liderada durante cuarenta años desde la primera o desde la última fila por Jordi Pujol y Soley, el político más importante de la Catalunya contemporánea, de ninguna manera podía continuar después del 25 de julio de 2014.

A diferencia del president, CDC no tenía por qué expiar nada. Las expiaciones, como las responsabilidades, se asumen individualmente o no se asumen. Las expiaciones, las responsabilidades, las "culpas", las asume cada uno ante su conciencia, o ante la res pública, ante la ley, si es el caso, o las dos cosas a la vez, o no son expiaciones ni asunciones de responsabilidades de nada. Es en estos momentos de sacudida interior, en ese ensayo de cántico en el templo, cuando caemos en la cuenta de que la única patria, "pobra, bruta, trista i dissortada pàtria" que nos queda, somos nosotros.

CDC, aunque algunos se empeñan en no quererlo entender, no podía continuar porque la'culpa' de los Pujol la había hundido como proyecto político sustentado en una moral

Como diría Nietzsche, 25 siglos de idealismo platónico y moral judeocristiana nos contemplan y la muerte de Dios, o sea, del fundamento último de todas las (presuntas) certezas, -el filósofo lo escribió bien claro por boca del loco de la linterna- es una tragedia terrible. El vacío que deja puede ser inimaginable. Pero CDC, aunque algunos se empeñan en no quererlo entender, no podía continuar porque la culpa de los Pujol, el patrimonio oculto al Fisco en el extranjero durante más de 30 años, la otra cara de la verdad del hombre Jordi Pujol y Soley y todo lo que produjo a su alrededor, la había hundido como proyecto político sustentado en una moral. No sólo como proyecto político y electoral ciertamente exitoso, incluso después de que Pujol cediera el liderazgo al después presidente Artur Mas, sino como proyecto moral. 

¿"Por favor, donde está la sala de la otra congreso"?, preguntó el viernes con gesto decidido un veterano militante a una periodista. Liquidado formalmente el viejo partido en su último congreso, el decimoctavo, y no a cielo abierto sino en una sesión a puerta cerrada como aquella de Montserrat en 1974, "la buena gente" de CDC concentrada en el Fòrum cambió de escenario para abrir el Congreso Fundacional de todavía no se sabe exactamente qué (cuando reviso este texto acaban de escoger el nombre: Partit Democràta Català), pero, sobre todo, para decir adiós a CDC. Eso es lo que no han entendido los que han querido perpetuar un sistema de poder articulado en liderazgos o vicariados "a la sombra de" sin moral a la que agarrarse ni ánimo para reconstruirla sobre bases radicalmente diferentes. Unos fundamentos nuevos que necesariamente tendrán que anclarse al presente continuo del aquí y el ahora. 

El 8 de julio del 2016, a última hora de la tarde, casi dos años después de su primera muerte, CDC desconectó de ella misma y no fueron sus dirigentes, sino sus militantes los que recuperaron el derecho a hacerlo después de darse las gracias por primera vez en mucho tiempo. No a nadie, sino a ellos mismos. 

Decir adiós a CDC, eso que han hecho los y las militantes viejas/viejos y jóvenes, algunos muy jóvenes, no quiere decir matar a nadie -como tampoco Nietzsche mató a ningún Dios- sino decirse "sí" para asumir el control del propio destino y volver a proponerse. Todo partido -forzosamente, una agrupación de parte-, tiene que empezar por proponerse a él mismo. Eso quiere decir gustarse, claro. Pero tiene que querer decir, sobre todo, aspirar a ser águilas en lugar de corderos. Sabiendo que las águilas también caen, y su final es caer, acantilado abajo. La voluntad de poder es la voluntad de ser, que decía el presidente Pujol.